Sócrates, juicio al animal feroz

Un año antes de llegar al poder en el 2005, el líder socialista portugués José Sócrates se definió en una entrevista como “un animal feroz” en la defensa de sus convicciones. No exageraba, como se comprobó en su sexenio como primer ministro y se ha visto esta semana en su declaración ante un tribunal lisboeta, acusado de acumular 34 millones de euros en mordidas. Ruge de tal manera en el banquillo en sus arremetidas contra la juez y los fiscales que cuentan que por momentos hace vibrar la megafonía de la sala. Tras no poder impedir la celebración del juicio, ahora trata de desestabilizar la vista y desacreditar la causa.

El considerado en su tiempo como el “chico de oro” del Partido Socialista y el “político Armani” tampoco logró la retransmisión de la vista. Aspiraba a moverse en su hábitat, de animal feroz catódico, pues construyó buena parte de su carrera política como tertuliano televisivo.

Ante la incredulidad general, Sócrates mantiene que tenía un amigo generoso, no un testaferro

A través de las crónicas de los periodistas que siguen el juicio en la sala y las rituales comparecencias del propio Sócrates en cada entrada y salida, salpicadas de frecuentes broncas a la prensa, se ha ido conociendo una nada habitual retahíla de incidentes. Crecen las apuestas sobre cuándo será expulsado de la sala, temporal o definitivamente, o tal vez imputado por desacato.

“Usted no tiene que hacer creer que tengo un déficit cognitivo”, le espetó a Sócrates el martes, en el primer día de su declaración, Susana Seca, la magistrada que preside el tribunal, formado por otras dos mujeres. Sin gran experiencia en un macroproceso de este tipo, que muchos querían eludir, está mostrando la sangre fría que le atribuyen sus colegas para no caer en las provocaciones, mientras de sus labios salen recurrentes advertencias de “¡señor Sócrates!” y le amonesta por recurrentes actitudes impropias.

Esa alusión al déficit cognitivo procedía de las repetidas apelaciones del reo a que sus afirmaciones debían haber sido comprendidas. Como si aún estuviese en el poder del que salió por la derrota del 2011, tras tener que pedir el rescate internacional de Portugal a la troika, protesta porque la jueza o los fiscales le interrumpen cuando habla.

A la jueza le atribuye una manifiesta parcialidad. Presentó una recusación, rechazada con la contundencia de hacerle pagar 1.000 euros de multa. Afirma haber perdido cualquier respeto por los fiscales, de los que dice que en doce años de proceso, de los que pasó nueve meses en prisión, no han presentado, según él, prueba alguna. A la prensa la culpa de formar parte de una conspiración política para acabar con él, en la que involucra al “cobarde” de su antiguo gran amigo António Costa, ahora presidente del Consejo Europeo.

Más allá del estudiado show, Sócrates pelea palmo a palmo por desvincularse de sus presuntos corruptores, el Banco Espírito Santo y los grupos Lena y Vale do Lobo. Y trata de aprovechar las grietas procesales de una causa que no ha sido modélica. Afronta dos grandes problemas. El mayor radica en el riesgo de volver a la cárcel. El otro reside en que, salvo sus últimos fieles en Portugal, nadie parece creer su versión de que el presunto testaferro que financiaba la vida de lujo de él y su familia era un amigo de prodigiosa generosidad. Entre tanto, el espectáculo socava aún más al sistema democrático en beneficio de la ultraderecha de André Ventura.

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