
En 1952, el embajador irlandés en Washington, John Hearne, envió por mensajero al presidente Harry Truman en la Casa Blanca una caja que contenía un cuenco lleno de hojas de trébol, y la entrega del recipiente el día de San Patricio es desde entonces una tradición que simboliza y ratifica la amistad entre los dos países. Este año, en vista de cómo está el patio, las autoridades de Dublín han respirado aliviadas al comprobar que se hacía la ceremonia y que Donald Trump aceptaba el regalo.
La diáspora irlandesa en Estados Unidos ha sido enorme (hay más Murphys del otro lado del Atlántico que en Irlanda, un país de cinco millones de habitantes), y muchos presidentes hacen el peregrinaje a Cork o Galway para visitar la tierra de sus antepasados. Entre ellos no figura Trump, de ancestros bávaros y escoceses.
Donald Trump no siente especial simpatía por Irlanda, sino más bien todo lo contrario, aunque solo sea para llevar la contraria a Joe Biden y Barack Obama y no identificarse en absoluto con el más irlandés de los presidentes de Estados Unidos, John Kennedy. Y también porque los gobiernos de Dublín han tenido históricamente lazos mucho más estrechos con los demócratas que con los republicanos, y en la última campaña prominentes figuras del país apoyaron a Kamala Harris.
Y eso en líneas generales, porque, si se entra en el detalle de la política, las cosas son todavía mucho peores. Trump recrimina a Irlanda que tenga un superávit comercial de 70.000 millones de euros con Estados Unidos gracias a la presencia en su territorio de nueve de las diez grandes multinacionales farmacéuticas (la mayoría norteamericanas) y de empresas de alta tecnología y redes sociales, atraídas por un impuesto de sociedades de tan solo el 15% que les permite utilizar el país como una especie de aparcamiento de su valiosa propiedad intelectual, y desde allí exportar.
La Casa Blanca busca desestabilizar el país promoviendo el auge de personajes y grupos de extrema derecha
Trump ha dejado claro que le parece competencia desleal (lo mismo que el IVA, que es habitual en Europa) y que “no tiene sentido” que la pequeña Irlanda sea el cuarto país con un mayor superávit comercial con Estados Unidos después de China, México y Vietnam. Una cuarta parte de todas las exportaciones irlandesas son a los Estados Unidos y constituyen un 10,1% del PIB nacional (el promedio de la UE es el 2,9%).
El presidente norteamericano ha aceptado el cuenco con que le obsequió en Washington el taoiseach irlandés Micheál Martin (a Trump le hace gracia que su nombre se escriba y pronuncie en gaélico, y no Michael) y su número dos, J.D. Vance, lució en el reciente encuentro de San Patricio unos calcetines con hojas de trébol. Pero, esas cortesías al margen, en Dublín preocupa que no sea suficiente para evitar un zarpazo. La retirada de multinacionales como Apple, Facebook, Microsoft o Google y de las farmacéuticas sería un golpe devastador porque la economía de la isla depende de ellas, y podría ocurrir si Washington baja sustancialmente su propio impuesto de sociedades.
A Trump le irrita la estrecha relación de Dublín con destacados líderes demócratas como Biden y Obama
Si quiere evitar su ira, Trump pide a Irlanda para empezar lo mismo que al Reino Unido, la supresión de la tasa digital a las empresas de high tech de sus amigos Elon Musk, Jeff Bezos y Mark Zuckerberg y lo que él llama el “respeto a la libertad de expresión”, que quiere decir luz verde incondicional a las plataformas en contra del aborto, que cuestionan el cambio climático y dan voz a opiniones muy próximas al nazismo. El invitado de honor a la ceremonia inaugural y a la fiesta de San Patricio en la Casa Blanca fue un luchador de artes marciales, de ultraderecha llamado Conor McGregor, acusado de agresión sexual en Florida, cuyos abundantes tatuajes son objeto de admiración del presidente.
Otro tema por el que Irlanda ha perdido muchos puntos a ojos de Trump es el reconocimiento del Estado palestino y el apoyo a la causa por genocidio contra Israel presentada por Sudáfrica ante la Corte Penal Internacional (Netanyahu cerró en diciembre la embajada en Dublín como protesta). Y no ayuda que el gasto irlandés en defensa –resultado de su posición geográfica y tradicional neutralidad– sea solo del 0,22% del PIB, con diferencia el más pequeño de cualquier país europeo.
La agenda de Trump es promover a las fuerzas de extrema derecha en los países europeos donde ya las hay y crearlas en aquellos en los que están en estado de gestación, como Irlanda. Pero, hasta que esa estrategia fructifique, no le importa hacer el paripé y recibir un cuenco lleno de tréboles.