El alcalde Collboni acaba de presentar el plan Barcelona Impulsa. Se trata de un constructo laberíntico que responde a 10 principios inspiradores (desde la perspectiva de género a la sostenibilidad ambiental) y que, aparte de la “visión” y la “misión” imprescindibles, “se centra en cuatro objetivos principales, que trabajan sobre diez sectores estratégicos” (desde “gestionar la economía del visitante” a “impulsar al sector agroalimentario”) al tiempo que “apuesta por ocho grandes zonas estratégicas que se convertirán en motores económicos de la ciudad” (desde “el eje Diagonal-Salud” al Besós, donde se pretende impulsar la “Industria creativa verde y circular”), todo ello complementado con 11 políticas transversales (desde el “cuidado de las personas” a la “autonomía estratégica”). Estamos en la página 17 del documento, y el lector, por muy buena voluntad que haya puesto, no puede sino sentirse extraviado.
Siguen 38 páginas de proyectos individuales colocados de tal modo que en una misma página encontramos proyectos tan dispares como la remodelación de la Rambla y la consolidación de un centro de excelencia para la investigación y la innovación en la Ciutadella, en una de ellas; o un programa de promoción de la alta restauración y la promesa de medidas para fomentar el reconocimiento de las mujeres en el ámbito científico, en otra. Un auténtico revoltijo.

El alcalde de Barcelona, Jaume Collboni, en la sede de la Unesco
Necesitamos un plan que nos diga cuánto quiere el Ayuntamiento que crezca el PIB per cápita
Se trata, pues, de la antítesis de lo que aconsejan las dos normas más elementales de la acción transformadora: jerarquizar los objetivos para centrarse en los prioritarios ( “focus, focus, focus” , dicen los americanos) y cuantificar los objetivos (“lo que no se mide no se puede mejorar”).
Buscando satisfacer estas dos normas, el lector se ve obligado a llegar a la página 63, donde el cortísimo apartado denominado “Impacto” le informa de que la aplicación del plan permitirá crear 180.000 puestos de trabajo e incrementar el techo de actividad en 1.800.000 m² en el área metropolitana. Más adelante, en el Anexo I, se le da a conocer la información de base que el plan ha tenido en cuenta: la evolución del PIB, de los precios, de los puestos de trabajo y poco más.
Pues hay que decir alto y claro que este análisis y el objetivo que se persigue son anacrónicos. Los problemas económicos y sociales de la gran Barcelona no provienen de que en las últimas décadas se hayan creado pocos puestos de trabajo o de que el PIB haya crecido poco. Se han creado demasiados puestos de trabajo (y de ahí la falta de vivienda) y el PIB ha crecido muchísimo. El problema es que la productividad no crece desde hace 30 años, y que, por tanto, tampoco lo hace el PIB per cápita, lo que nos aleja cada vez más de las ciudades europeas con las que nos comparamos.

Lo que necesitamos es un plan que nos diga cuánto quiere el Ayuntamiento que crezca el PIB per cápita de la ciudad en los próximos diez años y cómo se propone conseguirlo. Estamos muy lejos de tenerlo.