
En Cisjordania ya se sabía que la liberación de 250 palestinos de las cárceles israelíes venía con una condición: la celebración había de ser clandestina, íntima y, en la mayoría de los casos, sin la presencia de los propios liberados. Desde un primer piso de la parte baja de Ramala, una anciana pasa los días sola, oteando la calle y escondida tras las cortinas. Debería haberse reencontrado con su hijo, que el lunes salió de la prisión de Ofer después de 21 años por haber sido miembro de las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa. Sin embargo, Israel se lo ha puesto muy difícil: es uno de los 154 presos deportados a Egipto y condenados a pasar el resto de sus vidas en el exilio.
El domingo, cuando la señora —cuya identidad y la del hijo debemos omitir— intentó cruzar la frontera con Jordania para de ahí volar a El Cairo y tener el reencuentro, los soldados israelíes le dijeron: “Vuélvete a Ramala, madre de terrorista”. Al día siguiente, cuando se acercó a las puertas de la cárcel para intentar ver su liberación, solo encontró gas lacrimógeno, balas de goma y folletos que amenazaban con ataques con dron a quienes montaran fiestas. Más tarde, cuando volvió a su casa, las autoridades israelíes la allanaron y la saquearon. Un primo del liberado regenta una cafetería algo más arriba de la cuesta donde vive su tía, un punto de encuentro donde se reúnen principalmente hombres para fumar, beber café y conversar. La víspera de la liberación del vecino, el ejército se presentó: “Ni se os ocurra festejar o acabaréis como él”. Las redadas se extendieron por este y otros barrios de Ramala, además de otras ciudades de Cisjordania hasta ayer mismo, incluidas viviendas de los liberados.
Israel aún mantiene presos a más de 4.000 gazatíes, entre ellos el director del hospital Kamal Adwan
El lunes, Israel permitió una concentración multitudinaria pero breve en la plaza a la que los autobuses de la Cruz Roja trajeron a cerca de 90 hombres. “Pesaba 127 kilos y ahora 68. El sufrimiento ha sido indescriptible. Es más de lo que nadie se puede imaginar”, declaraba entonces Kamal Abu Shanab a un periodista palestino.
Nader Sadaqa, uno de los deportados a Egipto, intenta explicar tanto sufrimiento. Desde el hotel de El Cairo donde permanece —sin poder salir— con el resto de liberados, este “hijo de Nablus” espera a su familia, a la que Israel aún no le ha permitido acudir. En prisión desde el 2004, Sadaqa cumplía en distintas cárceles seis cadenas perpetuas por tirar piedras al ejército durante la primera intifada y por alistarse más tarde en el ala militar del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), de ideología marxista. “Cuando nos montaron en el autobús, le dije a mi compañero: “Este es el sol de la libertad, el sol al que le he cantado durante tanto tiempo”, cuenta Sadaqa a La Vanguardia . Este sol pareció más lejano que nunca a partir del 7 de octubre del 2023, cuando “nos empezaron a torturar hasta la muerte”. “Nos golpeaban con barras de metal, nos electrocutaban, nos azotaban. Nos llamaban ‘serpientes’ y en invierno nos confiscaban los abrigos y nos hacían dormir sin manta con las ventanas de las celdas abiertas”, recuerda.
Sadaqa asegura que, durante los dos últimos años, murieron a su alrededor más de 28 reclusos por la violencia de los carceleros y por una negligencia médica deliberada que trajo sarna e infecciones. Entre ellos, un joven de 24 años de la cárcel de Meggido. “Cuando sus compañeros de celda pidieron ayuda, cuatro guardias sacaron su cadáver al patio, lo hicieron bailar y entre risas celebraron un funeral de broma”, sostiene. Ahora, con 48 años y en libertad —o, al menos, en un hotel donde no lo torturan—este hombre no se arrepiente de los años perdidos. “El tiempo no me importa. Lo que me han robado no es eso, sino mi tierra y mi futuro en ella. Mi historia es insignificante en comparación con lo que le hacen a mi país”, explica Sadaqa, que reconoce que aún no ha entendido adónde estos dos años han llevado a Palestina.
Si Israel ha hecho difícil el reencuentro de los deportados a Egipto con sus familiares y amenazó con atacar a quien celebre en Cisjordania, en Gaza es diferente. A la franja han llegado 1.718 detenidos durante la última guerra. Entre ellos, Omar, de 18 años y con autismo, al que un francotirador disparó mientras esperaba ayuda. En los últimos meses, el adolescente ha sido, como muchos, rehén de los israelíes, que nunca le juzgaron formalmente.
Pero junto a las imágenes de abrazos entre escombros, de padres que conocen a sus recién nacidos y de familias reunidas están también las historias de quienes lo han perdido todo. Un vídeo publicado por Al Yazira el martes mostraba a un hombre que había regresado a Jan Yunis para conocer que su mujer y sus tres niños habían muerto. “Había hecho una pulsera para mi hija de dos años – gritaba desconsolado, con un hilito con cuentas de colores en la mano–. El 18 de octubre es su cumpleaños y ha muerto”.
Israel también ha devuelto a Gaza los cadáveres de 45 personas que, según el Ministerio de Salud de la franja, presentan señales de haber sido fusiladas o arrolladas por tanques. Quedan en manos del Gobierno israelí más de 4.000 gazatíes abducidos después del 7 de octubre del 2023. Entre ellos hay periodistas y médicos, como el doctor Husam Abu Safiya, director del hospital Kamal Adwan, y por cuya liberación se ha convocado una campaña de protestas.