Trump: del sueño MAGA al apocalipsis

El contraste entre las imágenes de los ultrarricos, orgullosos, elegantes, atildados, en la toma de posesión de Donald Trump y su azoramiento estos días viendo desplomarse el valor de sus acciones evoca otro episodio histórico en el que los pudientes y poderosos, en este caso los de la Alemania de 1933, también pensaron que estaban aupando al poder a alguien que podrían domesticar, manejar y rodear de las personas adecuadas para que hiciera lo que a ellos les interesaba. El personaje que decía cosas terribles, eso no les importaba. Al fin y al cabo estaban de acuerdo en lo esencial, proteger a los ricos, aunque descubrirían que cada uno tenía su propia lista y los nombres no coincidían.

Ese alguien era Adolf Hitler y el ejecutor del plan fue el excanciller Franz von Papen, hombre de orden, ultraconservador, rico. Auguró que a Hitler lo iba “a empujar hacia un rincón de la habitación con tanta fuerza que va a chillar”. Al final, Von Papen salvó el pellejo de milagro. Veremos cómo acaban Elon Musk y el resto. El episodio, de momento parcialmente fallido, de los aranceles retrotrae el presente a los locos años treinta del siglo pasado. Pero hay más cosas con ese aroma.

Trump y sus secuaces están aplicando un programa que rivaliza en autoritarismo con los movimientos fascistas de aquella época. Partiendo de una profunda desconfianza hacia el Estado, similar a la de los nazis, los MAGA trumpistas desobedecen a los poderes públicos, sean jueces federales o reguladores: según ellos, están al servicio del deep state. Crean estructuras paralelas, ajenas a la Administración, para ejecutar sus planes. El papel de Musk y su DOGE es el mejor ejemplo, pero ni de lejos el único.

Como sus inspiradores, practica depuraciones sistemáticas, sobre todo en las universidades, la justicia, el Ejército, las fuerzas del orden, incluso la ciencia. El criterio es la lealtad al líder y a sus ideas. También despliega un ataque sistemático a las libertades básicas, para lo que impone en la práctica la ley de excepción. El último ejemplo: el decreto que pone en peligro el derecho al voto de millones de mujeres que cambiaron de apellido al casarse. También han encontrado sus judíos, los inmigrantes ‘comeperros’.

WASHINGTON, DC - MARCH 19: The seal of the United States Federal Reserve System is displayed ahead of a news conference with Chairman Jerome Powell following a Federal Open Market Committee (FOMC) meeting at the Federal Reserve on March 19, 2025 in Washington, DC. Despite uneasiness in global markets, Powell announced that the central bank#{emoji}146;s benchmark interest rate will remained unchanged at a range of 4.25% to 4.5%. Kevin Dietsch/Getty Images/AFP (Photo by Kevin Dietsch / GETTY IMAGES NORTH AMERICA / Getty Images via AFP)

La Reserva Federal emite los dólares que encarnan la hegemonía de EE.UU.

KEVIN DIETSCH / AFP

Esta semana, Trump ha lanzado su primer intento de liquidar el actual modelo de globalización. De momento se ha puesto de manifiesto que tal cosa no es posible sin un colapso financiero desbocado y destructivo y, casi con toda seguridad, sin una guerra a una escala desconocida. La elite económica de su país, esos ultrarricos que lo consideraban manejable, han movido ahora todas las palancas para pararlo. El primer golpe ha quedado en suspenso. Pero no liquidado.

El programa trumpista se resume en que el mundo pague las rebajas fiscales a los plutócratas

La pregunta es si Trump se ha detenido a las puertas de la hecatombe (lo del 2008 iba a ser una broma) y ha claudicado o simplemente volverá a la carga para ir hacia el apocalipsis. Hace más de cincuenta años ya ponía anuncios en los periódicos de Nueva York denunciado que el resto del mundo vivía a costa de EE.UU. No es un converso a la guerra comercial.

El problema real es que el sistema ha llegado al límite; el síntoma es la deuda descontrolada de EE.UU.. Pero no porque el dólar esté sobrevalorado y los chinos vendan mucho. Sobre todo porque es disfuncional. Una pirámide de poder con Wall Street en la cima, dirigiendo el flujo de capitales en el globo. Requiere una entrada ingente de dinero, en forma de dólares, procedente del resto del mundo, con la que los bancos de Wall Street (hay bancos de todas las naciones) prestan, financian gobiernos, compran empresas, reorganizan sectores, propulsan los líderes tecnológicos y financian el aparto militar. Esos dólares provienen de los propios norteamericanos, con ellos han pagado al mundo sus mercancías. Es el famoso déficit. El inconveniente es que sin él no habría billetes verdes con los que controlar el planeta. La Reserva Federal los imprime gratis y nadie duda (hasta esta semana) de su solvencia.

Trump pretende cambiar ese orden, reindustrializar EE.UU. (algo así como volver al siglo XIX), acabar con el déficit comercial y que el dólar siga siendo la divisa mundial. Imposible. Es complicado poner en pie un sistema alternativo que cumpla los requisitos exigidos: seguir gobernando el mundo; ser la gran potencia militar; tener la divisa mundial; albergar las empresas tecnológicas líderes y pagar aún menos impuestos. Trump es el matón, mientras los demócratas destilan parecido programa con las herramientas del soft power. Esta segunda vía se agotó con el mandato de Joe Biden. Por eso volvió el engreído Donald.

Él y su corte pretenden que el mundo pague más, mucho más, a EE.UU..Y las soluciones que están sobre la mesa van en esa dirección. Aunque sean delirantes. Y una parte del planeta se queja, en especial China. También Europa. Hasta el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, será un enemigo más de ahora en adelante.

Para el trumpismo, los aranceles serían un recurso contra el déficit, un impuesto al mundo, manteniendo la promesa de bajarlos a los más ricos en casa. Inviable, pues las tasas deberían ser de una magnitud tal, como la que anunció Trump y ha congelado, que acabarían con el comercio.

Hay precedentes históricos de maniobras para usar a tontos útiles que acabaron en catástrofes

Otros proponen que los bonos del Tesoro, los principales títulos de deuda, no venzan nunca, sean perpetuos y a bajo interés. Una suspensión de pagos informal que reduciría los intereses y aliviaría las cuentas públicas. Una vez más a cuenta del resto. Finalmente, queda la venta (y la compra obligatoria) de armas. Un negocio ya floreciente pero insuficiente dada la magnitud del déficit. El problema de Trump es que su plan es inviable, reaccionario. Necesita una dictadura en casa y fuera. O se lleva el mundo por delante o acabará degollado. Si renuncia se ganará el odio de su base MAGA.

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