La paz en Ucrania ahora depende solo de Europa

La cumbre de Alaska confirma que Europa deberá resolver por sí misma la guerra en Ucrania. Donald Trump podrá echar una mano, pero desde una segunda fila. El mundo le viene grande. Va de Rambo pero solo con los débiles. Putin se lo torea igual que Netanyahu. No sabe cómo manejar a los tipos duros que tanto le seducen. Los amenaza, pero no sirve de nada porque no tiene credibilidad.

El viernes llegó a la cita con Putin diciendo que se sentiría decepcionado si no le arrancaba un alto el fuego en Ucrania. En línea con sus aliados europeos, aseguraba “consecuencias severas” para Rusia si no aceptaba la tregua.

Putin, sin embargo, lo arrinconó y no cedió nada. Trump pensaba que la alfombra roja, el apretón de manos y el paseo en la limusina presidencial lo ablandarían. Putin utilizó estos regalos para subir de nivel. De ser un líder en busca y captura por supuestos crímenes de guerra pasó a ser un gran estadista, alguien imprescindible para gestionar el rumbo del progreso global.

Era todo lo que había ido a buscar a Alaska. Podría haber regresado a Moscú de inmediato. Lo que siguió, a puerta cerrada, constató que no está dispuesto a parar la guerra si no es con la rendición de Ucrania. 

Trump le propuso el alto el fuego, pero Putin le sugirió que era mejor intentar un acuerdo definitivo de paz. Le dijo que las treguas, al fin y al cabo, se violan nada más firmadas. Él mismo ha violado unas cuantas en Ucrania. Trump le dio la razón y ahora habla de paz en lugar de tregua.

Ucrania y los aliados europeos sostienen que el primer paso para solucionar el conflicto es un alto el fuego porque equilibra la relación de fuerzas. Una vez conseguido, deben ampliarse las medidas de confianza sobre las que sustentar una negociación franca hacia la paz.

Rusia, sin embargo, lleva ventaja en el frente militar y quiere utilizarla para que Ucrania se rinda cuanto antes. La rendición implica perder territorio, desarmarse y tener un gobierno afín a Moscú.

Trump da por descontado que Ucrania debe ceder el territorio que ha perdido, incluso el que todavía defiende en el Donbass. También le parece bien que no entre en la OTAN y que tenga un ejército limitado. A cambio de estas concesiones, da su palabra de que Estados Unidos y los aliados acudirán en su ayuda en caso de que Putin vuelva a por más.

Esta es una “garantía de seguridad sólida” que, sin embargo, a Ucrania le costará aceptar. Ya lo hizo en 1994 y no sirvió de nada. Entonces aceptó entregar a Rusia el arsenal nuclear que había pertenecido a la URSS. A cambio, Rusia, Estados Unidos y el Reino Unido se comprometieron a garantizar su soberanía e integridad territorial. Veinte años después, cuando Rusia invadió Ucrania, Estados Unidos, el Reino Unido y el resto de aliados europeos no acudieron al rescate. Negociaron en Minsk unos acuerdos con el Kremlin que no sirvieron de nada y, mucho menos, disuadieron a Putin de volver a por más, como hizo en febrero del 2022. 

¿Qué valor tiene la palabra de un Putin que ahora asegura a Trump que no volverá al ataque si además del 20% de Ucrania ya en su poder consigue todo el Donbass? Trump cree que mucho.

En todo caso, no hay disuasión sin credibilidad y Europa no la tiene sin Estados Unidos. Trump, sin embargo, ha dado muchas señales de que no quiere más líos en Europa. No le compensan. Rusia puede ser una amenaza para la Unión Europea, pero no cree que lo sea para Estados Unidos.

Estados Unidos, en consonancia con Corea del Norte y en desacuerdo con sus aliados occidentales, ha votado en contra de una resolución de la ONU que culpaba a Rusia de la guerra. También se ha retirado de un grupo internacional que investiga a los líderes rusos por crímenes de guerra. Las sanciones que impuso a Putin en el 2022, no le han impedido estar en Alaska. Hace más de 50 días, Trump le dijo que tenía 50 días para aceptar un alto el fuego si no quería verse sacudido con más sanciones. Incluso los países que le compran petróleo pagarían por ello. Hoy parece que ha perdido la cuenta de los días transcurridos desde el ultimátum. No hay límite que se ponga y que él mismo no se salte.

Alaska ha sido un fracaso. Se habían programado siete horas de conversaciones interrumpidas por un almuerzo. Ucrania fue el tema antes de la comida y los negocios deberían haberlo sido después del receso, pero esta segunda reunión no se celebró. Aunque el dinero es un valor fundamental para Putin y Trump, no tenía sentido repartirse los recursos naturales de Ucrania sin haber pactado, al menos, un alto el fuego.

Este fracaso es una oportunidad para Europa y Ucrania. Trump ha convocado a Zelenski el lunes en Washington. Lo presionará para que acepte negociar la paz desde la inferioridad que supone no ser capaz de contener el avance ruso en el campo de batalla.

Zelenski puede aceptar un armisticio sobre la actual línea del frente, pero no ceder territorio. Tiene al apoyo de los europeos, firmes en el principio de que no hay fronteras que puedan alterarse por la fuerza.

Los principales países europeos han reafirmado que mantendrán la presión sobre Rusia “mientras continúen las matanzas en Ucrania”. Esta presión es económica y militar. La económica implica más sanciones sobre el patrimonio de los líderes del Kremlin y sobre las ventas de energía. La militar se concreta en la Coalición de Voluntarios, aliados de Ucrania dispuestos a no se sabe todavía muy bien qué.

Esta coalición ha establecido su cuartel general en París. Se ha acordado una estructura de mando y los estrategas militares preparan los planes de actuación para disuadir a Rusia se seguir avanzando. Se habla de patrullas aéreas, producción de armas, adiestramiento de la tropa y los mandos, apoyo logístico y de comunicaciones, de inteligencia militar y equipos de desminado. Se ha planteado también una fuerza internacional de interposición, pero todavía sin concretar.

De este contingente dependerá la credibilidad de Europa y, por tanto, su capacidad para disuadir a Rusia. No hay tiempo que perder porque Putin va ganando y un alto el fuego le daría oxígeno. No solo podría reforzar su ejército, sino que ganaría tiempo para seguir dividiendo a la opinión pública europea.

Pocos europeos, sobre todo lejos de Ucrania, entienden la necesidad de luchar contra Rusia. Coinciden con Trump en que no es una amenaza vital. No ven una contradicción entre apoyar a la OTAN, que es una alianza militar esencialmente antirrusa, y pensar que el expansionismo de Putin no es un peligro para la Unión Europea. Rusia explota estas dudas y contradicciones mediante campañas de desinformación.

Si quieren el apoyo de sus naciones, lo primero deben hacer los líderes europeos es preguntarse qué riesgos están dispuestos a asumir para contener a Rusia. No basta con anunciar una Colación de Voluntarios sin dotarla de unidades de combate, tanto mecanizadas como de infantería, apoyadas con drones y la tecnología que sea necesaria. ¿Es este un riesgo asumible desde un punto de vista militar y político?

Muchos países europeos, incluido España, consideran que no. Prefieren ayudar a Ucrania a que se defienda sola porque temen que sus ciudadanos no apoyarán una confrontación directa con Rusia. En este escenario, con una ayuda estadounidense menguante, la guerra se alargará y con ella la inestabilidad en todo el continente.

Por otro lado, si el riesgo de que una fuerza de combate europea se enfrente al ejército ruso en Ucrania es asumible, entonces Europa habrá dado un gran paso hacia su tan deseada autonomía estratégica.

Ni Trump ni Putin representan a la civilización occidental y por eso Starmer, Macron y Merz no pueden dejar que decidan por Europa. Esto es lo que deben explicar a sus escépticas y desalentadas opiniones públicas si quieren asumir el riesgo que exige la guerra en Ucrania.

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