Ochenta años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, la alianza occidental cimentada sobre los rescoldos de la conflagración europea y la guerra fría está deshaciéndose a ojos vista. En unas pocas semanas, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha dado un radical giro a las líneas maestras de la política exterior y de alianzas que Washington había desplegado durante ocho décadas, acercándose a Rusia y alejándose de Europa, a la que ha empezado a tratar como rival. El despertar ha sido abrupto y la Unión Europa se da cuenta de que, tras haber delegado su protección en un tercero, va camino de quedarse sola. Y de que, a partir de ahora, si ella misma no se ocupa de su defensa, nadie más lo hará.
El primer ministro de Polonia, Donald Tusk, ha ilustrado la paradoja de la situación con no poca ironía: “Resulta que hay 400 millones de europeos que piden a 300 millones de norteamericanos que les protejan de 150 millones de rusos”. Las cosas no son tan simples, obviamente. Con una economía diez veces menor que la de la UE y una demografía en recesión, Rusia no sería tan inquietante si no fuera porque es una superpotencia nuclear. Y porque su política exterior es agresiva y expansionista.
En el supuesto de que EE.UU. retirara su presencia militar en Europa -donde tiene desplegados entre 80.000 y 100.000 soldados, además de otras unidades preparadas para ser desplazadas rápidamente desde el otro lado del Atlántico-, Europa necesitaría hacer un esfuerzo muy importante para restablecer el poder de disuasión. Un informe del Instituto Bruegel -ya citado en este boletín- cifraba en 300.000 soldados las tropas de combate adicionales que sería necesario movilizar y en 250.000 millones el crecimiento del presupuesto anual global en defensa.
Los ejércitos europeos no están preparados para afrontar una eventual guerra con Rusia
El problema fundamental de los ejércitos europeos no es su número. Todos juntos suman alrededor de 1,5 millones de soldados. El gasto global de defensa no está tampoco tan alejado del del ruso (457.000 millones de dólares anuales frente a 462.000 millones, en cifras ajustadas). Y, sin embargo, Europa no está preparada para afrontar una eventual guerra con Rusia. Los expertos coinciden en que haría falta elevar sustancialmente el gasto en defensa, con el fin de modernizar y aumentar el armamento -dando prioridad a la industria europea- y cubrir algunas de las carencias detectadas en materia de inteligencia o logística. Pero, sobre todo, impulsar una mayor coordinación entre los ejércitos europeos y adoptar una estructura de mando conjunta.
En este contexto, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, presentó el martes una propuesta para movilizar 800.000 millones de euros, a cuatro años vista, destinados al rearme de Europa. El plan prevé flexibilizar las actuales reglas fiscales de la UE para que los Estados puedan gastar -endeudándose- 650.000 millones adicionales en defensa sin que se les compute en los límites del déficit, a los que se añadirían 150.000 millones más en préstamos procedentes de un “instrumento” comunitario aún por definir. Ante la velocidad de los acontecimientos, los líderes de la UE se reunieron ayer en una cumbre de urgencia en Bruselas para analizar la situación creada, dar el visto bueno al plan Von der Leyen y reiterar su apoyo a Ucrania. Punto este último que es siempre motivo de fricción con el húngaro Viktor Orbán.
De momento, los dos grandes han empezado a movilizarse. El presidente de Francia, Emmanuel Macron, envió esta semana un mensaje televisado a la nación en el que apelaba a la amenaza rusa para justificar un próximo aumento de los presupuestos de defensa y abría formalmente el debate sobre si las fuerzas francesas de disuasión nuclear deberían extender su protección al conjunto de la UE. Con menos parafernalia, el próximo canciller de Alemania, Friedrich Merz, acordaba con su futuro socio de coalición, el SPD, la retirada del freno constitucional al endeudamiento -para lo que hará falta el voto de los 2/3 del Bundestag- en lo relativo a las inversiones en materia de defensa y de infraestructuras.

El presidente del Consejo Europeo, António Costa; la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, y al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, contestan a los periodistas ayer en Bruselas
Si la cuantía que se pretende movilizar para el rearme militar de Europa es importante, el plan obvia -por el momento- entrar en el meollo de la cuestión: ¿debe seguir Europa dejando su defensa en manos de los Estados nacionales o debe dar un salto hacia una auténtica integración militar? O planteado de otra manera, ¿servirá de algo el gasto militar si Europa no da un verdadero salto adelante en su integración política? ¿Tendrá algo que decir la UE en el mundo que se está configurando sin tener una sola voz?
La necesidad de reforzar la defensa común es un imperativo a medio y largo plazo. Pero, antes que nada, Europa tiene un desafío urgente e inmediato que afrontar: sostener a Ucrania y evitar que el vuelco político en Washington -empeñado en poner término rápidamente a la guerra- alumbre una paz frágil y otorgue a Rusia una victoria estratégica. Convocados a una cumbre en Londres por el premier británico, Keir Starmer, una amplia representación de los países europeos y de sus aliados -de Canadá a Turquía- reafirmaron el domingo su solidaridad con Ucrania, expresaron su determinación de mantener su ayuda a Kyiv y se comprometieron a promover un plan de paz que garantice la soberanía y seguridad del país. Eso sí, en todo momento dejaron claro que cualquier solución pasa por que EE.UU. sea el garante definitivo…
Los dirigentes europeos, con Starmer y Macron a la cabeza, se están esforzando en tratar de atraerse a Donald Trump. Pero, visto lo visto hasta ahora, no será fácil que el presidente de EE.UU. se amolde a los requerimientos europeos. Para sostener su plan, el Reino Unido y Francia proponen, entre otras cosas, constituir una misión europea de paz compuesta por hasta 30.000 soldados. Una propuesta que el Kremlin se ha apresurado a rechazar y que la Casa Blanca, a través del vicepresidente J.D. Vance (que parece decidido a disputar su condición de número dos del trumpismo al megalómano Elon Musk a base de ejercer el papel de dóberman), ha ridiculizado sin miramiento alguno.
Donald Trump quiere ir rápido y a su manera, sin tener en cuenta las consecuencias estratégicas a largo plazo de un acuerdo de paz precipitado y sin que le produzca ningún empacho asumir acríticamente la propaganda rusa y convertir por arte de birlibirloque en aliado potencial al otrora enemigo histórico de EE.UU. Con este fin, no ha dudado en extorsionar a Kyiv, como demostró la vergonzosa encerrona que sufrió el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, la semana pasada en la Casa Blanca, maltratado en público por el presidente de EE.UU. y su belicoso vicepresidente.
Tras el triste episodio del despacho oval, Trump ha seguido apretando las tuerzas a los ucranianos, a quienes ha suspendido la ayuda militar y la información de inteligencia. Hasta que no han tenido más remedio que ceder: el martes, Zelenski hizo de tripas corazón, amagó una disculpa y mostró su disposición a “trabajar bajo el fuerte liderazgo” del presidente de EE.UU. Trump apreció públicamente su sumisión.
- Defensa del automóvil europeo. En el actual contexto de preguerra comercial con EE.UU., que ha anunciado la próxima imposición de aranceles del 25% sobre las importaciones procedentes de Europa, Bruselas ha decidido cambiar el paso y actuar para impulsar el desarrollo del sector del automóvil europeo, que representa el 7% del PIB de la UE. El plan de la Comisión contiene una serie de medidas de tipo proteccionista -incluidas ayudas públicas- para potenciar el Made in Europe. En esta misma línea se entiende la propuesta de Ursula von der Leyen de ampliar el plazo de uno a tres años para alcanzar los objetivos de descarbonización del sector, cuyo incumplimiento le hubiera supuesto la imposición de las primeras sanciones.
- Freno a la ultraderecha en Austria. Ha pasado una semana, pero vale la pena consignarlo aquí. Después de un intento fracasado el pasado mes de enero, el partido conservador ÖVP, el socialdemócrata SPÖ y el liberal NEOS alcanzaron un acuerdo para formar un gobierno de coalición tripartito en Austria, dejando así fuera al partido de extrema derecha FPÖ, que fue la fuerza política más votada en las elecciones del pasado 29 de septiembre. Aunque socialdemócratas y conservadores, los dos grandes partidos tradicionales del país, han gobernado juntos a menudo en un formato de gran coalición, es la primera vez que se constituye un tripartito desde la posguerra. El líder del FPÖ les tildó de “coalición de perdedores” y reclamó nuevas elecciones.
- A Londres, como cruzar el Atlántico. Aunque la situación internacional está acercando de nuevo a británicos y europeos, el Brexit es el Brexit y sus consecuencias se van desplegando de forma implacable. Al igual que ya sucede con Estados Unidos o Canadá, a partir del próximo 2 de abril, para poder viajar al Reino Unido los ciudadanos de la UE deberán solicitar previamente la Electronic Travel Authorization (ETA), requisito imprescindible para estancias cortas –menos de seis meses– por turismo, negocios, visitas familiares o tránsito que requiera el paso por un control fronterizo. La obtención de esta autorización, que solo puede solicitarse por internet, tiene un coste inicial de 10 libras (12 euros) y en caso de denegación, no hay recurso y la tasa no es reembolsable.