El verano belga solía ser un refugio climático para los que escapan de las altas temperaturas del Mediterráneo. Hay residentes del barrio europeo de Bruselas que recuerdan algún agosto en que han tenido que encender la calefacción. Pero ahora, cada vez lo es menos. Los efectos del cambio climático se comienzan a hacer notar también en la capital comunitaria, con alguna semana puntual al año cuando la lluvia y los 20 grados se interrumpen dejan paso a las altas temperaturas. Tras una breve bienvenida al añorado calor, después se convierte en una pesadilla para sus habitantes.
Los apartamentos bruselenses, construidos para retener el calor, se convierten en hornos. Las fuentes del centro, en la plaza de la Bourse, son una meta codiciada para niños y trabajadores en busca de refresco durante la jornada laboral. Desde una terraza en los alrededores del Parlamento Europeo destaca una piscina en el fondo de un jardín en la planta baja, fuente de envidia de todos los vecinos que intentan adivinar a quién se le ocurrió, hace años, construirse una propia charca estival en el país de la lluvia.
Fuese quien fuese, seguramente tendrá cola entre amigos y conocidos sedientos de un chapuzón en los picos de la canícula europea. Porque no tendrán otros lugares donde hacerlo. El clemente verano belga, combinado con la ineficiente administración de la ciudad de Bruselas, ha convertido la capital comunitaria en una ciudad de más de un millón de habitantes sin una sola piscina exterior. Ni siquiera un espacio par nadar al aire libre en verano.
En los años setenta había algunas, pero eran iniciativas privadas que terminaron muriendo por la falta de inversiones cuando su vida útil llegó al final. La última piscina cerró en 1978, hace casi cincuenta años, sin que nadie haya tenido la iniciativa de levantar una infraestructura similar para los días más soleados.
No se trata solamente del calor, o de su ausencia. Otras capitales parecidas de clima similar, como Berlín, Amsterdam o París, sí tienen piscinas. En la alemana cuentan con 33 espacios para nadar, lo que, comparando los habitantes de Berlín (3,8 millones) con los de Bruselas, equivaldría a una decena para la ciudad belga. En Amsterdam cuentan con seis piscinas al aire libre y varios otros espacios de agua donde se puede nadar, para 930.000 habitantes. En París, hay diez piscinas al aire libre, tres puntos dedicados al nado en el Sena, uno en el canal Saint Martin y otro en el Bassin de La Villette, por lo que son quince para más de dos millones de habitantes.
La última piscina cerró en 1978, y los proyectos actuales son víctimas de la parálisis política
Ante esta situación, hay quien no se queda de brazos cruzados y decide tomar cartas en el asunto. Se trata del colectivo Pool is Cool, un movimiento fundado en el 2014 por un grupo de amigos, principalmente arquitectos y urbanistas, que comenzaron a llevar a cabo iniciativas de concienciación. Entre sus integrantes hay belgas, pero también muchos extranjeros llegados de Alemania, Italia, Francia, España o Polonia.
“Todos nos dimos cuenta de que crecimos en lugares donde nadar al aire libre era normal, y al llegar nos faltaba”, explica el coordinador de Pool is Cool, Paul Steinbrück.
El colectivo pasó a la acción para construir una piscina flotante propia en los márgenes del canal de Bruselas. Comenzó a funcionar en el 2021, pero en junio tuvieron que cerrarla. Al final, era solo un prototipo, y necesitaban involucrar a las autoridades, que no estaban por el asunto. Desde hace más de un año, la región de Bruselas capital se encuentra sin gobierno por la falta de acuerdo entre los grupos políticos, lo cual no aseguraba que pudiesen contar con algún tipo de financiación pública. “Después de un cierto tiempo, nos dimos cuenta de que lo habíamos probado todo y que, si la manteníamos abierta, era solo para llenar el vacío de la inactividad de la administración pública”, lamenta Steinbrück.
El objetivo de la piscina temporal de este colectivo era también ganar tiempo para que las autoridades avanzasen sobre alguno de sus proyectos, pero hoy por hoy ninguno ha salido adelante. Una de las opciones era preparar una piscina flotante en el canal para que se pudiera nadar, de forma similar –aunque más artificial– que lo que ocurre en el Sena de París. Se debía instalar en una zona céntrica, pero en mayo el Gobierno de la ciudad lo descartó por su elevado coste y las complicaciones logísticas ante la mala calidad del agua.
Otro proyecto, con más viabilidad, era una piscina en una terraza con vistas a la ciudad en el barrio de Anderlecht, y el Parlamento bruselense ha instado a acelerar su construcción, pero siempre todo depende de la voluntad política. Por eso, desde el colectivo Pool is Cool presionan para que, hasta el momento, se permita nadar en algunos puntos donde la calidad del agua del canal es más saludable, como en la frontera con Flandes. “Podría ser una solución más accesible y estamos trabajando en ello”, asegura Steinbrück. Hasta ahora, esta práctica sigue prohibida.

Pero, de momento, este verano los belgas se deberán contentar con seguir desplazándose hasta las playas de Ostende, los lagos belgas, los canales de Gante o la opción favorita de los que pueden hacerlo: subirse en un avión en dirección al sur de Europa. Bruselas sigue sin una sola piscina al aire libre.