
Había expectación ayer en la rueda de prensa de Lagarde. Aunque nadie dudaba que el BCE iba a reducir por sexta vez los tipos de interés, dos aspectos generaban atención: qué esperar sobre los próximos pasos y qué medidas podrían utilizarse si la situación empeorara.
Sobre el primer aspecto, reiteró su tesis de adopción de decisiones en función de la última información disponible que permita mantener la inflación en el 2% en el medio plazo; y, respecto de otras medidas, el BCE ha reiterado que dispone de un amplio arsenal. Si las circunstancias lo exigen, el BCE podría utilizar el TPI (transmission protection instrument, 2020) para contener cualquier tensión que amenace alguno de los países que integran el euro.
El mundo ha entrado en una nueva etapa cuyo desenlace no se anticipa ni fácil ni rápido
El mundo ha entrado en una nueva etapa cuyo desenlace no se anticipa ni fácil ni rápido. Lo que cabe esperar en el corto plazo dependerá de la intensidad y extensión de las tensiones aparecidas en los mercados americanos de deuda y acciones. Y su estabilización, a su vez, de cómo América termine pactando las nuevas condiciones comerciales con el resto del mundo, quizás excluyendo a China.
Pero dudo que la sangre llegue al río. EE.UU. es poderoso. Y no solo militar o comercialmente sino, en particular, financieramente: por el dominio del dólar, por el potencial de sus bancos y mercados y, en particular, por el papel de la Fed como prestamista en última instancia del mundo occidental. Iniciado este en la crisis de 2008, se reforzó en la de 2020 con nuevas líneas de crédito a los bancos centrales que precisaban dólares para inyectar en unos mercados necesitados de liquidez. Aspecto crítico cuando, como sucede hoy de nuevo, ésta tiende a evaporarse y la independencia de la Fed se cuestiona.
En este contexto, Lagarde se agarra a las certezas: la inflación se ha moderado, los salarios se contienen y los precios de los servicios tienden a la baja. Cierto que, como afirma el propio BCE, las perspectivas de crecimiento se han deteriorado, tanto por el choque comercial como por la incertidumbre creada, lo que redundará en un endurecimiento de las condiciones de crédito. Y porque un euro que parece tender hacia los 1,20 dólares no es en absoluto positivo para los europeos. Además, y no hay que olvidarlo y Lagarde lo ha recordado explícitamente, el mandato del BCE es mantener los precios estables en el medio plazo. ¿Resultado? Una moderada reducción de tipos.
Ya dijo el clásico aquello de que en tiempo de tribulación, y este sin duda lo es, no hay que hacer mudanza. Por ello, lo decidido ayer es más de lo que venimos observando desde hace años: esperar a ver cómo se comportan inflación y salarios y cómo se transmite la política monetaria. Pero con una diferencia radical con el pasado: el mundo ha cambiado de rasante, y la incertidumbre que nos rodea quizás obligue más temprano que tarde a modificar este rumbo.