El equipo de Trump tenía ayer motivos para pensar que Putin les había tendido una trampa, jugando con las aspiraciones de su presidente, cuando en la madrugada del pasado domingo, de manera inusual e inesperada, propuso conversaciones directas y sin condiciones (es decir, sin el alto el fuego de un mes demandado por Ucrania y los aliados europeos) el 15 de mayo en Estambul. Ya en vísperas de los cien días de Trump en la Casa Blanca, el 25 de abril, su hombre para todo Steve Witkoff era recibido por Putin y salía de Moscú con la disposición rusa a unas negociaciones directas con los ucranianos. La fecha señalada por el jefe del Kremlin era perfecta: con el presidente estadounidense de gira por Oriente Medio, ¡qué gran oportunidad! Olvídense del alto el fuego y vayan para allá, les dijo Trump a los ucranianos, que yo también acudiré… Aunque no se consiga casi nada, Estambul bien vale una foto con Putin.
Hasta aquí el cuadro que presenta la Administración Trump. A menos que los tiros vayan por otro lado…
Con Ucrania no hablan los primeros espadas de Moscú ni se tratan las “raíces del conflicto”
Trump y sus bisoños negociadores (gente que ni siquiera ha visto el mundo por un agujero, como más o menos los describió el exsecretario británico de Defensa, Ben Wallace) deben saber –y si no, deberían– que no se celebran reuniones al máximo nivel mientras no esté todo bien atado. Volodímir Zelenski desde luego lo sabe, y su reto a Putin pretendiendo que se encontraran en Estambul (no olvidemos que el ruso tacha al ucraniano de presidente ilegítimo) no tenía valor sino de cara a la galería para decir que es el otro el que no quiere la paz.
Concediéndoles el beneficio de la duda, digamos que tal vez Trump y los suyos hayan preferido toda esta escenificación para asumir el argumento de Zelenski y corregir la deriva de una mediación que se ha basado hasta ahora en atormentar al ucraniano y mimar al ruso. Según el Financial Times , el vicepresidente JD Vance –uno de los protagonistas de aquella humillación en el despacho oval– se desengañó hace una semana respecto a los aviesos funcionarios del Kremlin y su patrón. Quizá la cuestión se reduzca a que no saben cómo tratarlos.

Vladimir Medinsky, al frente de la delegación rusa, ayer en Estambul
Vladímir Putin, con cada declaración, con sus silencios también, ha ido marcando los tiempos en este aparente proceso negociador que todavía puede ser muy largo en tanto Rusia, él mismo y su círculo puedan seguir resistiendo nuevas sanciones, que es con lo único con lo que Washington puede ejercer presión.
La situación en los campos de batalla, sin ser buena para Rusia, está de todos modos a su favor y el tiempo no corre en su contra. La victoria no vendrá de las conquistas territoriales –que aparecen consagradas tanto en el plan de Trump como en el expuesto por los aliados europeos de Kyiv en abril– sino de lo que pueda conseguir de EE.UU.
Así, el hecho de que Putin enviara a Estambul una delegación de segundo orden prácticamente calcada de la que envió allí mismo en las negociaciones del 2022 –y que considera fueron reventadas por Washington y Londres– constituye todo un mensaje, doble además: por un lado, que con los ucranianos no hablan los primeros espadas de Moscú; estos se reservan para los norteamericanos. Por el otro, que las “raíces del conflicto” –Serguéi Lavrov dixit– siguen estando ahí. En el paquete de Estambul 2022 había cosas de las que el Kremlin podría prescindir, como toda la palabrería sobre “desnazificación”, la lengua rusa en Ucrania y unas cuantas fantasías más. Pero las garantías de seguridad son otra cosa. Que Ucrania no entrará en la OTAN está sobre la mesa, pero también existe un acuerdo de asociación militar estratégica a varios niveles entre EE.UU. y Ucrania firmado en el 2021. En él, por cierto, figura que “Estados Unidos no reconoce y nunca reconocerá” la anexión de Crimea, un punto que Trump, en una de sus caricias a Putin, ya ha borrado. Pero Putin tiene en cuenta que los norteamericanos eligen presidente cada cuatro años, y quién sabe… Incluso Trump podría perder la mayoría en el Congreso en noviembre.
Desde luego que para Rusia las “raíces del conflicto” no se negocian con Ucrania. Lo de ayer fue otra humillación para Zelenski, no por la ausencia de Putin, sino por los delegados que envió. El secretario general de la OTAN, Mark Rutte –que según Trump está en el cargo gracias a él– afirmaba ayer que “la pelota está ahora claramente en el campo ruso”. Pero era muy temprano cuando lo dijo.