
La cafetera italiana de toda la vida es de propiedad china desde hace unos días. Un fondo luxemburgués controlado por capital chino acaba de comprar la empresa que desde hace decenios fabrica la célebre cafetera Moka, patentada en 1933 por el ingeniero Alfonso Bialetti. En un principio fue un pequeño negocio. Un destello de ingenio bautizado con el nombre de un legendario puerto yemení (Mocca) dedicado al comercio del café arábico. La machinetta, una cafetera de dos cuerpos octogonales fabricada en aluminio, empezó a venderse en los mercados locales del Piamonte. Poco a poco fue ganando fama hasta convertirse en símbolo del diseño y del ingenio italiano. La Vespa, el Fiat 500 y la Bialetti.
En millones de hogares de todo el mundo hay una cafetera italiana, original o copiada. Pero un día llegaron las cápsulas de aluminio de una afamada firma suiza y cambió la manera de preparar el café en casa o en la oficina. El ingeniero suizo Eric Favre, un apasionado del café expreso italiano, trastocó el negocio con la ayuda de George Clooney. El año pasado, Bialetti, que fabrica en Rumania, cerró con pérdidas y el capital chino ha adquirido la marca. La cafetera italiana es ahora propiedad del magnate Stephen Cheng, con residencia en Hong Kong. Signo de los tiempos.
El mismo día en que a Italia se le iba la cafetera de las manos, la primera ministra Giorgia Meloni viajaba a Washington con un objetivo muy especial: recibir la bendición del presidente estadounidense Donald Trump sin que ello fuese leído como un acto de traición a la Unión Europea. Esa operación también requería ingenio y un buen diseño. Y la complicidad del anfitrión. Podríamos decir que lo ha conseguido.
Meloni fue astuta. Evitó crear grandes expectativas en los últimos días, difundió durante semanas que estaba en permanente contacto con la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y dirigió sus dardos contra el presidente de la República Francesca, Emmanuel Macron, por su afán de protagonismo en la política internacional. “Si Macron viaja a Washington para buscar una interlocución directa con Trump, ¿por qué no lo puedo hacer yo?·” También dio a conocer su mal humor por el reciente viaje de Pedro Sánchez a Pekín: “¿Por qué todos sospechan de mi viaje a Washington y nadie [en la Unión Europea] se mete con Sánchez por haber viajado por su cuenta a China?”. Meloni preparó a conciencia el viaje y su anfitrión le trató el pasado jueves con gran amabilidad. Después de ser recibida en la Casa Blanca, y después de entrevistarse ayer en Roma con el vicepresidente JD Vance, de viaje de vacaciones con motivo de la Semana Santa, puede afirmarse que la primera ministra italiana ha comenzado a dibujar un cierto ‘estatuto’ de Italia en las muy problemáticas relaciones entre Estados Unidos y la Unión Europea. Estatuto de ‘aliada predilecta’, cuyo contenido aún no está del todo definido. No está muy claro que ha obtenido Meloni de Estados Unidos, aparte de muchas lisonjas. En los próximos días y semanas sabremos más del contenido material de esa reunión. En estos momentos es un ‘estatuto escénico’. Roma compite con París. En un país que ama mucho la teatralidad eso no es poco.

Estamos, por tanto, ante una vivaz asimetría italo-española. Hace una semana, Pedro Sánchez viajaba a Pekín para dibujar también una cierta ‘singularidad’ española en el escenario internacional, mientras Estados Unidos y la República Popular China escalaban la guerra de los aranceles. Asumiendo riesgos que sería una necedad negar, el presidente español venía a decir que no le tiene miedo a Trump. Pese al enrarecimiento de la situación internacional, Sánchez decidió no anular ni aplazar un viaje en el que llevaba trabajando desde hacía meses. El presidente chino Xi Jinping agradeció el quijotesco gesto español y dentro de un tiempo veremos en qué se traduce esa gratitud.
En medio del gran temporal, España está estableciendo una relación especial con China, sin adherirse formalmente a la Nueva Ruta de la Seda, el más ambicioso plan estratégico chino para el siglo XXI, en el que el gigante asiático ofrece mejores cuotas de mercado a sus socios a cambio de su participación en determinadas infraestructuras de alto valor para el comercio internacional como son los puertos. Estamos hablando del célebre ‘collar de perlas’: una sucesión de puertos gestionados total o parcialmente por empresas chinas en el océano Índico, en la costa oriental de África, en el Mediterráneo, en el Mar del Norte y en algunos puntos del Atlántico, con una especial significación de los dos puertos ubicados en las dos entradas del canal de Panamá. China ofreció a España adherirse a la Nueva Ruta de la Seda en 2018, y el primer Gobierno Sánchez, recién constituido, dijo no. En caso de haber llegado a un acuerdo, China posiblemente estaría controlando en estos momentos la gestión del puerto de Algeciras.
La dinámica que el Gobierno español está negociando ahora con China aún no tiene nombre. ‘Socio comercial bien tratado en tiempos de tormenta internacional y mala cara de Estados Unidos’. Este sería el concepto. Meloni busca el estatuto de país europeo especialmente protegido por la Casa Blanca. Sánchez se dedica al equilibrismo. Esta misma semana, el ministro Carlos Cuerpo ha viajado a Washington para entrevistarse con el secretario del Tesoro, Scott Bessent, personaje que según diversas fuentes está ganando peso en el equipo de Trump después del frenazo de los aranceles a granel. Cuerpo envió un mensaje voluntarioso después de la reunión. Por el contrario, el comunicado norteamericano fue seco y áspero, reclamando a España que aumente el gasto militar y se abstenga de cobrar tasas especiales a las empresas tecnológicas estadounidenses. Esta misma semana, el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, se entrevistaba con su homólogo marroquí, Naser Burita, para enviar una señal tranquilizadora sobre las relaciones con el vecino del sur, que será especialmente protegido por la nueva administración norteamericana.

Más allá de las lisonjas, ¿qué ha dado de sí la visita de Meloni a Washington? Como decíamos antes, no se ha abierto una negociación ‘específica’’ entre Italia y Estados Unidos sobre los aranceles. No, que se sepa. Eso habría provocado una durísima reacción de la Unión Europea. Con una deuda pública del 140% del PIB, el gobierno italiano ha de ir al tanto con Bruselas. Inteligentemente, Meloni pinchó ese globo antes de cruzar el Atlántico. La primera ministra se ha comprometido públicamente a tres cosas, bien por escrito (comunicado oficial), bien verbalmente ante la prensa: aumentar las compras de gas natural licuado a Estados Unidos, aumentar los gastos en defensa, alcanzado el 2% del PIB este año, y promover la inversión empresarial italiana en el mercado de Estados Unidos. Por su parte, Trump ha aceptado la invitación de visitar Roma en los próximos meses, dejando abierta la posibilidad de que en el curso de ese viaje haya un encuentro con representantes de la Unión Europea. Compromisos concretos a cambio de ventajas escénicas. ‘Italia, mediadora’. Compromisos materiales a cambio de una agenda política útil para el debate interno.
Para contentar a Trump, Meloni lanzó la siguiente frase en la Casa Blanca: “Quiero que Occidente sea grande de nuevo”. Dos días antes, Von der Leyen había declarado: “El Occidente que yo he conocido ha dejado de existir”.
La nueva asimetría España-Italia tendrá consecuencias. De entrada, una competición de creatividad contable para ‘aumentar’ el presupuesto de Defensa al 2% del PIB sin provocar una crisis social. Son días escénicos en Roma, con la cafetera Bialetti en el zurrón de los mercaderes chinos. Después de la audiencia de Trump, las vacaciones romanas de Vance, que incluyen una entrevista con el secretario de Estado de la Santa Sede, Pietro Parolin, con la cuestión de Ucrania sobre la mesa. Roma compite estos días con París. En España, Semana Santa de toda la vida, con Mazón y Ábalos quemando en los braseros.
Y en Mocca vuelan los mísiles.