Ahora… o ¿nunca

La UE, y con ella nosotros, se encuentra en una encrucijada. Porque no es asunto menor que estemos viviendo, nada más y nada menos, la redefinición del orden mundial posliberal alrededor de EE.UU. y China. Y, justamente por ello, parece legítimo interrogarse sobre cuál va a ser la posición de la UE en este nuevo mundo que se abre paso. En otras ocasiones la Unión ha tenido la voluntad común de definir su propio futuro y, con ello, reforzar su posición global: tras el hundimiento de las paridades fijas (1973) y el auge globalizador, con el impulso de la presidencia de la Comisión de Jacques Delors (1985-95) fue capaz de avanzar hacia la UEM, y, con ella, a finales de los 90 nacía el euro.

Lastimosamente, el entusiasmo que alumbró aquel progreso fue desvaneciéndose. Primero, con el rechazo francés y neerlandés a la Constitución europea (2005) y, más tarde, con el desastre de la Gran Crisis Financiera (2008-12), ejemplo de falta de solidaridad. Y aunque los Next Generation de la covid suavizaron un tanto esa decepcionante percepción, la fragmentada contestación a la crisis en Ucrania o Gaza, o la falta de respuesta unitaria frente al auge de China, refuerzan la percepción de una Unión Europea inmóvil e incapaz. Añadan a ello la extensión de los partidos de extrema derecha antieuropeos, y tendrán un panorama descorazonador.

Trump nos ha desnudado, ha enfatizado la crónica incapacidad de la UE

De hecho, bajo la parafernalia de sus cumbres y como reflejo de encontradas posiciones nacionales, emerge la ausencia de voluntad real de transformación de esa frágil Unión en un actor internacional solvente. Como en otros ámbitos de la vida, la historia de los conflictos intraeuropeos ahí está, y pesa como una losa: sus principales actores hoy (Alemania, los Países Bajos, Francia, Italia, España o Polonia) prefieren ser cabeza de ratón que cola de león.

Y en estas, Trump cogió su fusil. Sus movimientos políticos, militares y económicos han dejado atónito al mundo, pero a nosotros nos han desnudado, enfatizando la crónica incapacidad de la UE. Quizás quede algún rescoldo de ese espíritu paneuropeo, y no es ningún consuelo, en forma de aumento de gasto militar, que siguiendo el diktat americano debería aumentar hasta el 5% del PIB. Pero incluso ese acuerdo se va a dejar, en gran parte, al albur de cada Estado.

¿Momento de la verdad? No lo creo. La Unión continuará navegando pese a Trump, China o Rusia. Pero si, en unos tiempos de redefinición global, no somos capaces de avanzar con decisión hacia una nueva UE, ya me dirán hacia dónde nos dirigimos.

El pasado, nuestro pasado, nos ha alcanzado. En décadas pasadas no fuimos capaces de construir la unión fiscal y política. Y ahora, cuando a nuestro alrededor todo estalla, nos encontramos huérfanos de lo necesario para afrontar ese turbulento mundo. Los Estados Unidos de Europa fueron una atractiva idea, un bello mito. Quizás utópico desde el principio.

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