En Ecuador, el tópico electoral de “cada voto cuenta” cobra todo su sentido.
El país sudamericano celebra este domingo la segunda vuelta de sus comicios presidenciales. Y la incertidumbre es máxima. Más de 13,7 millones de personas están convocadas a las urnas. Tendrán que elegir entre dos opciones antagónicas: el actual presidente, Daniel Noboa, heredero de la mayor fortuna del país; y la candidata de la izquierda, Luisa González, heredera del capital político del expresidente Rafael Correa, exiliado en Bélgica.
En la primera vuelta, celebrada en febrero, el enfrentamiento entre ambos se saldó con un empate técnico. Ahora las encuestas pronostican de nuevo un resultado muy igualado. El ganador, pues, podría decidirse por un puñado de votos.
La campaña de los dos aspirantes a la presidencia ha sido de bajo perfil, muy centrada en movilizar a sus bases. La polarización ha dejado huérfanos a los indecisos y desencantados con la política, que son legión en un país desangrado por la violencia y sumido en una profunda crisis institucional. El hastío de la ciudadanía ya quedó patente en la primera vuelta, cuando se registró un elevado porcentaje de votos en blanco y nulos –en Ecuador, es obligatorio votar–.
Elecciones reñidas
Los dos candidatos empataron en la primera vuelta, y los últimos sondeos insisten en esa igualdad
“Hay un hartazgo de todo este periodo electoral”, explica a La Vanguardia el politólogo ecuatoriano Rafael Silva. “En los últimos años, la gente no conoce otra cosa que elecciones. Y al mismo tiempo, hay una necesidad de tener claridad, de llegar al día de las elecciones para poder saber cuál va a ser el rumbo del país”. La cruda realidad apremia: Ecuador se ha convertido en uno de los rincones más peligrosos de Latinoamérica; el narco siembra el terror en las calles y se ha infiltrado en todas las capas del Estado.

Simpatizantes de Daniel Noboa en un mitin en Pelileo, el pasado 2 de abril
Los votantes ya saben qué pueden esperar de Noboa. El líder de la Acción Democrática Nacional ha estado poco más de un año al frente del Gobierno, y en ese tiempo ha transitado del centroizquierda del que hacía bandera antes de acceder a la presidencia a un populismo con toques autoritarios. Su gestión, condicionada por la dificultad para llegar a acuerdos en una Asamblea Nacional muy fragmentada, presenta más sombras que luces. A pesar de militarizar el país, ha sido incapaz de atajar la violencia; y episodios como la ruptura con su vicepresidenta, Verónica Abad, y el asalto a la Embajada de México en Quito para detener al exvicepresidente correísta Jorge Glas han empañado su imagen de joven promesa de la política. En el ámbito económico, las cosas tampoco han ido bien: el aumento del IVA, el estancamiento del empleo y una grave crisis eléctrica, con apagones de hasta 16 horas durante cuatro meses, han contribuido al rápido descenso de su popularidad.
Por su parte, González representa la esperanza del correísmo, el movimiento que alcanzó el poder por primera vez en el 2007 bajo la batuta de Rafael Correa, coincidiendo con una ola izquierdista en América Latina, y que logró mantenerse en el Gobierno durante casi 15 años. La aspirante a convertirse en la primera presidenta de Ecuador promete una “reinstitucionalización” del país, así como una mayor intervención del Estado en la economía y la sociedad. En definitiva, el recetario clásico de su partido, el Movimiento Revolución Ciudadana.

Cartel de apoyo a Luisa González en un mitin en Quito, este miércoles
El desafío de la inseguridad
Tanto si gana Noboa como si lo hace González, la violencia del narco marcará la acción del próximo Gobierno
La gran novedad que ha aportado González en campaña es su alianza con la formación Pachakutik, que quedó en tercera posición en la primera vuelta y que representa políticamente al colectivo indígena, distanciado durante años del correísmo. Sin embargo, está en cuestión la incidencia que tendrá este pacto en el resultado electoral. “No deja de ser un tema simbólico”, dice Silva, quien recalca que el movimiento indígena no es monolítico y que muchos grupos están en desacuerdo con el apoyo a González.
Más impacto podría tener el acercamiento de Noboa a EE.UU. El presidente se muestra como un aliado de Donald Trump, con el que se reunió en campaña para abordar una posible cooperación en materia de seguridad. Noboa incluso ha propuesto reformar la Constitución para permitir la apertura de una base militar estadounidense en el país, como la que existió hasta el 2009. “Este es un tema fuerte en dos segmentos de la sociedad civil”, dice Silva. “El primero es el empresariado. Y el segundo, el votante al que le interesa mantener el uso del dólar, muy extendido en el país”.
Gane quien gane, no tendrá un mandato plácido. Ya desde el momento en el que se sepa el nombre del nuevo presidente, advierte Silva, “va a haber mucho descontento”, porque el país está partido en dos. “El resultado va a ser tan ajustado que cualquier cosa puede estallar. Es muy fácil que la calle se caliente”, agrega el politólogo. Y luego está la cuestión del narco. Este inicio de año fue el más violento desde que se tiene registro, con un promedio de un asesinato por hora. En estas condiciones, la presidencia resulta un caramelo envenenado.