La revolución tecnológica prometía liberarnos del trabajo rutinario. Sin embargo, la realidad ha dado un giro irónico: en lugar de ganar más tiempo libre, estamos cada vez más atrapados en un sistema donde los humanos hacen lo mecánico y las máquinas, lo creativo. Así lo advierte el profesor de negocios y divulgador Pablo Foncillas.
“Pensábamos que los algoritmos se encargarían del Excel de los lunes, mientras nosotros componíamos óperas o escribíamos novelas”, señala Foncillas. Pero ha ocurrido lo contrario: la inteligencia artificial no solo asume las tareas tediosas, también crea arte, música y literatura con una eficiencia desconcertante.

El experto en gestión Pablo Foncillas (La Vanguardia)
Mientras las máquinas pintan cuadros que conmueven y escriben textos complejos, los humanos ajustan bases de datos y supervisan automatizaciones. El humorista Karl Sharro ya lo resumía años atrás: “Queríamos que las máquinas hicieran el trabajo duro para dedicarnos al arte, pero ahora hacemos tareas aburridas para que ellas diseñen y creen obras maestras”.
La paradoja es clara: las herramientas que diseñamos para liberarnos nos han convertido en sus asistentes. “La pregunta ya no es qué nos diferencia de la IA, sino qué nos hace imprescindibles”, concluye Foncillas. Y la respuesta podría estar en lo que las máquinas aún no saben imitar: nuestra intuición, empatía y capacidad de hacer algo solo por el simple hecho de sentirlo.