A finales de febrero, Elon Musk, jefe del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) de EE. UU., publicó en X una serie de mensajes cuestionando el estado de las reservas de oro en la legendaria base de Fort Knox. En uno de ellos, acompañado de un meme, incluso insinuó que el oro podría haber desaparecido de las bóvedas.
«Vamos a entrar a Fort Knox para asegurarnos de que el oro está ahí. ¿Sabías que vamos a hacerlo? Queremos revisar, espero que todo esté bien», dijo el presidente Trump en declaraciones a NewsNation. Sus palabras fueron luego retuiteadas por el fundador de SpaceX.
Muchos lo tomaron como una broma ingeniosa, pero la duda sobre la integridad de estas reservas ha alimentado teorías conspirativas durante décadas. Como es lógico, ese público quedó encantado con las insinuaciones de Musk.
Para empezar, Fort Knox se convirtió en el principal depósito de oro de Estados Unidos en 1937, cuando el gobierno trasladó allí una parte significativa de sus reservas al United States Bullion Depository, en Kentucky. En el contexto de la Gran Depresión, el objetivo era fortalecer el respaldo del dólar bajo el patrón oro, un sistema que en 1971 fue abandonado.
La última auditoría tuvo lugar en 1974, cuando un grupo de periodistas y miembros del Congreso tuvo acceso a las bóvedas. Desde entonces el acceso ha sido restringido y, las visitas, muy limitadas. En 2017, el secretario del Tesoro, Steve Mnuchin, visitó Fort Knox, pero no se realizó una verificación exhaustiva.
El secretismo del gobierno y la falta de auditorías han avivado las sospechas y preocupaciones del público. Dado que el tema ha vuelto a ser ampliamente comentado, considero relevante abordarlo con algo más de profundidad. ¿Qué ocurriría si no hubiera oro en Fort Knox? ¿Y si estas reservas se utilizaron para financiar operaciones secretas o, simplemente, fueron dilapidadas durante alguna de las crisis económicas?

El oro como reserva de valor
Antes que nada hay que entender qué papel juega el oro dentro de las reservas de nuestros países. Antes de la abolición del patrón oro, las monedas nacionales estaban respaldadas por reservas de este metal precioso. Esto implicaba que los gobiernos poseían una cantidad del metal equivalente al valor de su moneda en circulación.
No era poca cosa, sino más bien como un freno de mano para los gobiernos: limitaba su capacidad de hacer auténticos desastres monetarios al imponer una disciplina estricta sobre cuánto dinero podían emitir. En teoría, era posible cambiar papel moneda en los bancos por una cantidad fija de oro.
En EE.UU., hasta 1933, un dólar equivalía a aproximadamente 1/20 de una onza de oro. No obstante, había países «amigos» que necesitaban dinero, clientelismo que satisfacer, y, por supuesto, guerras y programas nucleares que requerían de financiamiento —el mantra del desempleo y de que la economía necesitaba «estímulos» es un verso—.
Eso no significa que aquel sistema fuera perfecto —si un país no podía acceder fácilmente a más reservas, su economía enfrentaba dificultades para crecer—. Sin embargo, la gente confiaba en el dinero porque sabía que existía un valor real detrás de él. Si un gobierno intentaba emitir más dinero del que podía respaldar, los ciudadanos tenían la opción de exigir oro a cambio. No era fácil generar un desastre económico de forma impune.
Hoy en día, el oro cumple un papel distinto dentro de las reservas de los países. Aunque sigue siendo un activo seguro al que recurren tanto naciones como inversionistas en tiempos de incertidumbre económica, su función ahora es más estratégica. Los bancos centrales lo mantienen para diversificar su portafolio, junto con divisas como el dólar, el euro, bonos y otras monedas, con el fin de mitigar el riesgo de depender exclusivamente de una moneda que no es la suya.
Una vez explicado esto, es posible imaginar lo que ocurriría si, un día, descubrimos que el oro estadounidense no está donde se supone que debería estar. Claro, esto dependería de quién revela la información y de qué tan confiables sean las pruebas presentadas —no estamos hablando de un país tan modesto como adepto a los escándalos semanales de corrupción—, pero si se tratase de una filtración verdaderamente masiva, el impacto sobre la moneda estadounidense sería brutal. Es decir, la narrativa que ha acompañado al dólar durante décadas, esa imagen de «seguridad que no ofrece ninguna otra moneda oficial en el mundo», comenzaría a desmoronarse de forma drástica.
Vale destacar que tampoco se debe subestimar la capacidad del gobierno para controlar la narrativa de los hechos, alegando, por ejemplo, que el oro fue trasladado a otras instalaciones y presentando «pruebas repentinas» sobre ello.
Ahora, en caso de que los políticos no consigan sostener este vendaval, liderado principalmente por la presión de los ciudadanos comunes, los inversionistas y los periodistas que, de manera justa, exigirían respuestas claras, es lógico suponer que el resultado sería un efecto «bola de nieve»: los mercados entrarían en pánico y el dólar sufriría un fuerte revés. Además, esto brindaría a Rusia y China el combustible necesario para intensificar sus esfuerzos en promover sus agendas antidolarización.
Es crucial entender que el verdadero riesgo no radica en la ausencia del oro en sí, sino en la pérdida de confianza que esto provocaría, que es, al fin y al cabo, la base sobre la que se asienta el sistema monetario global actual. Aunque no existen precedentes exactos de un país que haya hecho pública la desaparición de sus reservas de oro —sí rastros de gobiernos que han vendido grandes cantidades de este metal desde las sombras—, debemos tener en cuenta que el impacto de una situación como esa en Estados Unidos no sería comparable con lo que podría suceder en otras naciones, debido a la posición única que ocupa el dólar en la economía mundial.
Antiguamente, el oro era el ancla que prevenía desastres monetarios, ofreciendo una garantía tangible de que el dólar tenía un valor real. Hoy en día, aunque su rol ha pasado de ser esencial a secundario, sigue representando un símbolo de estabilidad en un mundo de monedas fíat. Si se confirmara que las bóvedas de Fort Knox están vacías, se perdería esa percepción de seguridad que ha sostenido al dólar como el referente indiscutido.
Bitcoin, libre de bóvedas secretas y tediosas auditorías, ofrece niveles de transparencia y soberanía financiera tan elevados, que atraería a muchos de los decepcionados si lo expuesto en este artículo llegara a ocurrir. Para mí, la creación de Satoshi Nakamoto celebraría una victoria, ya que la falacia de que necesitamos gobiernos para confiar en el dinero quedaría aún más expuesta.
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