León XIV, continuidad y puentes

El sol ya se ha puesto sobre Roma cuando Robert Francis Prevost entra en Santa Marta para cenar. Los cardenales, sentados a la mesa con él, ya lo llaman León, el nombre que eligió menos de una hora antes para dar la primera señal de su pontificado. Su predecesor, que tanto lo había apoyado en los últimos años, vivía precisamente en esta residencia, y la idea de una transmisión de poderes se impone en la mente de todos.

La elección del nombre evoca la dignidad de los trabajadores y la doctrina social de la Iglesia

Afuera, la gente no abandona la columnata berniniana; los cantos y bailes continúan durante toda la noche. Todo había comenzado al caer la tarde, con un grito repentino e inesperado: “¡Es blanca!”. Pasaban apenas unos minutos de las seis de la tarde y miles habían llegado a la plaza de San Pedro, una multitud dispuesta a presenciar el rito que se cumplía, aunque convencidos de que tendrían que esperar algunas horas más en otra noche primaveral. Los más experimentados miraban con atención: el primer humo siempre es claro, pero luego toma tonos más oscuros. Pero esta vez no, era blanca. Las campanas repicaron con alegría, incluso las iglesias cercanas se unieron. Roma tenía un nuevo obispo y la Iglesia, un nuevo pontífice. “¿Pero quién es?”. Después de más de una hora de suspense, la pregunta seguía resonando en la plaza.

En su primer discurso destacan la sinodalidad y conceptos cuestionados por los conservadores

Cuando Dominique Mamberti, el arzobispo corso encargado de anunciar al nuevo pontífice, apareció en la logia central de la Basílica y proclamó en latín el nombre del nuevo Papa, “Robertus Franciscus”, la sorpresa fue aún mayor que una hora antes. ¿Quién es ese “cardinalem Prevost”? Ni siquiera los numerosos estadounidenses presentes en la plaza lo sabían. “¿Es americano?”. Dos obispos, en el centro de la plaza, tranquilizaron a todos y pronto fueron entrevistados por las decenas de enviados de televisión dispersos entre la multitud. Ni siquiera Google fue de ayuda, porque los teléfonos –otra suspensión de la modernidad– no tenían señal para garantizar el secreto del cónclave.

Su intervención en las reuniones previas al cónclave dejó una fuerte impresión entre los cardenales

Las cámaras enfocaron, tal vez de manera algo implacable, a Pietro Parolin, quien había entrado en el cónclave como papable y salió como cardenal. Pero la sonrisa relajada del prelado italiano parecía confirmar el rumor de que entre los votos para Prevost estaban también los suyos y los de muchos de sus seguidores. Los fieles más cultos captaron de inmediato la referencia en la elección del nombre: León XIII, es decir, el papa de la doctrina social de la Iglesia, con la encíclica Rerum novarum , que no solo defendía la propiedad privada sino también la dignidad de los trabajadores, la colaboración entre clases sociales y el papel moderador del Estado para garantizar la justicia y la solidaridad. Más tarde, fuentes vaticanas subrayaron que la elección no era casual: “En tiempos de inteligencia artificial”.

El giro decisivo llegó con el almuerzo del segundo día del cónclave y el retiro del italiano Parolin

La plaza, asombrada y emocionada, se animó cuando el nuevo Papa, tras invocar “una paz desarmada y desarmante”, citó inmediatamente a su predecesor. Menos de veinte días antes, justo frente a esta Basílica, Francisco hacía su última aparición antes de morir, y León lo recordó: “Todavía conservamos en nuestros oídos aquella voz débil, pero siempre valiente, del papa Francisco, que bendecía a Roma y al mundo entero aquella mañana del día de Pascua. Permítanme continuar con esa misma bendición”. La continuidad, pues, fue declarada y mostrada para no dejar lugar a dudas. La herencia de Jorge Mario Bergoglio también se notó en la referencia a la llamada “sinodalidad”, es decir, la colegialidad en la gestión del poder de la Iglesia, que tantas oposiciones había encontrado dentro de la curia. Y, sin embargo, Prevost volvió sobre este concepto: “Queremos ser una Iglesia sinodal, una Iglesia que camina, una Iglesia que siempre busca la paz, busca siempre la caridad, busca siempre estar cerca especialmente de quienes sufren”. Luego, un pasaje en español para “mis amigos de la diócesis de Chiclayo, en Perú”. Ninguna frase, en cambio, en inglés.

En Roma, el rumor de que el cónclave estaba llegando a su fin había circulado durante horas, especialmente por el hecho de que en la mañana se había avanzado mucho más rápido que el día anterior, lo que se consideró una señal de que un acuerdo estaba cerca. De hecho, Giovanni Battista Re, el decano de los cardenales, lo había dicho bastante claramente por la mañana: “Hoy habrá fumata blanca”. Y a un prelado que lleva casi sesenta años en la curia romana, al menos hay que tenerlo en cuenta.

Según las primeras reconstrucciones, el almuerzo de ayer habría sido decisivo. Pietro Parolin, el secretario de Estado y favorito al inicio del cónclave, no lograba aumentar sus apoyos. Así, siempre según las primeras versiones, después del café, a la cuarta votación, los electores más influyentes optaron por una segunda opción, ya no Luis Antonio Tagle, sino el nombre que podía representar la continuidad y, al mismo tiempo, el consenso. Muchos, en los días previos al cónclave, consideraban que Prevost podía ser la elección capaz de reunir un consenso amplio, al combinar una sólida trayectoria pastoral con un profundo conocimiento de la curia, además de su identidad nacional múltiple: raíces familiares europeas, nacido en Chicago y con una prolongada labor en América Latina. Esta percepción se reforzó tras su intervención en las reuniones previas al cónclave, que dejó una fuerte impresión entre los cardenales.

El calendario ya contempla algunos compromisos. Hoy, León XIV celebrará una misa en la Capilla Sixtina, el domingo rezará la oración del Regina Coeli desde la logia central de la Basílica de San Pedro y el lunes se reunirá con los numerosos periodistas llegados de todo el mundo en busca de una noticia inesperada y, por lo tanto, grande.

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