De la cojera de Trump a la reverencia de Macron: las anécdotas del funeral de Francisco

El papa Francisco descansa en paz en la iglesia de Santa María La Mayor, como era su deseo. Y, como fue su deseo y voluntad, su funeral ha abierto una puerta a la paz y a la conciliación. “Gracias por devolverme a la plaza de San Pedro”, le dijo —qué lejos queda— a su enfermero hace seis días, cuando se despidió de los feligreses en el Domingo de Resurrección. “Gracias por traernos a la plaza de San Pedro”, parecen haber dicho los líderes mundiales, por la oportunidad para el acercamiento. Diplomacia Vaticana, le llaman.

Una Diplomacia Vaticana que se rige en francés. Y por eso y por ese idioma Estados Unidos ha sido États-Unis, y no United States, lo que ha ubicado a Donald Trump en primera fila del funeral, junto al Rey Felipe. Los líderes mundiales han sido ordenados por el alfabeto, y no por la fuerza. Ese alejamiento alfabético, sin embargo, no ha alejado a United States de Ucrania. La foto civil del funeral Francisco ha sido, sin duda, el encuentro entre Zelenski y Trump, solos ambos, sentados en sillas, bajo el techo de San Pedro.

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Pancarta desplegada en San Pedro durante el funeral de Francisco.

ALBERTO PIZZOLI / AFP

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Fuera, 250.000 personas llenaban la Plaza de San Pedro sin poder atender a las necesidades más básicas. Las colas se iniciaron de madrugada y los baños escaseaban. O no existían directamente. Las carreras de relevos para no perder el sitio y no desfallecer de incontinencia han sido frecuentes.

Pero si volvemos a las fotos del funeral, otra ha llamado la atención. La de, de nuevo, Zelenski rodeado de Trump, Starmer (primer ministro británico) y Emmanuelle Macron (presidente de Francia). El encuentro, que se presumía improbable, ha ocurrido y ahora la paz entre Kyiv y Moscú tras cuatro años de guerra parece posible. Por eliminación, otra imagen que queda del funeral de Francisco es la de Putin. Solo, en el Kremlin, alejado. Como un extraño.

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Zelenski, Starmer, Macron y Trump, en el funeral de Francisco. 

Uncredited / Ap-LaPresse

Reverencia republicana

La retransmisión del funeral a escala global ha permitido percibir detalles menores. Hay quien se ha fijado en que el luto riguroso de Melania Trump —mantilla incluida, que ya usó en la visita a Francisco en 2017— chocaba con el traje azul de su marido, llamativo entre el sobrio negro del resto de los líderes mundiales. En Francia, la reverencia de Macron ante el féretro de Francisco ha arqueado cejas de los que creen que un presidente de una república laica no debe rendir pleitesía a un líder religioso. Quizá el gesto de Macron escondía más de gratitud que de obediencia.

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También se ha visto —o la cuenta en X de Wikileaks ha dejado ver— a Julian Assange, con su familia. Stella, la mujer del periodista, ha dicho que la visita a San Pedro era obligada porque Francisco ofreció El Vaticano como refugio a su marido. En la plaza, sin embargo, más que asilo se pedía agua. El calor romano apretaba y, entre algunos fieles, se perdió el decoro de la vestimenta.

La gala y el luto, no obstante, no fueron una prioridad para el Papa. Ni siquiera pensando en su funeral: Francisco no quiso ser enterrado con calzado rojo, que simboliza la sangre de los mártires, sino que pidió llevar sus zapatos de siempre. Negros, gastados, baratos: las botas del pescador.

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El féreto abierto de Francisco, el pasado jueves, permite ver su calzado.

Simone Risoluti / EFE

En Estados Unidos ha llamado la atención la aparente cojera de Trump bajando las escaleras de San Pedro. El presidente de EE.UU. tiene 78 años, y su salud—aunque él lo niegue— es tan imperfecta como el resto de los mortales. Su encuentro con Meloni fue discreto, pero no así el de la primera ministra italiana con el presidente argentino Javier Milei. El compatriota del Papa aseguró que había tenido ocasión de disculparse ante Bergoglio, al que llamó “zurdo de m…” en algún momento de excitación. “Al Papa le hicieron más de izquierdas los otros”, escribía Jordi Évole en La Vanguardia esta semana.

El Papa humano

El pasado 6 de abril, Jubileo de los Enfermos, Francisco hablaba así: “La enfermedad es una de las pruebas más difíciles y duras de la vida, en la que percibimos nuestra fragilidad, incluso en estos momentos, Dios no nos deja solos”. Había pasado casi 40 días en el Hospital Gemelli de Roma, y de su flaqueza hizo una muestra de fuerza.

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Uno de los misterios del catolicismo es la doble naturaleza de Cristo: es Dios, pero es también un ser humano. No, en parte, sino completo. El poder humano, a veces, se diviniza, y hay líderes mundiales que —parece— se sienten llamados a la grandeza. Francisco fue humano, muy humano. “Demasiado humano”, según una pancarta que se leía en San Pedro. Y quizá por eso el cónclave civil de su funeral olía a esperanza.

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