
Las olas tecnológicas suelen venir acompañadas de una ola globalizadora, aunque no todas con el mismo patrón ni consecuencias. La digitalización y la revolución de las telecomunicaciones de los noventa alimentaron un periodo de integración económica sin precedentes. Pero llega a su fin. La pandemia y las nuevas tensiones geopolíticas se reordenan en base a una regionalización creciente: las cadenas de suministro se repliegan, los gobiernos vuelven a hablar de independencia tecnológica y los acuerdos comerciales multilaterales son sustituidos por bloques regionales. Schumpeter describió la destrucción creativa como motor del capitalismo, y hoy vemos cómo el fin de un ciclo genera un malestar profundo entre los perdedores de aquella ola y, al mismo tiempo, abre espacio para nuevos actores emergentes y nuevos ganadores.
Aquí aparece la paradoja de Trump, que construye su fuerza política sustentado electoralmente en el malestar de los trabajadores desplazados por la anterior ola tecnológica: empleados de la industria manufacturera y comunidades empobrecidas del cinturón del óxido, feudos tradicionalmente demócratas (lean el dialogo entre Piketty y Sandel sobre ello). En base al sufrimiento de este colectivo aupó una agenda proteccionista, un discurso agresivo contra China y todo lo que tenga balanzas comerciales negativas con USA, y un liderazgo autocrático de base, como diría Lakoff, paternalista. Pero, al mismo tiempo, Trump también ha contado con el apoyo entusiasta de parte de los nuevos actores y ganadores de la actual ola tecnológica: empresarios de la inteligencia artificial, inversores en criptomonedas y actores que tienen mucho que ganar en un entorno globalizado, más que en una América cerrada sobre sí misma. Seguramente debemos situar el conflicto con Musk también en esta aparente contradicción, entre las necesidades de su base electoral y los intereses de la élite que lo sitúa en la cúspide del poder político mundial.
Paradoja
Trump lidera a los perdedores de la anterior globalización mientras recibe el apoyo de los ganadores de la nueva ola tecnológica
La nueva ola tecnológica vuelve a ser eminentemente global, por eso no estamos asistiendo al final de la globalización. La globalización es inherente al desarrollo técnico, la vieja globalización muere y nace una nueva. Las ideas circulan en tiempo real, los algoritmos no conocen fronteras y la competencia es planetaria. Aquí no hay fábricas que trasladar ni bienes físicos que proteger con aranceles. Esto hace que su lógica sea mucho más difícil de encajar en las herramientas clásicas de la política comercial y del papel de los estados. Paul Krugman sostiene que el proteccionismo tradicional es poco efectivo porque los flujos más valiosos son el conocimiento y los datos. Los gobiernos pueden levantar muros para proteger su industria, pero no pueden detener la difusión de un código o de una innovación científica.
Quizá el reto provenga de ahí: de que la política aún no ha encontrado el lenguaje ni la arquitectura adecuada para gestionar un mundo en el que los ganadores y perdedores de la globalización ya no pueden delimitarse por sectores ni por fronteras claras. Mientras, los populismos avanzan .