
Los europeos, que tantas dificultades solemos tener para alcanzar consensos, hemos sido prácticamente unánimes a la hora de valorar el reciente acuerdo comercial con Estados Unidos. Desastre, sumisión o capitulación son algunos de los calificativos que la opinión pública europea ha utilizado para describir el acuerdo, que supone la imposición de un arancel del 15% a la mayoría de nuestras exportaciones a dicho país.
Las condiciones impuestas por Donald Trump confirman la debilidad geopolítica de la UE. La economía europea sigue siendo una de las más importantes del mundo, pero la realidad es que nuestro crecimiento se ha estancado, la industria lleva años en crisis y dependemos de las importaciones de petróleo, gas natural y materias primas críticas. Una guerra comercial hubiese debilitado más nuestra economía, así que Bruselas ha tenido que aceptar un acuerdo muy mejorable.
La UE necesita reforzar con urgencia su autonomía estratégica
Y el problema no son solo los aranceles. La UE se ha comprometido a que las empresas europeas comprarán productos energéticos a Estados Unidos por valor de 750.000 millones de dólares en tres años, principalmente petróleo, gas y tecnología nuclear. Bruselas quiere dejar de importar gas ruso en el 2028, así que incrementar las compras a los norteamericanos parece la opción más rápida y sencilla, aunque tal vez no la más segura.
¿Qué ocurrirá si Trump decide que la UE está incumpliendo el acuerdo? ¿Existe la posibilidad de que nos imponga sanciones limitando el envío a Europa del gas natural licuado (GNL) que nuestra economía necesita? Dados los habituales cambios de criterio de Trump, se trata de un riesgo que no debemos descartar.
En lugar de convertir a Estados Unidos en nuestro principal proveedor de energía, Bruselas debería instar a todos los países europeos a conocer los recursos energéticos con los que cuentan en sus territorios y, sobre todo, a utilizarlos para cubrir las necesidades de sus economías. Eso sí que podría ayudar a la UE a reducir su dependencia de las importaciones.
Otro punto delicado es el compromiso de que las empresas europeas inviertan 600.000 millones de dólares en la economía estadounidense. Resulta paradójico que Bruselas anime a nuestras empresas a realizar inversiones millonarias en otro país, cuando la Comisión ha sido incapaz de crear el ecosistema adecuado para fomentar el desarrollo de su industria, que lleva dos décadas reduciendo su actividad, lo que se ha traducido en el cierre de plantas y la pérdida de miles de empleos.
El acuerdo comercial con EE.UU. debe servirnos para recordar la frágil posición de la UE, que necesita reforzar con urgencia su autonomía estratégica. Esto supondría adoptar medidas para diversificar el suministro de energía, impulsar de nuevo la industria, fomentar la innovación o crear un mercado único de capitales. Solo con una economía fuerte y competitiva, la Europa de los 27 podrá volver a sentarse en una mesa de negociación y hacer valer los intereses de sus ciudadanos.