Hace una semana se presentó en Roma con la intención de apoderarse de los funerales de Francisco. En parte lo consiguió. La escena con Volodímir Zelenski en el interior de la basílica de San Pedro, a pocos metros del féretro, rivalizó con las imágenes del gentío congregado en la plaza. Le dijo a Emmanuel Macron que no se sentase con ellos, confesó a Zelenski, se adormentó un poco durante la ceremonia y se fue.
Una semana después, Donald Trump ha regresado virtualmente a Roma. Durante la madrugada del sábado colgó en su red social (Truth Social) una imagen generada por IA en la que aparece vestido de Papa, levantando un dedo a modo de admonición. La imagen fue difundida por la cuenta oficial de la Casa Blanca.
La pantomima no bendice, advierte. ¿A quién? A los 133 cardenales que el próximo miércoles se encerraran en la Capilla Sixtina para elegir al sucesor de Francisco. Es una broma, pero va más allá de la parodia. Es una befa con mensaje político.

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Trump nos comunica varias cosas. La primera de ellas que la política en el siglo XXI es radicalmente iconográfica. El primer mandamiento del credo trumpiano dice: “Capturarás la atención por encima de todas las cosas”. El segundo: “Amarás la saturación como a ti mismo”. El tercero: “Inundarás el espacio público para inmovilizar a los que te contradicen”. El cuarto: “Te burlarás de todos”. El quinto: “Matarás la universalidad del mundo”.
Se dibuja un nuevo dilema para el cónclave: con el Imperio o lejos del Imperio
La Iglesia católica conoce bien la economía de la atención puesto que durante siglos ejerció un gran control sobre la difusión de las ideas y las imágenes. Un control casi absoluto que llevó a la hoguera y a las mazmorras a bastante gente. La estatua de Giordano Bruno, ejecutado por hablar de un universo infinito, nos lo recuerda en la plaza del Campo dei Fiori de Roma. En los primeros siglos del cristianismo hubo una dura pugna entre los defensores de las imágenes y los iconoclastas. Ganó la imagen. El cristianismo es una religión muy rica en imágenes. El barroco, respuesta católica a la austeridad protestante, puso el mármol en movimiento y generó retablos impresionantes. Esa captura de atención sólo la podían superar las grandes manifestaciones de masas y el cine, como así fue.
De regreso a Washington después de haber protagonizado la escena de San Pedro, Trump dijo: “He estado en la oficina más bella que haya conocido jamás”. Al cabo de siete días emite una imagen disfrazado de Papa y la cuenta oficial de la Casa Blanca la difunde urbi et orbe . Está provocando al Vaticano. Lo está troleando , dicho en lenguaje contemporáneo.
Está jugando con el viejo antipapismo del protestantismo anglosajón, que desembarcó en Norteamérica con lecturas literales de la Biblia. Aunque no es practicante estricto, el presidente asistió de joven a los oficios de la Iglesia Presbiteriana de Nueva York, hija del calvinismo. Sinceramente, sería muy difícil calificar a Trump de calvinista. En 2015, en víspera de su primera campaña electoral, se inscribió en la Iglesia Reformada de América del estado de Florida, también de origen calvinista, para captar votos entre los evangélicos blancos y conservadores.
La imagen difundida ayer provocó la repulsa de algunos cardenales estadounidenses. Complicada papeleta para los cardenales Raymond Burke, principal exponente de la corriente tradicionalista, y Timothy Dolan, arzobispo de Nueva York, destacado conservador. Queda por saber cual es la opinión del vicepresidente JD. Vance, católico converso desde hace siete años, y la del secretario de Estado Marco Rubio, también católico muy devoto. La primera reacción del vicepresidente Vance ha sido la de intentar quitarle hierro a la befa de Trump. Se trataría de una ‘broma’ sin mayor trascendencia. El insólito mensaje de la Casa Blanca acumulaba ayer 67 millones de visualizaciones.
Si George W. Bush hubiese aparecido disfrazado de Papa después de la muerte de Juan Pablo II en 2005, a José María Aznar se le habrían fundido los plomos y el Opus Dei habría entrado en fibrilación. Si Barack Obama hubiese hecho lo mismo después de la renuncia de Benedicto XVI en 2013, la bronca habría sido fenomenal. Es imposible imaginarlo. Esa imposibilidad de visualizarlo resume el cambio que está viviendo el mundo.
Publicaciones conservadoras de Estados Unidos monitorizan el cónclave al detalle
Estados Unidos se está volcando en el cónclave de Roma (véase La Vanguardia del pasado 24 de abril). El nuevo grupo dirigente estadounidense quiere influir en el rumbo de la Iglesia católica, entidad religiosa de carácter universal. Quieren acotar su universalismo. Ante la progresiva segmentación de la globalización económica, el eclipse de la Organización de las Naciones Unidas y el estrés que sufren diversas organizaciones de carácter internacional, la Iglesia católica aparece hoy como una de las últimas realidades del universalismo, gracias al fuerte efecto referencial del Papa de Roma. El nuevo grupo dirigente estadounidense quiere tener esa referencia bajo control.
Trump lo expresa teatralmente. Vance, con citas de san Agustín. Marco Rubio, con cruces de ceniza en la frente. Y por debajo, una red de publicaciones católicas conservadoras monitorizando el cónclave. El portal de internet The College Cardinals Report, clasifica a todos los cardenales según su posición sobre los temas más sensibles. Acaban de estrenar la versión en italiano, lengua franca de la mayoría de los cardenales, para que todos puedan revisar el fichero. Hay bastante dinero invertido en ese portal. Dinero no falta en ese circuito. Las finanzas del Vaticano, hoy en déficit, han contado en las últimas décadas con dos espléndidos manantiales: Estados Unidos y Alemania. La fuente norteamericana está disminuyendo su caudal.
La befa de Trump transporta un mensaje de fondo: la Iglesia católica debe obedecer
El mensaje es claro: si no se obedece, menos dinero, tensión y befas. Eso es lo que dice el dedo admonitorio de Trump.
Se está trazando un nuevo dilema en este cónclave que puede desdibujar la vieja línea divisoria entre progresistas y conservadores. Con el Imperio o sin el Imperio. Es la trampa carolingia sobre la que advertía hace unas semanas Alberto Melloni, historiador de la Iglesia y autor de un interesante libro sobre la historia de los cónclaves. Melloni sostiene que Estados Unidos pretende igualar la relación que el viejo imperio carolingio tenía con el Papado. Apoyo mutuo o beligerancia.
“No comment”, dijo ayer el portavoz de la Santa Sede al ser preguntado por la befa de Trump. Y añadió: “Las congregaciones generales [reuniones de cardenales previas al cónclave] esperan un Papa profético que no se encierre en el Cenáculo”. Traducido: un Papa que hable al mundo y no se encierre dentro de la Iglesia.