
Cuando el cardenal Robert Prevost apareció en el balcón vestido de blanco como nuevo Papa con el nombre de León XIV la sorpresa se dio cita nuevamente en la plaza de San Pedro. Si el nombre hace la cosa fue fácil relacionar al nuevo Pontífice con el de León XIII, que en 1891 publicó la encíclica Rerum novarum (De las cosas nuevas) en la que se dirigía al mundo de los trabajadores, hablaba de justicia social y abría las ventanas de la Iglesia al mundo moderno transformado por la revolución industrial.
Si León XIII fue el papa que advirtió de los excesos del capitalismo, León XIV se encuentra con un mundo quebrado por las desigualdades entre unos pocos que cada vez tienen más y amplios sectores en el escenario global que disponen de menos. Entre los dos papas hay algo más que una coincidencia de nombre. Les une una preocupación por un mundo fracturado por cambios sociales imprevistos que coinciden con la incubación de violencia y de guerras.
León XIII supo ver que el conflicto no era entre fe y ciencia sino entre el uso que hacen los humanos de estas dos experiencias. Vio el abismo abierto por la industrialización sin ética, por el liberalismo salvaje, por el anarquismo, los choques sociales… y propuso una vía media con una Iglesia que sin renunciar a su esencia espiritual debía hablar con el lenguaje de la justicia.
León XIV hereda un mundo muy distinto, con una población mundial cuadriplicada a la del comienzo del siglo pasado, en el que, según dijo en la homilía de ayer en la Capilla Sixtina, el dominio de “la tecnología, el dinero, el poder, el éxito y el placer” condicionan las conductas de buena parte de la humanidad.
Ya no hay fábricas que exploten obreros como hace más de un siglo pero hay algoritmos que destruyen la condición humana, redes sociales que distorsionan la verdad y líderes que han convertido el poder en un espectáculo y la política en un negocio que juega con las creencias y los sentimientos.
Los nuevos populismos simbolizan una época en la que la verdad se negocia, se miente sin rubor, el poder se personaliza y la religión se instrumentaliza. Este es uno de los desafíos de León XIV, que conoce las carencias y las fragilidades humanas en un mundo, también el democrático, en el que la justicia y la paz son despreciadas.
El mal no prevalecerá, dijo León XIV en su discurso leído ante el mundo al asomarse al balcón central del Vaticano. No era una improvisación sino un esbozo del programa de un pontificado que puede ser muy largo y un referente en tiempos en los que la Iglesia no puede callar cuando el ser humano es abusado o reducido a una máquina, a una cifra, a una mercancía o a un seguidor de dioses efímeros como los que se construyen en las redes sociales sin ninguna solvencia.
En las dos intervenciones leídas y, por lo tanto, nada improvisadas, León XIV se ha mostrado agradecido al papa Francisco y ha esbozado un argumentario para continuar las reformas iniciadas por su antecesor.
De su primera aparición como obispo de Roma se deduce la humanidad de una persona que se emociona y que no quiere improvisar. Doctrinalmente no se diferencia de Francisco ni de los antecesores que han ocupado la silla de Pedro en todo el siglo XX. Pero el estilo, las formas, el lenguaje y la manera de transmitir el mensaje de Cristo es particular, la de cada persona. En contraste con su predecesor, León XIV apareció con vestimentas más tradicionales, incluyendo muceta, estola bordada y zapatos rojos.
Sus primeras palabras revelan la humanidad de una persona que se emociona y no quiere improvisar
El nuevo Papa es norteamericano, de la ciudad rabiosamente moderna de Chicago, hijo de inmigrantes franceses y españoles, misionero, agustiniano, con una muy larga experiencia en la diócesis peruana de Chiclayo, que conoce las carencias de las periferias y es muy querido por las comunidades más desfavorecidas. En su primera intervención habló en italiano, con una referencia en castellano a los peruanos que dejó en su antigua diócesis, pero no pronunció una sola palabra en inglés, la lengua oficial de Estados Unidos. Si fue un lapsus lo corrigió al comenzar la homilía de ayer en la misa con los cardenales bajo la bóveda pintada por Miguel Ángel. En la web oficial del Vaticano se le conoce ya como el Papa de las Américas. El nuevo Papa representa una figura puente entre América del Norte y del Sur con problemas comunes como son la migración, la pobreza, la violencia, la exclusión, la droga, la desigualdad, un erosionado medio ambiente y el papel de la mujer en la Iglesia.
Sus dos primeros discursos son espirituales pero tienen lecturas con un gran impacto político. Desprende un tono humano cercano y los que le conocen le califican como persona de gobierno, de escucha y de acción.
Los comentarios de que el papado se desplazaría a la zona de Asia-Pacífico no acertaron del todo pero sí que se puede afirmar que parece haberse alejado de Italia y también de Europa a juzgar por los dos últimos cónclaves. Por cuestiones demográficas y también por el número de católicos que crecen en prácticamente todos los países americanos, en Asia y en África, pero decrecen en una Europa envejecida y en horas bajas políticamente con el aumento electoral de los extremos en todos los países. Europa podría pasar de ser tierra de misioneros a convertirse en un continente de misión.
La figura de León XIV es ya una referencia moral para cientos de millones de personas de países distintos y culturas dispares. No hay una fuerza espiritual y social tan considerable en el mundo. Aunque sea a un ritmo lento, los mecanismos de autocorrección actúan en la Iglesia que, a pesar de los abusos cometidos y ampliamente difundidos, se ha tomado en serio, desde Benedicto XVI a Francisco, para reparar y pedir perdón a las víctimas.
Trump ha reaccionado positivamente a la designación de León XIV. Pero el mundo espera con interés cómo serán las relaciones entre el populismo de Donald Trump y su equipo y las palabras y actitudes de un papa que discrepa en cuestiones tan fundamentales en la política de Trump como la situación de los doce millones de emigrantes ilegales en Estados Unidos que están siendo deportados a cárceles de El Salvador y posiblemente Libia.
Trump tiene elecciones el año que viene pero el pontificado de León XIV puede tener una lejana fecha de caducidad. En el cónclave se puso de relieve la independencia y libertad de la Iglesia para actuar sin presiones externas.
Las relaciones diplomáticas del Vaticano con 184 países es un activo aparentemente inmaterial pero que convierte al secretario de Estado de turno posiblemente en la persona mejor informada del mundo.
El Papa ha hablado de paz para todos, de construir puentes, de derribar muros y de una Iglesia abierta a todos y en todas partes. No va a romper con nadie pero no cederá en cuestiones que afecten a la fe ni en prácticas que vayan contra la dignidad de las personas. No va a gritar pero sí que saldrá en defensa persistente de los más vulnerables.
Las circunstancias han hecho que la elección de León XIV coincidiera con el 80.º aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial. En muchas ciudades europeas se ha celebrado el día de la Paz. En Ucrania se reunieron representantes de los países aliados para defender a un pueblo invadido.
El Papa ha hablado de paz para todos, de construir puentes y de una Iglesia abierta a todos en todas partes
Y en Moscú, un gran desfile militar presidido por Putin y acompañado por 29 líderes mundiales –los de China, Brasil, Venezuela, Cuba, Egipto y Eslovaquia entre ellos– celebraba la victoria sobre los nazis. ¿Cuántos tanques tiene el Papa?, preguntó Stalin. Ninguno. Pero tiene más fuerza moral que la que se exhibía ayer en la plaza Roja en plena guerra de invasión de Ucrania.