España no gana para alegrías económicas y lo pone negro sobre blanco el debate político, que continúa en modo agrio, pero lo hace en cuestiones con un cierto aire del pasado, como el aborto, la inmigración, los varios casos de supuesta corrupción sobre la mesa y más.
La economía funciona (al menos sobre el papel) y el toma y daca se centra lejos de esta. Recuerda, en parte, a lo que ya pasaba antes de la dura crisis financiera del 2008.
(Y que no vuelva…)
Porque las cifras del paro registrado bajan y bajan. El gráfico que sigue a continuación habla solo. Salvo por el tremendo bache de la pandemia, la tendencia es positiva más allá del habitual mal dato post verano y post navideño, la clásica resaca tras el atracón de servicios y turismo que se vive por esas fechas. El paro evoluciona bien. También porque si esa cifra de desempleo se combina con el número de personas que están ocupadas y afiliadas a la seguridad social, el resultado es de menos paro, más trabajo y una población que no deja de aumentar y retroalimenta el crecimiento.
Alguno le llamará ya la curva de la felicidad española.
Una curva de la felicidad que destaca, sobre todo, en contraste con la de los vecinos europeos.
Ahora. Y en las previsiones:
La buena nueva del último post verano y pre Navidad es, además, el avance que observa la industria manufacturera y el sector de la información y comunicaciones más allá del habitual subidón en educación. Se les supone sectores con valor añadido, mejores salarios y mayor innovación. De futuro.
Al revés, cuando se va al detalle de dónde echa raíces ese futuro, llegan los sustos. ¿Qué territorios harán de tractores de la economía española desde lo industrial y tecnológico si se toma por referencia, por ejemplo, la muy relevante ubicación de los polos centrales para la movilidad eléctrica, que son fuente tanto de empleo como de innovación? El centro-norte vuelve a ser la referencia:
La desigualdad está ahí. Pese al crecimiento general. Y para descreídos ahí están también los fondos europeos, que a la vez que apoyan proyectos de futuro intentan poner una malla de seguridad a los déficit del presente. Es la razón por la que Catalunya y Andalucía, por tamaño y perfil, son los dos territorios más destacados al igual que lo es en su escala el País Vasco, que en proporción (tiene una población de poco más de dos millones de habitantes, algo así como Barcelona ciudad y una pequeña parte del territorio metropolitano) es también destacable.
Europa siempre da pistas del peligro de hablar de totales.
Porque sí, Madrid continúa haciendo de aspiradora y concentra partes cada vez más relevantes del PIB español en un mundo invariablemente volcado en lo financiero y los servicios. En el norte Euskadi sigue con su liderazgo industrial y en innovación. Y en el noreste Catalunya lo hace de manera destacada en viejos sectores industriales y nuevos como la biomedicina y la tecnología digital.
La consecuencia se refleja en el último dato que dio el INE hace cinco días: las diferencias de renta entre zonas ricas y pobres en España “se agravan”. ¿Un ejemplo clarividente? Los ingresos de los habitantes de Gipuzkoa aumentan 354 euros más que los de Almería.
Y hay más. Lo resumía sin rodeos Ignacio González, el presidente de la asociación que reúne a los fabricantes y distribuidores del país (AECOC), en El Economista esta misma semana: “El consumo está creciendo al 4% pese a que la renta disponible sigue al nivel del 2010”.
España va bien, pero cuidado, porque el peligro de presente y futuro, sorpresa, vuelve a reflejarse donde lo estaba en los momentos previos a la crisis del 2008: hay crecimiento económico, sí, aunque con una capacidad adquisitiva que no lleva bien el aumento de precios, muy en especial de la vivienda (y hoy su precio en España se encarece el doble que en la UE, un 12% en el segundo trimestre frente al 5,4% en el espacio comunitario); una inmigración que suma pero que se concentra, habitualmente, en sectores de poco valor añadido, como la hostelería; desigualdad entre territorios que supone una presión para todos, para unos en vivienda, para otros en empleo…; el endeudamiento público, además, crece…
Los peligros se conocen, porque son los del pasado. La oportunidad para corregir las fallas siguen ahí, en una época de bonanza. Pero por ahora la política está centrada en debates que parecían superados.
¿Tregua, paz y de nuevo guerra?
Tras dos años de guerra en Gaza, en medio de un muy frágil alto el fuego en el que no se dejan de sumar muertos, es el momento de rememorar los números de un conflicto que empezó mal (más de mil israelíes asesinados por Hamas) y acaba peor (más de 60.000 muertos en el enclave dominado por la milicia islamista, miles de ellos niños, sin que siquiera los reporteros internacionales hayan podido acceder y trabajar sobre el terreno).
A falta de más ojos en el enclave palestino, Gaza ya no existe, se repite a menudo; Israel tampoco es la misma, se explica; aunque ponga donde se ponga el acento, lo único claro es que, los muertos, por miles, la mayoría civiles (más del 80%), nunca volverán pero hablan. Aquí los números de un drama que desde la ONU se tilda de genocidio y ante el que cualquier palabra de más sobra:
Zona residencial de ciudad de Gaza en una foto realizada durante el presente alto el fuego.
¿Las danas están para quedarse?
Tras lo sufrido por Valencia hace un año por una dana, Tarragona temió lo peor hace solo dos semanas con la dana Alice y recordó el peligro que supone vivir al borde de los barrancos en medio de fenómenos meteorológicos extremos por lluvia, inundaciones y más. Problema: se espera que estos sean cada vez más frecuentes y extremos en España y buena parte de la razón se achaca a los cambios climáticos. El acelerón del calentamiento del mar Mediterráneo, por ejemplo, hace de mechero.
Cómo se forman las danas que afectan al Mediterráneo español.
Zona de Paiporta afectada por la dana en noviembre del 2024.
