
De los ocho niños del grupo, esta mañana solo han llegado dos a la terapia. “Es normal”, cuenta Margarita, que está a cargo de la sesión en la sede de la organización Voces de los Niños. Durante la noche, Kyiv vivió uno de los peores ataques en meses; las defensas antiaéreas trabajaron hasta bien entrada la madrugada tratando de detener decenas de drones y algunos misiles. “Muchos niños pasaron la noche despiertos, al igual que sus padres”, explica.
Por esa razón no le extraña en absoluto que Alina y Artem, ambos de ocho años, le hayan pedido apenas llegar que los dejaran construir, haciendo uso de algunas mantas y cubos, unos pequeños refugios donde pasar la mañana. Buscan protección. “Artem también me pidió que lo dejara poner la música que le gusta”, explica Margarita mientras vigila cómo los niños pintan y toman el refrigerio. “Hoy los he visto compartiendo historias entre ellos. A veces incluso exageran lo que escucharon, lo que vieron, cómo las luces perturban su sueño, cómo los despertaron las explosiones”, añade Margarita, que los observa desde una esquina.
Muchas madres “parece que nos digan: te dejo a mi hijo para que lo arregles”, explica un psicólogo
“Los niños entre seis y ocho años muestran reacciones físicas al estrés, como temblores, tensión muscular, síntomas somáticos. De una forma u otra, esa tensión se manifiesta físicamente porque no pueden expresar sus emociones”, explica el psicólogo Serhii Mykhailyk, quien tiene a su cargo la atención de los casos más complicados en la institución. Otras edades, explica, presentan reacciones diferentes como agresividad, baja autoestima, emociones fuera de control, aislamiento e ideas suicidas, entre otras.
“Esto último sucede especialmente en entre los más mayores”, cuenta Serhii, quien trata casos de crisis desde 2019 cuando vivía en Mariupol y trabajaba en áreas cerca de la línea de contacto. Su experiencia en estos últimos años le ha demostrado que los principales factores que despiertan el trauma para los niños es el haber experimentado la invasión rusa y los ataques aéreos como los que vivió Ucrania el pasado fin de semana.
Las noticias que oyen en las noticias también ahondan la ansiedad. A eso se suma la tensión que viven los niños cuyos padres están en el ejército, que si bien aprenden a vivir con la realidad de que están ausentes, no dejan de angustiarse por lo que les pueda pasar.
En la sala de espera del centro, los padres de Alina esperan a que finalice la terapia. Actualmente viven en Kyiv pero sus vidas estuvieron afectadas por la invasión desde antes de comenzar. Vivían en Jersón, de donde se desplazaron días antes de que Vladímir Putin diera la órden para que sus tropas avanzaran en territorio ucraniano, “oíamos rumores y decidimos irnos de la ciudad. Tuvimos suerte”, cuenta él.
Dejó atrás a sus padres que vivieron por meses bajo ocupación. Actualmente continúan en Jersón, una ciudad atacada constantemente por la artillería y los drones rusos. Todo lo que han vivido terminó por afectar a Alina, que durante meses se mostró retraída. Callada. “Lo que hacemos en días como hoy, después de un ataque, es salir a dar un paseo, montar en bicicleta para que ella se distraiga”, cuenta Kateryna, su madre. Hoy ha sido la excepción, coincide con la terapia y la han traído para que pueda hablar de sus sentimientos.
La suya es solo una de las miles de familias ucranianas que han buscado ayuda psicológica para sus hijos desde el comienzo de la invasión. Desafortunadamente, cuentan los psicólogos, el país no está preparado para una demanda de tal tamaño, sobre todo en pequeñas poblaciones donde organizaciones como Voces de los Niños tienen programas para acompañarlos. Lo que hacen muchas de ellas es crear espacios donde los niños interactúan con especialistas y aprenden herramientas que les ayuden a sobrellevar la ansiedad y el estrés.
Pero muchas veces, más que los niños, quienes necesitan más apoyo son las madres. Serhii cuenta que muchas veces los adultos, especialmente las madres, reconocen que no están en capacidad de procesar lo que les sucede a nivel psicológico. “Dicen: no tengo la experiencia o no tengo las habilidades para hacerlo y, bueno, parece que nos estuvieran diciendo: ‘te dejo a mi hijo para que lo arregles’”. Cuenta Sergei que las madres suelen contarle en casos como ese que sus hijos no comen, no duermen… “Pero lo interesante es que cuando le pregunto a una madre cuándo fue la última vez que comió, ni siquiera lo recuerda. ¿Ahora entiende?”, pregunta antes de sentenciar que cada craniano está afectado por la guerra.