Exuberancia irracional

Las bolsas mundiales han superado dos décadas de crisis. Un periodo negro que se inició con el estallido de la burbuja inmobiliaria de 2008 a la que siguió la gran recesión del covid-19, el shock inflacionista de la guerra de Ucrania y las tensiones arancelarias provocadas por la llegada de Trump a la Casa Blanca. Y por arte de magia hemos entrado de lleno en los felices años veinte.

Las rentas de capital se han disparado produciendo el llamado “efecto riqueza”. Los propietarios de viviendas se están haciendo de oro gracias a los alquileres. Los ahorradores que han invertido en acciones y obligaciones han multiplicado sus ganancias de la noche a la mañana.

El Gobierno debería apostar por la prudencia y la austeridad

Por el contrario, quienes viven de una renta del trabajo están cada vez más empobrecidos. Los salarios están muy lejos de alcanzar los niveles que tenían cuando estalló la crisis de 2008. La inflación ha erosionado el poder adquisitivo de los consumidores y la elevada deuda comprometida por los gobiernos para superar las crisis con políticas keynesianas se ha traducido en mayores impuestos.

La desigualdad social se hace cada vez más grande. Este fenómeno se aprecia con mayor nitidez en España, donde el PIB cada vez es mayor, pero la renta per cápita disminuye. El pastel crece, pero los trozos que recibe cada ciudadano son cada vez menores porque la población ha crecido enormemente en este periodo.

De momento nadie se queja, porque el efecto riqueza hace que los ciudadanos cada día consuman más. Esto explica que la economía vaya a velocidad de crucero y el empleo siga aumentando. Son buenos datos macroeconómicos que el gobierno de coalición progresista se ha apropiado como un mérito propio.

Sin embargo, esta situación puede acabar como el sueño de una noche de verano como viene advirtiendo el Banco Central Europeo que dirige Cristine Lagarde. Parafraseando a Alan Greenspan podríamos estar frente a una exuberancia irracional. Con ello se pinchó la burbuja de las puntocom de los años 90 desde la Reserva Federal. No es que ahora no haya elementos para el optimismo, pero también los hay para la prudencia.

Es cierto que lo peor de la guerra de Ucrania ha pasado y el mercado está descontando la paz, aunque veamos coletazos. Lo mismo se puede decir de Gaza y de la llamada guerra de aranceles, alejándose una posible confrontación entre EE.UU. y China. Además, los tipos de interés siguen bajando y las tensiones inflacionistas parecen controladas.

Pero no nos deberíamos olvidar que la deuda mundial está en máximos históricos, liderada por EE.UU. y algunos países europeos como Francia, Italia y España. En este marco el Gobierno de Pedro Sánchez debería apostar por la prudencia y la austeridad, aunque tal como están las cosas no parece que sea posible. España necesitaría un gobierno fuerte y cohesionado en lugar de uno débil e inoperante. Porque como estalle la burbuja de deuda nos va a coger con el pie cambiado.

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