
Cosas gravísimas. Anotemos solo dos: España vuelve a romperse y –¡peor aún!– en toda Catalunya habrá pronto pogromos con ciudadanos sacados del Auca del senyor Esteve que, con el Virolai como banda sonora, participarán en batidas de magrebíes y sudamericanos para usarlos como materia prima en la elaboración de fuets y botifarras.
Este es el caricaturesco menú argumental que ofrecen la derecha española y los podemitas para oponerse al acuerdo de cesión de competencias en la gestión de la inmigración alcanzado entre PSOE y Junts que ahora inicia un fatigoso trámite parlamentario.
Junts sienta las bases para poder golpear a su gusto a Illa acusándolo de dejadez
La reacción de los conservadores es coherente. Y salvo cuando pierden las formas, también intelectualmente razonada. Otra competencia exclusiva del Estado gestionada por la Generalitat es anatema para ese cuadrante ideológico habida cuenta de que no es Alberto Núñez Feijóo quien necesita los votos de Junts para sentar sus reales en la Moncloa. Que las cabezas pensantes de la derecha consideren que tras el proceso independentista es una insensatez seguir alimentado el marco competencial de la Generalitat, aunque ahora la gobiernen los socialistas es comprensible. ¡España troceada y vendida a precio de saldo! Exagerado pero, insistamos en ello, coherente. Mucho más, a decir verdad, que el propio Ejecutivo que por boca del presidente y de algunos ministros venía insistiendo en el carácter indelegable de esta competencia. Donde dije digo…
Nada de consecuente tiene en cambio el posicionamiento contrario de Podemos, cuyos cuatro diputados resultan imprescindibles para aprobar este proyecto de ley. Más bien cabe calificarlo de ridículo, antidemocrático e intelectualmente vergonzante. Negarse a la cesión competencial con el argumento de que Junts es un partido racista y ultraderechista que puede volver a gobernar la Generalitat es un insulto. Pero no a Junts (¡que también!), sino a los catalanes que, ¡oh, cielos!, son quienes eligen su gobierno autonómico. De los junteros pueden decirse muchas cosas. Pero tacharlos de racistas y xenófobos, eso es lo que se desprende de las declaraciones podemitas, no pasa de chiste de mal gusto. No anda lejos de ellos el republicano Gabriel Rufián. Claro que él no puede revolverse contra el acuerdo, en tanto que amplía las competencias de la Generalitat. Aun así está inquieto, confiesa, por el temor que esta cesión avive discursos de índole etnicista. Rufián, que en el programa de Jordi Évole del pasado domingo pidió disculpas por haber repartido en el pasado carnés de pureza independentista, debiera vigilar para no tener que arrepentirse de nuevo en el futuro por hacer ahora lo mismo con las credenciales de demócrata.

Carles Puigdemont
Más allá de las reacciones está el fondo del asunto. Se imponen algunas aclaraciones al margen de la propaganda de unos y otros. La Generalitat no podrá fijar política de inmigración alguna. Se limitará a gestionar administrativamente la que decidan la UE y el Gobierno de España. Y los procesos de aceptación y expulsión seguirán siendo tan garantistas, generosos o restrictivos como marque la legislación estatal.
Y de la fantasía de la exigencia del catalán a los inmigrantes, algo que quita el sueño a quienes confunden la legítima preocupación por el futuro de una lengua con actitudes supremacistas, cabe decir que no es más que una ensoñación inflada por el relato juntero. Tal imposición no cabe en la ley. En España y en Catalunya se podrá seguir haciendo el pijo como expat en el Born, conduciendo un taxi o poniendo ladrillos en la obra sin saber una palabra de la lengua de los indígenas.
Por último: premio gordo para Junts. Con independencia de lo que suceda con la ley, el partido de Puigdemont ha ganado la chochona en la tómbola de las negociaciones. Lanza un mensaje de prioridad sobre la inmigración para intentar taponar –ya veremos con qué éxito– el predecible ascenso de Aliança Catalana.
Pero además, como quien gobierna en Catalunya son los socialistas y con esta cesión competencial no va a disminuir la llegada masiva de extranjeros, ni a facilitarse el procedimiento de expulsión de reincidentes, ni a resolverse la dificilísima gestión de los menores no acompañados, los junteros sientan las bases para poder golpear a su gusto a Salvador Illa acusándolo de dejadez, ineficacia e irresponsabilidad en la gestión de la inmigración antes de que cante el gallo. Así será. Con o sin cesión de competencias.