
¿Qué haces cuando nadie te ve? ¿Cantas a todo pulmón sin reparar en afinaciones? ¿Bailas desnudo en la sala de tu casa esa música que nadie sabe que disfrutas? ¿O simplemente duermes a placer todo el día sin preocuparte de que nadie te llame perezoso? ¿Quién eres en tu más íngrima soledad? ¿Cómo te sientes en esos momentos que solo a ti te pertenecen, y que ninguna presencia ajena condiciona? ¡No me lo digas a mí! No me interesa; solo me importa tu derecho a tu intimidad, a experimentarte plenamente y que puedas conocerte en toda tu posible expresión.
Una de las cosas que más me impactó de la conferencia Watch Out! Bitcoin de la semana pasada fue cuando, en uno de los paneles, Ben Kaufman de la wallet Bitcoin Keeper comentaba que, luego de la detención de los desarrolladores de Samourai Wallet y los de Tornado Cash, había miedo en el ecosistema para integrar en sus productos tecnologías de privacidad. Que lo ha comentado con otros colegas desarrolladores, quienes también se están absteniendo de desarrollar estos servicios.
Por un lado, tiene sentido: nadie quiere ver vulnerada su libertad e integridad física, o la de sus familiares. Desde una perspectiva práctica, utilitaria, egoísta, ¿vale la pena inmolarse? Pero, por otro lado, sopesándolo en el gran esquema de las cosas, este cálculo individual tiene como contrapartida admitir la derrota, ceder ante el triunfo de la hipervigilancia y la criminalización de la privacidad.
Ese era el objetivo del gobierno de Estados Unidos y, mientras se mantenga el miedo de los desarrolladores, lo lograron. Porque para criminalizar algo, de facto, no hacen falta leyes. El poder está más consolidado cuando la amenaza es suficientemente disuasoria como para que no sea necesario el ejercicio de la violencia. La gente aprende a “autorregularse”, que no es más que otra forma de decir autocensura.
Se está librando una batalla espiritual. Porque el derecho a la privacidad es el derecho a sí mismo. Sin privacidad no hay acceso al mundo íntimo, porque todos actuamos distinto cuando sabemos que somos observados. Y no es nada esotérico. Es una verdad incluso física, como lo demuestra el experimento de la doble rendija: incluso los electrones se comportan distinto ante la presencia de un observador.
Pero en un plano más material, la privacidad es la condición para la seguridad física en un sistema como Bitcoin.
Para lograr descentralización, Satoshi eligió la transparencia y sacrificó la privacidad. Creó un protocolo en el que todos somos vigilantes de todos para no tener que depender de una fuente centralizada de verdad. Esta contraloría general tuvo como efecto secundario la creación de uno de los mayores panópticos financieros que han existido, abierta a cualquier fisgón, con buenas o malas intenciones.
Debido a esta cristalina transparencia, se han reportado más de doscientos ataques físicos a poseedores de criptomonedas, de los cuales cuarenta y ocho han sido en 2025. Esto quiere decir que, en 16 años de historia de bitcoin, al menos el 20% de los ataques se concentra solo en el último año. Decimos al menos porque estas cifras no son exactas, en tanto que puede haber subregistros por ataques no denunciados.
El caso es que la violencia contra tenedores de criptomonedas aumenta vertiginosamente, casi al mismo ritmo en que las herramientas de análisis de transacciones se vuelven más sofisticadas, estando disponibles para cualquier persona sin importar sus intenciones. Esto sin mencionar que cada vez se hace más masiva la solicitud de datos personales a clientes a través de normas de KYC, datos que terminan siendo vendidos a criminales en la deep web.
Los Estados promueven la criminalización de las herramientas de privacidad bajo la justificación de combatir el crimen, pero la falta de herramientas de privacidad facilita el crimen.
Al mismo tiempo, los desarrolladores dejan de promover herramientas de privacidad por miedo a la violencia estatal, aumentando el riesgo de sufrir la violencia de criminales extralegales.
Puede que el camino del medio sea el más inteligente. Introducir, de forma velada, herramientas de privacidad, bajo el abrigo de herramientas que sirven para otros fines. Lightning es un ejemplo de ello: una red para pagos instantáneos y baratos que, por añadidura, aumenta la privacidad. RGB y Ark también parecen ir en esa dirección. Así, mitigamos tanto el riesgo a la violencia oficial, como extraoficial, y ganamos terreno para ser más privados.
Creo que la defensa de la privacidad es algo que no debe abandonarse. A pesar de que parezca una faena absurda, en tanto que, por todos lados, dentro y fuera de Bitcoin, estamos rodeados de transparencia e indiferencia ante la vigilancia y el abuso de nuestros datos. Aun así, hay que insistir, levantar la voz y hacer consciencia sobre el valioso bien que estamos perdiendo, y del peligro que corremos por tener miedo a defenderlo.