MGA Entertainment, fabricante de las muñecas Bratz, está acelerando su salida de China y preparándose para trasladar el 40% de su producción a India, Vietnam e Indonesia en unos seis meses. La cadena de supermercados Target ha advertido sobre la muy probable subida de los precios de las verduras y la fruta que compra en México. “Si se impone un arancel del 25%, esos precios subirán sin duda de forma inmediata”, ha subrayado su primer ejecutivo, Brian Cornell. Honda ha decidido ya trasladar la producción de la nueva generación de su modelo híbrido Civic desde México al estado de Indiana (Estados Unidos) para evitar la imposición de aranceles sobre uno de sus automóviles más vendidos. La amenaza de unas tasas del 200% sobre las importaciones de vinos y espumosos europeos ha paralizado las operaciones de los grandes compradores de Estados Unidos.
La ‘chicken tax’ del 1962 nos recuerda que el efecto de las guerras comerciales puede perdurar durante años
Son sólo algunos ejemplos del impacto que está teniendo ya la guerra arancelaria iniciada por el presidente Donald Trump, que ha puesto patas arriba las relaciones comerciales internacionales y amenaza con desacelerar la economía mundial. Trump se estrenó en la Casa Blanca prometiendo una “edad de oro” para EE.UU., pero tanto el presidente como su entorno admiten ahora que ese “milagro” económico puede tardar meses o incluso más en llegar. Trump se ha movido entre negar un día que su país pueda sufrir una recesión a admitir al siguiente que es una posibilidad. Su discurso es ahora el de que puede haber “perturbaciones” antes de que los norteamericanos puedan sentir los efectos positivos de sus políticas proteccionistas.
Primeros impactos
Los aranceles del 25% a México, ahora en suspenso, pueden provocar un fuerte aumento de los precios de frutas y verduras en EE.UU., advierten desde las empresas de distribución
El economista Arthur Laffer, asesor del presidente Reagan y también de Trump hace años, y famoso por su curva de la felicidad fiscal , intentaba calmar los ánimos esta semana señalando que los aranceles serán inflacionarios sólo si se aplican durante un largo periodo de tiempo, pero que el presidente de EE.UU. los utiliza “meramente como arma negociadora”. Aunque sea la impresión de muchos, es peligroso relativizar los riesgos de una guerra comercial. Tanto el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, como la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, han advertido contra la situación de incertidumbre en la economía internacional y han recortado sus previsiones de crecimiento para EE.UU. y la Unión Europea por el impacto de la imposición cruzada de aranceles. Ambos han revisado al alza las previsiones de inflación, y han subrayado que actuarán aún con más cautela a la hora de decidir sobre nuevas rebajas de los tipos de interés.
Si algo nos enseña la historia es precisamente eso, que relativizar los efectos de una guerra comercial, por limitada que sea, es especialmente peligroso, porque sus efectos pueden perdurar durante años. Es lo que pasó con la chicken tax , el impuesto al pollo, una disputa comercial entre Europa y EE.UU. iniciada en el verano de 1962 y cuyos efectos han llegado hasta nuestros días. Todo empezó con la puesta en marcha de la Política Agrícola Común en julio de ese año, que activó un incremento de los aranceles en Alemania Occidental sobre la carne de ave. Las ventas de los granjeros estadounidenses a ese país, que se habían disparado, cayeron a menos de la mitad en el primer semestre de 1963. Como está pasando ahora, el conflicto comercial se sumó a la sensación de que Estados Unidos estaba gastando demasiado en la seguridad de Europa. El entonces canciller alemán, Konrad Adenauer, recuerda en sus memorias que un senador de EE.UU. aseguró entonces que no veía porqué tenían que “enviar sus soldados a Alemania si este país no compraba sus pollos”.

Incertidumbre
Powell y Lagarde advierten que una guerra comercial recortará el crecimiento y disparará la inflación
Las negociaciones se alargaron durante más de un año pero finalmente, menos de dos semanas después del asesinato del presidente Kennedy, Washington respondió con unos aranceles del 25% sobre las importaciones de camionetas, una medida que tenía como diana las ventas de Volkswagen en EE.UU. Gracias en gran parte a la chicken tax sobre las camionetas extranjeras, que sigue en vigor, casi todas las pick-ups que se venden en Estados Unidos han sido fabricadas allí por marcas norteamericanas. General Motors, Ford y RAM (del grupo Stellantis) vendieron el año pasado el 80% de los modelos de ese segmento en el país. La respuesta de EE.UU. a los aranceles europeos fue deliberadamente limitada, pero acabó teniendo un impacto decisivo en la industria de Detroit, que gradualmente se concentró en ese muy rentable segmento de producción y dejó de lado la dura tarea de ganar competitividad en otros ámbitos frente a las emergentes marcas asiáticas. Si hay pocas cosas más americanas que las pick-ups, culpen pues a la chicken tax .