La convalecencia invisible del papa Francisco marca distancia con Wojtyła

Durante casi doce años, la figura del Papa ha sido constante y visible. Ahora, de repente, ha desaparecido. No se le oye ni se le ve. Su existencia en vida está testimoniada únicamente por una serie de comunicados sobre su estado de salud, difundidos cada noche alrededor de las siete, y por notas más informales: “El Santo Padre ha dormido bien”. Este vacío dura ya veinte días, es decir, desde que Jorge Mario Bergoglio fue ingresado en el hospital Gemelli de Roma por una neumonía bilateral. Al final de la tercera semana de encierro forzado en el décimo piso del centro médico, queda claro que la ausencia de imágenes del Pontífice es una elección deliberada, que marca una gestión de la enfermedad completamente distinta a la de Juan Pablo II, quien hizo de su fragilidad física un elemento casi identitario de su pontificado, incluso un instrumento de predicación.

Estos días, en cada encuentro con los responsables de comunicación del Vaticano, los periodistas llegados a Roma desde todo el mundo hacen la misma pregunta: “¿Por qué no hay una foto?”. Las respuestas oficiales son evasivas: “Las habrá cuando sea posible”. Durante la única rueda de prensa ofrecida por el equipo médico, el cirujano Sergio Alfieri, jefe del equipo que atiende al Papa, respondió con evidente molestia: “¿Queremos una foto del Papa en pijama en los periódicos? Cuando mi madre está hospitalizada, yo no le hago fotos”.

Mientras Juan Pablo II convirtió su debilidad en un testimonio público, Francisco no la santifica

Todas las fuentes confirman que la decisión de no mostrarse es del propio Francisco. Según algunos, para no parecer demasiado débil ante los muchos adversarios que tiene. Para otros, es una manera de marcar distancia con aquella exhibición de la enfermedad que caracterizó la última etapa del pontificado de Karol Wojtyła. Según esta tesis, Francisco ha optado por la discreción, mostrando su enfermedad sin convertirla en un símbolo de sacrificio o debilidad. Se muestra como un anciano que enfrenta su condición con naturalidad, sin sacralizar el sufrimiento.

A diferencia de Juan Pablo II, quien convirtió su fragilidad en un símbolo de su pontificado, Francisco ha preferido mantener un perfil bajo respecto a su enfermedad. Ese estilo del Papa polaco no se manifestó solo al final de su vida. El 18 de mayo de 1981, apenas cinco días después del atentado perpetrado por Ali Agca, Juan Pablo II (entonces con 60 años) apareció sonriente en la cama del hospital Gemelli. “Una elección que mantuvo en todas sus desgracias”, recuerda Giovanni Maria Vian, historiador de la Universidad La Sapienza de Roma y exdirector de L’Osservatore Romano . Juan Pablo II fue ingresado en el hospital romano en varias ocasiones más llegando incluso a bromear sobre ello. “El Vaticano Uno está en la Plaza de San Pedro, el Vaticano Dos en Castel Gandolfo, el Vaticano Tres es ahora el Policlínico Gemelli”.

“Esa agonía en la plaza de Juan Pablo II también fue criticada”, explica Vian. “De hecho, algunas escenas, como aquel Ángelus en el que no pudo hablar o su último regreso al Vaticano en el papamóvil, fueron muy penosas. Sin embargo, viéndolo a distancia, aquel fue un pontificado grandioso, un reinado larguísimo. Hoy todo es distinto. Creo que no debemos exigir a Francisco lo que no nos exigiríamos a nosotros mismos, es decir, aparecer en un momento de sufrimiento. Se trata de una decisión dificilísima que debe respetarse”.

Giorgio Simonelli, profesor de comunicación radiotelevisiva en la Universidad Católica de Milán, ha escrito que el Papa se presenta como un anciano que afronta la enfermedad con normalidad, sin una actitud hierática.

“La comparación con Juan Pablo II puede ser engañosa, porque los tiempos han cambiado y cada persona vive sus fragilidades a su manera”, explica el padre Enzo Fortunato, director de la revista Piazza San Pietro , una de las figuras más cercanas a Bergoglio en esta fase del pontificado. “Lo que estamos presenciando es un testimonio silencioso que adquiere un gran valor. Él siempre ha predicado que la Iglesia debe ser un hospital de campaña, y ahora, desde su propia convalecencia, sigue ejerciendo su liderazgo con serenidad. En el santuario del sufrimiento, su palabra se vuelve aún más fuerte”.

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