Vasallos felices de Trump

Si vasallaje es “el vínculo de dependencia y fidelidad que una persona tiene respecto a otra, contraído mediante ceremonias especiales, como besar la mano el vasallo al que iba a ser su señor”, según definición de la RAE, hay que reconocer que, al menos de momento, Europa ha evitado el besamanos, pero en cambio, las señales que apuntan a la dependencia y fidelidad al señor americano se van acumulando.

Los europeos se quejan, pero la creciente dependencia de Estados Unidos hará que acepten en gran medida las políticas enmarcadas en el papel de Estados Unidos en la seguridad mundial. “Esta es la esencia de la vasallización”, señala un informe del European Council on Foreing Relations (ECFR) anterior al segundo mandato de Trump, que ya advierte que, aunque la alianza con Estados Unidos sigue siendo fundamental para la seguridad europea, depender totalmente de un Estados Unidos encerrado en sí mismo para el elemento más fundamental de la soberanía “condenará a los países de Europa a la irrelevancia geopolítica en el mejor de los casos, y a ser un juguete de las superpotencias en el peor”.

Un segundo informe del mismo ECFR, del mes pasado, advierte de este riesgo de la vasallización de Europa. “El objetivo puede ser crear un ‘vasallo feliz’: una Europa demasiado débil y dependiente para actuar por su cuenta. Un informe en el que argumenta que Europa está atrapada en un show de Truman, con la América de Trump en la silla del director.

Ya a principios de este año, el presidente italiano, Sergio Mattarella, lanzaba un aviso similar. Se preguntaba si Europa pretende ser objeto de disputa internacional, zona de influencia de otros o ser sujeto activo. “¿Puede aceptar quedar atrapada entre oligarquías y autocracias? Como mucho con la perspectiva de una ‘feliz vasallización’. Hay que elegir ¿ser ‘protegidos’ o ser ‘protagonistas’”?

La foto del acuerdo de los aranceles

La foto del acuerdo de los aranceles

¿Somos ya protegidos, juguetes de las superpotencias, vasallos? Probablemente no, pero estamos haciendo méritos en esta carrera al precipicio, con cesiones en toda línea ante los Estados Unidos, de fondo y de forma. Lo hacemos con los aranceles. Hay una fotografía (la que está sobre estas líneas) que ilustra la sumisión europea en este terreno, aunque sus actores intentan disimularlo con actitudes sonrientes. La imagen tomada en julio en Escocia muestra una aparente celebración del acuerdo entre Estados Unidos y la Unión Europea, que enmascara la cesión europea que consiguió, esto es verdad, evitar una guerra comercial abierta.

Hay detalles que alertan sobre lo que la foto esconde. La adusta expresión de la señora de la chaqueta gris, la segunda por la izquierda, da pistas de que lo que realmente había ocurrido aquel día en Escocia. Se había cerrado un acuerdo y la señora de la chaqueta gris no tenía motivos para sonreír. Es la directora general de Comercio de la Comisión Europea, Sabyne Weyand, una my eficiente alemana que anteriormente fue la número dos de la negociación del Brexit. Una experta en negociar que parece notar que aquel día en Escocia, seguramente por imposición de la cúpula, no pudo hacer bien su trabajo.

A Trump le gusta que se le rinda pleitesía, y los líderes europeos parecen no cómodos, pero sí conformados con este papel. Confían en que una cierta genuflexión les permita ganar tiempo y un cierto favor del presidente norteamericano. Solo así se entiende la súbita aceptación en junio de un aumento de hasta el 5% del PIB de los presupuestos nacionales de defensa de los miembros de la OTAN, con muchos países confiando en que una cosa es firmar y otra cumplir lo firmado. Razón por la cual les molestó sobremanera la posición de Pedro Sánchez, negándose a entrar en la comedia y asumir el 5%, lo que les dejaba en evidencia. Con aquel movimiento, Sánchez marcó territorio, pero pagó un doble precio, el descontento entre algunos aliados europeos y la ira de Trump.

La anemia económica de Alemania es un aviso de lo que viene para el resto de Europa

Una ira que aparece de ofrma intermitente.Esta semana, en uno de sus excesos habituales, Trump ha llegado a plantear que se podría expulsar a España de la OTAN si no aumenta su gasto militar, algo que, por cierto, no permite el tratado de la alianza. En el futuro próximo podría dejarla fuera del próximo G-20, que se realizará el próximo año bajo presidencia norteamericana. Una España que mantiene su estatus de invitado permanente en el grupo desde 2008.

Al 5% de la OTAN se le sumó más tarde el citado 15% de aranceles unilaterales de la UE, con compromisos añadidos, más bien ilusorios, de invertir en Estados Unidos y comprar energía de aquel país. Trump lo pudo vender como triunfo, lo que sabe hacer muy bien, mientras Europa esgrimía que había evitado un mal mayor y que ganaba tiempo. Argumento que convenció a pocos.

El precio a pagar es ir acercándose a la categoría de vasallo. Si hasta la época Trump, los europeos ya aceptaban una dependencia absoluta de Estados Unidos en términos de defensa, con el pacto implícito de que Estados Unidos protegía y a cambio mandaba, ahora el tablero se ha movido. Por un lado, la protección del aliado americano es todo menos segura, y por otro, el vasallaje se extiende al terreno económico, comercial e incluso cultural.

De las 50 mayores tecnológicas del mundo, solo cuatro son europeas

Una de las razones de esta debilidad europea son los problemas de su principal miembro. Una Alemania con crecimiento anémico, y que paga su dependencia de unos muy pocos sectores, como el automóvil, y también una falta de inversión en industrias de alta tecnología. El gigante alemán se ha convertido en el enfermo de Europa y el problema es que, si el hermano mayor está mal de salud, lo acaba pagando toda la familia. La doble dependencia, de la Unión Europea respecto a Alemania y de Alemania respecto a Estados Unidos, provoca un efecto multiplicador de la debilidad de los países europeos.

Y más alarmante incluso, Alemania es el canario de la mina de carbón, avisa Wolfang Münchau, director de Eurointelligence Ltd, en un informe publicado por Funcas. “Lo que ocurrió allí, ocurrirá en el resto de Europa con un cierto retraso”, añade, y apunta al problema global europeo. Su tesis es que Europa no sufre una crisis coyuntural, sino una debilidad estructural. Que su fragilidad en materia tecnológica supone su mayor problema, y que detrás hay una serie de políticas de fondo que lo han provocado.

Una cifra ilustra el retraso europeo. De las 50 mayores tecnológicas del mundo, solo cuatro son europeas y prácticamente ninguna nativa de este siglo. El argumento de Münchau es que es un retraso alimentado por tres hechos interconectados: exceso regulatorio, fragmentación financiera y falta de inversión en sectores claves. Y la conclusión es que sin mercado de capitales europeos entramos en declive, ordenado, pero declive al fin y al cabo. Mientras el muy alabado informe Draghi cumple un año de su presentación guardado en un cajón.

Cuando se inició la discusión de los aranceles con Estados Unidos, fuentes de la negociación manejaban ya la hipótesis que a Trump habría que darle algo, algún elemento que pudiera vender como triunfo. Una confidencia que en aquellos momentos ya sonaba a cesión, pero que, a la hora de la verdad, con el 15% unilateral aceptado, se quedaba muy limitada para lo que después realmente vino. Y lo que es peor, lo que vendrá, porque Trump ha podido detectar una Europa débil, y su personalidad es la del que tiende a abusar del débil, y también a frenarse ante el fuerte.

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