La guerra comercial entre China y EE.UU. no para de calentarse, pero en las sábanas se impone la más estricta guerra fría. La embajada estadounidense en Pekín, según ha trascendido, habría ordenado a su personal diplomático y administrativo que se abstenga de mantener relaciones amorosas o sexuales con mujeres chinas. También con hombres chinos.
El temor a que secretos de Estado caigan en manos de una Mata Hari oriental se acrecienta, a medida que la competencia entre las dos potencias se recrudece. Así lo revela la explosiva noticia de la agencia estadounidense Associated Press, que se cuida de ocultar sus fuentes. Según estas, fue el recién cesado embajador Nicholas Burns quien instauró estas medidas, tanto en Pekín como en los consulados de Shanghai, Cantón, Wuhan, Shenyeng y Hong Kong. En realidad, no se trata de una política nueva sino del endurecimiento de directrices anteriores. A mediados del 2023, en estas legaciones ya se prohibió oficiosamente el ligue entre funcionarios de carrera y personal subalterno local.
Los funcionarios con pareja china desde antes del veto deben pasar comprobaciones para poder conservarla
La cruzada contra la relajación de costumbres, siempre por motivos de seguridad nacional, no se ha comunicado oficialmente, pero sí verbalmente y electrónicamente, según Ap. La secretaría de Estado, que ocupa el caballero de la cruz en la frente, Marco Rubio, no ha hecho declaraciones.
La denominada “política de no confraternización” alcanza también a los familiares del personal estadounidense y a los empleados temporales con acceso a información privilegiada. Todo ello, al parecer, porque en el Congreso de EE.UU. hay un comité centrado en el Partido Comunista Chino que no pegaba ojo. Las reglas, repetían una y otra vez, no eran lo bastante estrictas.
Ahora, aquellos con relaciones sentimentales preexistentes deben pedir permiso a sus superiores para mantenerlas. Si este es denegado y el empleado se mantiene en sus trece, se le cambia el país de destino de forma fulminante. O se le pone una demanda.
Desde Washington se alega, en su defensa, que Pekín congela la promoción de los funcionarios chinos casados con extranjeros y les impide servir en el exterior.
El uso de mujeres guapas –y de hombres atractivos– como anzuelo para recabar información secreta es algo tan antiguo como la propia diplomacia. Moscú y Leningrado –hoy nuevamente San Petersburgo– debieron ser destinos terribles en su día, como la misma Habana, en que los diplomáticos occidentales ponían a prueba su virtud como San Antonio en el desierto.
Tras la caída del muro de Berlín, las cosas se fueron relajando a ambos lados y, durante más de veinticinco años, la tentación no fue necesariamente una trampa y ni siquiera pecado.
En la época cercana a los Juegos Olímpicos de Pekín 2008, chinas y chinos hasta eran animados desde los medios públicos a mostrar la cara más amable del país. Los extranjeros que residieron en China en aquella época –y hasta la llegada de Xi Jiping– todavía llevan la sonrisa en los labios.
Luego, las cosas empezaron a torcerse. EE.UU. empezó a echarse las manos a la cabeza (hoy está ya en la siguiente fase, la de echarse las manos a la cartera) ante la evidencia de que la nueva China era un rival mucho más serio de lo que nunca fue la URSS y de que además el Partido Comunista no tenía la más mínima intención de dejar el volante o hacerse el harakiri.
Hoy los extranjeros en China también se echan las manos a la cabeza. Por motivos no siempre confesables. La campaña moralizadora de Xi Jinping no se reduce a la persecución del juego y la corrupción burocrática.
Un autónomo con años de experiencia en Shanghai –hoy en Bangkok– se compadece de los amigos expatriados que dejó atrás, que acumulan quejas. “La presión ha llegado hasta las peluquerías. Dicen que ahora necesitan una hora de tren para tratamientos que antes tenían en el barrio”. La comunidad diplomática, aunque solidaria con esas cuitas sin final feliz, no puede bajar la guardia con tanto espía suelto.
En realidad, casi ninguna legación importante ha sido inmune al fenómeno, que según fuentes conocedoras afectó también a la embajada de España «hará unos veinticinco años, aunque el caso se tapó”. “En los ochenta y noventa era muy habitual y no solo afectaba a personal en servicio y diplomáticos, sino también a empresarios”, dice la misma fuente. Aunque nada se pueda comparar al amour fou ochentero del diplomático Bernard Boursicot, que dejó en pelota picada los armarios y cajones de la embajada de Francia por una cantante de ópera china, Shi Pei Pu, que en realidad era un espía travestido.
Pero donde las dan las toman. Y hoy alguno hasta intuye un cierto ánimo revanchista por parte del Gobierno chino, al que de vez en cuando le desaparece un ministro en combate.
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