La motosierra de juguete de Starmer

Keir Starmer también ha sacado la motosierra, aunque la suya no es de tipo industrial como las de Javier Milei y Elon Musk, sino que en comparación casi parece de juguete. Pero no sólo una AK-47, una Glock o un cuchillo japonés de doble sierra son capaces de hacer mucho daño. Para sacarte un ojo basta y sobra con un tirachinas, una pistola de balas de fogueo o hasta una buena pieza bien afilada de la vajilla que te regalaron los suegros para la boda.

Después de un comienzo frígido de mandato, medio año en el que apenas consiguió mover los complejos engranajes de la Administración, el primer ministro británico, aunque ideológicamente en el polo opuesto al de Donald Trump y compartiendo pocas o ninguna de sus decisiones, ha contemplado admirado su capacidad disruptiva y de tomar medidas rápidas y radicales en poco tiempo. Y, con las barreras que conlleva un sistema mucho menos presidencialista que el de EE.UU, ha decidido imitarlo.

Si las directrices de la revolución de Trump están escritas en el llamado “Proyecto 25”, el “Proyecto Renovación” de Starmer es menos ambicioso, siendo en realidad un ajuste improvisado al deterioro de la economía, la incapacidad para generar crecimiento, los cambios geopolíticos, la necesidad de gastar más en defensa y la frustración de los votantes por pagar más impuestos para que, como en el Gatopardo de Lampedusa, cuanto más cambiaban las cosas, más seguía todo igual.

Los funcionarios que no cumplan unos objetivos mínimos serán empujados, estilo Musk, a la jubilación

Menos ambicioso, pero que igualmente ha desatado un tsunami político en Gran Bretaña y una batalla por el alma del Labour, igual que la han librado anteriormente los conservadores (con victoria del sector más a la derecha). En el caso del Partido que actualmente gobierna el país, los tecnócratas como Starmer (que son amplia mayoría) se enfrentan a los románticos empedernidos que dicen que la izquierda no sirve para nada si no está dispuesta a redistribuir la riqueza y fomentar una sociedad más igualitaria.

Unos y otros aceptan que las cosas no van bien y el país avanza a ritmo de caracol, lastrado por una raquítica productividad, una deuda pública que es el 96.5% del PIB (la de Alemania es el 60%) y cuyo servicio cuesta 120.000 millones de euros al año, un funcionariado que ha sido engordado como un pavo antes de Navidad (desde el Brexit se han creado 130.000 empleos adicionales), 22,6 millones de personas cobrando algún tipo de subsidio, 4,2 millones que reclaman ayudas por discapacidad (un millón adicional a raíz de la pandemia), y la dura realidad de que uno de cada ocho jóvenes de entre 18 y 24 años ni estudian, ni trabajan ni buscan trabajo. Muchos pasan directamente del colegio o incluso la universidad a vivir de los beneficios sociales. Starmer dice que está moralmente mal .

Bajo esos parámetros, el presupuesto del Estado de bienestar supera ya los 350.000 millones de euros anuales, y al ritmo actual, al final de la década, tan sólo la factura de las ayudas por discapacidad alcanzará los 100.000 millones. Es por eso que Starmer ha sacado su motosierra infantil, anunciando –en su versión del DOGE de Trump y Musk– que ahorrará seis mil millones anuales de los subsidios, reducirá su importe y pondrá requisitos más severos para obtenerlos (el abuso es enorme). Diputados del ala izquierda y oenegés se han llevado las manos a la cabeza advirtiendo que hay personas que perderán hasta mil euros al mes, individuos con problemas de movilidad a los que hasta ahora les daban un coche se quedarán sin él, y otros incapaces de lavarse, comer e ir al baño por sí mismos verán menguada su contribución. Organizaciones semiautónomas como la que gestionaba la sanidad pública (NHS England, con una plantilla de 20.000 personas) han sido desmanteladas.

El ala progresista del Labour se pregunta para qué sirve una izquierda que hace lo mismo que la derecha

Starmer está haciendo muchas de las cosas que los conservadores dijeron que harían y nunca hicieron, como reemplazar a funcionarios anquilosados por otros con más empuje y dispuestos a aplicar el programa del Gobierno de turno (es por lo que abogaba Dominic Cummings, el consigliere de Boris Johnson hasta que cayó en desgracia). El primer ministro, en su misión de reconfigurar el Estado, propondrá una jubilación voluntaria a quienes no cumplan una serie de objetivos, y quiere despedir a decenas de miles. Una auténtica escabechina.

Starmer ha enterrado el corbynismo soft y con traje de los primeros seis meses, con un nuevo estatuto para los trabajadores, la subida del salario mínimo, la nacionalización de los ferrocarriles, la imposición del IVA a las matrículas de los colegios privados y una subida de impuestos de 50.000 millones de euros, con el único guiño a la austeridad de la eliminación de las ayudas a los jubilados para pagar la energía. En su nueva cara, más de derechas, ha pegado un tajo a la ayuda exterior, las dimensiones del funcionariado y los subsidios sociales. Lo suyo tal vez no sea una motosierra, pero sí una desbrozadora, una cortadora de césped, una sierra de pértigas, una motoguadaña o al menos unas tijeras de jardín.

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