
Muchas personas con las que hablo tratan de encontrar alguna racionalidad a las decisiones económicas del presidente Trump. Una de las ideas que circula es que tal vez quiera provocar una recesión, que sería de corta duración, para de este modo afrontar las elecciones a la Cámara de Representantes del otoño del 2026 con una economía en plena recuperación. Esta hipótesis sería plausible si la recesión, que siempre es dolorosa, aunque sea breve, sirviera para ganar definitivamente la batalla contra la inflación. Pero esto no es lo que está haciendo Trump al subir aranceles, ya que estos aumentan los precios.
Una recesión generada aposta exigiría una contracción del gasto público que redujera el déficit de las administraciones públicas. Esta política provoca daños a corto plazo debido a la caída de la demanda, pero tiene un efecto beneficioso a largo, especialmente en momentos como el actual en el que los inversores dudan sobre la sostenibilidad de la deuda pública americana. Además, este tipo de medidas fiscales permitiría a la Fed bajar los tipos de interés y suavizar así el impacto negativo en la demanda. Los inversores privados también contribuirían a aminorar los efectos recesivos de la caída del gasto, ya que disminuiría la presión al alza en los tipos a largo plazo, puesto que habría más apetito para comprar deuda de los EE.UU.
De manual
Haidt seguía la estela de Hume, para quien la razón era siempre esclava de las pasiones; Trump se deja llevar por sus pasiones en todo
Pero esto no es lo que ha hecho el presidente Trump. Su política no es racional y es inútil buscarle una explicación lógica. Sus decisiones se basan en impulsos emocionales: sus ansias de poder, su necesidad de ser adulado y admirado y sus prejuicios. Como la arcaica y errónea creencia de que un país que importa más de lo que exporta está en decadencia.
Jonathan Haidt escribió hace unos años un libro muy recomendable, The Righteous Mind , traducido al español como La mente de los justos (Deusto). En él, usa la metáfora del jinete que cabalga un elefante para resaltar que las personas nos dejamos llevar por las emociones (el elefante) y luego tratamos con la razón (el jinete) de justificar nuestros actos. En el caso de Trump, esa justificación tiene un éxito descriptible. Haidt seguía la estela del filósofo David Hume, para quien la razón era siempre esclava de las pasiones. Donald Trump se deja llevar por sus pasiones en economía, al igual que en otras cuestiones. Su orgullo herido como americano de raza blanca que añora el papel dominante que este grupo social había ejercido antaño en la sociedad americana explica en gran medida sus decisiones de las últimas semanas en los temas raciales y culturales.
Pero volviendo a la economía, muchos se preguntan: ¿no hay nadie en la Administración Trump que comprenda las leyes más elementales de la economía? Hasta cierto punto, seguro que sí. Lo que ocurre es que el Gobierno estadounidense cada vez se parece más a una corte real. Nadie se atreve a decirle al rey que va, intelectualmente, desnudo.