Los electrochoques arancelarios de Donald Trump no están surtiendo el efecto previsto por el presidente estadounidense. Ni en la economía china, ni en la de su propio país. Aunque ha habido una caída en el intercambio comercial entre la primera y la segunda potencia en los últimos meses, la República Popular de China ha logrado compensarla con mayores exportaciones a otros mercados. Según las cifras divulgadas este lunes por la Administración General de Aduanas de China, su comercio con el resto del mundo crece un 2,5% en los primeros cinco meses del año, a pesar de la escalada arancelaria desencadenada por Trump, ahora en suspenso.
El actual escenario no es el deseado por Pekín, pero no parece que acuda con peores cartas que Estados Unidos a las negociaciones de este lunes en Londres. La llamada telefónica del jueves pasado entre los presidentes Xi Jinping y Donald Trump -a petición de este último- contribuyó a serenar el debate y vislumbrar la posibilidad de un acuerdo. Hoy mismo, el índice de valores chinos en la bolsa de Hong Kong rebasaba el 20% de revalorización respecto a su mínimo anual de principios de abril, cuando el órdago de Trump tocó techo, con un gravamen paralizante del 145% a los productos chinos.
El ambiente, dos meses después, es otro. El optimismo acerca del nivel de investigación y desarrollo en China, espoleado en enero por las novedades en inteligencia artificial -y que hace un mes alcanzó a sus empresas de Defensa, tras el duelo aéreo Pakistán-India- se espera que alcance en breve a sus empresas de biotecnología, con inversores en busca de los DeepSeek del sector.
Mientras tanto, las Cámaras de Comercio de EE.UU. en China confiesan que ni una sola de sus empresas tiene previsto abandonar Asia para abrir, reabrir o reforzar fábricas en suelo estadounidense. Otra cosa es el desplazamiento de parte de la carga de trabajo a terceros países, casi siempre sin salir de Asia. El pulso entre Washington y Pekín les obliga a prever formas de burlar la batería de aranceles, en caso de que fracasaran las negociaciones hilvanadas el mes pasado en Ginebra y que este lunes se han reanudado en Londres.

Un concesionario de BYD en Shanghai, el coche eléctrico que ejemplifica el salto adelante de China en la escala de valor de su producción y exportaciones y, cada vez más, en imagen de marca
Estos desplazamientos a países del vecindario nunca han estado libres de sospecha, hasta el punto que un aliado tan férreo de Washington como Taiwán observó con pavor el anuncio de un gravamen estadounidense de más del 30%, ahora en suspenso. Desde hace exactamente un mes, EE.UU. obliga a las empresas taiwanesas a aportar una declaración firmada sobre el origen real de los productos que exportan o reexportan, por mucho que lleven la etiqueta Made in Taiwan. La reacción sumamente paciente de países como Vietnam o Tailandia tiene menos que ver con su fondo budista que con la aceptación tácita de que un determinado porcentaje del boom de sus exportaciones consiste en realidad en el ensamblaje de componentes chinos y, en el peor casos, de simple re-etiquetado.
Corea del Sur -con una sucesión de presidentes interinos desde diciembre hasta el miércoles pasado- solo ahora está en condiciones de negociar en nombre de su potente industria exportadora. La primera llamada entre los presidentes Lee Jae Myung y Donald Trump -aparentemente cordial- ya se ha producido.
El gobierno japonés se mueve con el mismo tacto oriental. Aunque desde la oposición se haya levantado la voz ocasionalmente en la Dieta. Así, un diputado del Partido Democrático Constitucional tildó sin tapujos las tácticas de Trump como “mera extorsión a la que no se debe ceder porque, cuando se cede, la mafia regresa y exige más”.
Tanto Tokio como Seúl se preparan, no solo para amortiguar el órdago arancelario, sino también para escuchar las nuevas tarifas de “protección” solicitadas por el Pentágono, a pesar de que ambos países ya pagan más del 83% del coste de las bases militares estadounidenses en su territorio, herencia de la Segunda Guerra Mundial, de la Guerra de Corea y de la guerra fría.
Pese a la merma en EE.UU.
El superávit comercial chino fue en mayo de 103.000 $ millones, 7.000 millones más
Si el superávit comercial de China en abril era de 96.000 millones de dólares, en mayo fue de 103.000 millones. Una parte sustancial todavía procede de EE.UU., 18.000 millones de dólares, aunque notoriamente menos que el mes precedente, cuando se elevaba a 20.500 millones.
En cualquier caso, los datos de aduanas pueden inducir a un optimismo que no acaba de cuadrar con la realidad en la calle en China, ni tampoco con el descenso en la importación de petróleo, carbón y mineral de hierro. Asimismo, la actividad manufacturera lleva dos meses seguidos de contracción, por anulación de pedidos o para evitar la acumulación de excedentes. El objetivo marcado de crecer un 5% anual se volvió a cumplir el año pasado al precio de estímulos de todo tipo, que en mayo tuvieron que ser ampliados.
Aún así, la inflación volvió a bajar el mes pasado -aunque sea un simbólico 0,1%- como síntoma de una cierta atonía económica. Tanto es así que la cadena estadounidense Starbucks ha decidido rebajar en 5 yuan (0,61 euros) el precio de varias de sus bebidas, en un baño de realidad.
Cabe decir que el comercio chino con la UE, durante el mismo periodo, aumentó un 2,9%, no por sus importaciones -estables- sino por sus exportaciones. Todavía creció mas, un 10%, su intercambio con las naciones del sudeste asiático, ASEAN. Este bloque es el principal socio comercial de China, seguido por la UE y, en tercer lugar, EE.UU..
Desde luego, una caída de las exportaciones a los Estados Unidos del 34,5% (mayo) es un zarpazo, pero mucho menos serio de lo que se querría creer en la burbuja de la Casa Blanca. Sin olvidar que el rasguño, en todo caso, es compartido: Las importaciones chinas de productos estadounidenses cayeron ese mes un 18,1%, que se suma al 13,8% del mes anterior. Algo saben de eso los productores estadounidenses de soja o maíz.

El Reino Unido ejerce de anfitrión en las conversaciones de este lunes del secretario del Tesoro de EE.UU. y el segundo viceprimer ministro de China, que permanecerá en Londres (en esta foto de hoy) hasta el viernes
La marejada arancelaria de Trump, a primera vista, ha conseguido deprimir la importación china de bienes extranjeros (3,8%), mientras la exportación de bienes chinos aumentaba un 7,2%. Difícilmente el resultado esperado. Todo ello estará sobre la mesa a partir de este lunes en Londres, con la presencia de uno de los cuatro viceprimeros ministros chinos (el segundo en rango), He Lifeng. Frente a él tendrá al secretario estadounidense del Tesoro, Scott Bessent.
Aunque Trump se apresuró a señalar el jueves que las diferencias sobre tierras raras están en vías de solución -tratándose de una exportación china que las industrias punteras de EE.UU. no solo desean sino que necesitan desesperadamente- nada está cerrado. Pekín podría levantar determinados vetos, pero no el permiso administrativo de exportación, caso por caso. Washington, a su vez, está afinando su lista, algo menos vistosa, de exportaciones estadounidenses imprescindibles para la industria china, como el etano, un subproducto del gas y del petróleo.
El 60% de las exportaciones chinas corresponde a productos electrónicos o mecánicos, siguiendo así la misma senda recorrida en su día por Japón, Taiwán, Singapur o Corea del Sur, hacia productos con mayor valor añadido. Gradualmente, tanto la política industrial de China como la dinámica salarial ha ido desplazando muchas fábricas textiles hacia países como Bangladesh o Camboya. A medio camino, naciones como Vietnam o Tailandia compiten por acoger todo tipo de inversiones, con independencia de su grado de especialización, desde automoción y electrónica hasta zapatillas deportivas.
Fábricas en stand-by
China aumenta sus exportaciones a Europa o al sudeste asiático, pero no todo brilla
El valor total de los bienes exportados e importados por China se elevó a 3.810 billones de yuanes, un aumento interanual del 2,7%. De forma interesante, las exportaciones chinas han crecido a un ritmo todavía más vivo-un 5%, en dólares- que las importaciones. Nada menos que 145 países tienen a China como primer socio comercial.
La agencia estadounidense Bloomberg ha hecho sus propios cálculos y argumenta que la caída de las exportaciones chinas a EE.UU. es del 34,4%, la mayor desde febrero de 2020, cuando la covid paralizó el comercio. Aunque admite que este volumen habría sido compensado con creces por un aumento de las exportaciones del 11% al resto del mundo.
En cualquier caso, Washington sigue siendo el primer socio comercial de Pekín, aunque el apetito de EE.UU. por los productos chinos triplica el apetito chino por los productos estadounidenses. A simple vista, claro, ya que en muchos casos se trata de marcas norteamericanas que deslocalizaron fábricas a China, empezando por Tesla, el coche eléctrico de Elon Musk.
En cualquier caso, Trump eximió, hace casi dos meses, a las firmas de semiconductores, ordenadores y teléfonos móviles de la subida arancelaria, para no dispararse en la propia pierna.