El pan que se encoge: símbolo de la crisis económica que marca las elecciones en Bolivia

En la panadería de Juan de Dios Castillo, en La Paz, el “pan de batalla” —el panecillo básico que durante años fue un símbolo de estabilidad— pesa hoy apenas 60 gramos. Hace dos años, pesaba 100. El precio, fijado por el Estado en 50 centavos bolivianos (equivalente a 6 céntimos de euro) desde hace 17 años, no ha cambiado, pero el tamaño y la calidad han caído por la escasez de harina y el encarecimiento de los insumos.

Hasta hace poco, cualquier panadería subvencionada por el Estado podía vender piezas de 100 gramos gracias a la distribución de harina a precio controlado. Pero la crisis de divisas, la dependencia de las importaciones y la inflación han golpeado al sistema. El país produce menos de una cuarta parte del trigo que consume, y el resto llega sobre todo de Argentina, donde la subida de precios y la política económica del gobierno de Javier Milei han encarecido las compras.

El Gobierno, presionado por la falta de dólares y por la caída de la producción de gas —su principal fuente de divisas—, ha ralentizado o suspendido entregas de harina subvencionada. El impacto se nota en las calles: colas en las panaderías, panes más pequeños y panaderos que luchan por no cerrar. “Es como comer aire, ya no te llena”, resumió Rosario Manuelo Chura, vecina de La Paz, a Association Press (AP).

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La escasez no se limita al trigo. El diésel, esencial para el transporte y la agricultura, también es cada vez más difícil de conseguir. Su encarecimiento repercute en el precio de todos los alimentos, importados o no. En un contexto de inflación anual del 25%, mantener el “pan de batalla” a precio fijo ha significado, para los panaderos, vender muy por debajo de sus costos reales.

El sistema de subsidios, creado en un momento de prosperidad por los altos precios del gas, hoy está asfixiado por la caída de los ingresos y por un mercado global que impone precios cada vez más altos a países dependientes de importaciones. En medio de la crisis, algunos panaderos acusan a la empresa estatal Emapa de favoritismos y retrasos en la entrega de harina, mientras la institución niega las acusaciones y denuncia casos de reventa ilegal de insumos subsidiados. 

Este domingo, Bolivia votará en unas elecciones presidenciales marcadas por esta realidad. En la calle, la discusión es menos técnica. “Antes desayunábamos con un pan, ahora necesitamos dos”, dijo a AP Carmen Muñoz, jubilada. Para muchas familias, el pan de batalla sigue siendo más que un alimento: es la medida cotidiana de la crisis.

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