Ocurrió en la madrugada del 4 de diciembre del 2024. Esa jornada fue tiroteado mortalmente Brian Thompson en una céntrica acera del corazón de Manhattan, en pleno Times Square.
Moría así el ejecutivo de una de las más importantes empresas de seguros médicos en Estados Unidos y, al mismo tiempo, nacía una leyenda, la del antihéroe popular Luigi Mangione, el pijo, el universitario de la élite que se tomó la justicia en nombre del pueblo, según sus admiradores, que son legión en este país.
El acusado se dirige a sus seguidores para dar las gracias por sus miles de cartas y haber recaudado 400.000 dólares
Así que, en uno de esos giros inesperados, la víctima fue convertida en victimario y el agresor se transformó en un mito viviente, en un Robin Hood moderno vestido con el mono naranja penitenciario.
“Me siento abrumado y agradecido por todas las personas que me han escrito para compartir sus historias y expresar apoyo”, explicó el acusado de asesinato y otros delitos mediante un comunicado a sus seguidores en la nueva web lanzada por su equipo legal. Esta es la primera vez en la que el presunto pistolero habla desde que fue arrestado cinco días después del crimen. La policía fue alertada de su presencia en un McDonald’s de Atloona (Pensilvania), donde estaba desayunando. Supuestamente, le encontraron un silenciador, una pistola impresa en 3D que casaba con los casquillos recuperados en la escena del crimen, ante el Hilton de la calle 54, al que se dirigía Thompson para una reunión.
“Si bien me resulta imposible responder a la mayoría de las cartas, quiero que sepáis que leo todas las que recibo”, garantizó.
El Metropolitan Detention Center (MDC), la prisión de Brooklyn en la que se halla encerrado, es ahora un gran centro de correspondencia. “Poderosamente, este apoyo ha trascendido las divisiones políticas, raciales e incluso de clase, ya que el correo ha inundado el MDC desde todos los rincones del país y el mundo”, sostiene.
Su caso es el barómetro de una sociedad en desintegración, desencantada, partida en dos, enfrentada la una a la otra, donde cunde el desasosiego. Mangione es la prueba de que, en el país más rico del mundo, hay muchos ciudadanos que se sienten al margen, olvidados, desenganchados, y él es la bandera que ondea sus frustraciones.
El asunto captó de inmediato la atención de los estadounidenses. En un primer momento, viendo las imágenes del encapuchado apuntando y disparando por la espalda al ejecutivo, pareció claro que era un crimen por encargo, el de un sicario a sueldo.
Esta idea se reforzó al encontrarse tres casquillos, cada uno escrito con una palabra: demorar ( delay ), denegar ( deny ) y deponer ( depose ), en referencia a la expresión que de forma habitual describe las tácticas de la industria de los seguros para postergar las reclamaciones y maximizar beneficios.
Pronto se vio que el profesional era un aprendiz y que dejó numerosas huellas, pistas e incluso el rostro al descubierto en alguna cámara de seguridad.
De inmediato, empezó esa ola de simpatía hacia el asesino, visto como alguien que atacaba a uno de los negocios más perniciosos para los ciudadanos de a pie.
Su detención aumentó esa percepción de que Mangione, de 26 años, natural de Maryland y educado en universidades de la Ivy League, se había atrevido a hacer lo que otros muchos siempre desearon y nunca se atrevieron. Entre sus pertenencias encontraron un manifiesto, por él escrito, en que expresaba su admiración por Ted Kaczynski, conocido como Unabomber , el terrorista que enviaba cartas bomba para combatir los avances tecnológicos y la industrialización capitalista, que detestaba.
Mangione aplicó en su escrito esa filosofía para mostrar su profunda desconfianza en las estructuras sociales, en especial del sistema de seguros sanitarios, del que fue víctima. Creía que esta industria estaba impulsada por el lucro y la corrupción. Fue este discurso el que, amplificado por las redes sociales, alimentaría la mitología popular.
La familia del difunto se ha visto inundada por una marea de vituperios, mientras que Mangione agradece los apoyos. Una campaña online ha recaudado más de 400.000 dólares para su defensa.
