Valencia, cuestión de Estado

Cincuenta años después de la muerte del general Francisco Franco, la protesta popular obliga a dimitir a un gobernante negligente en España. La democracia vive. Esta es la primera lección de la renuncia de Carlos Mazón a la presidencia de la Generalitat Valenciana después de doce meses de obstinada resistencia, tolerada, cuando no alentada por Alberto Núñez Feijóo. Temeroso de una crisis interna en el bullicioso PP valenciano, temeroso de una crisis de autoridad ante los suyos, Feijóo ha afrontado la cuestión de Valencia con el freno de mano puesto.

Fuentes del Partido Popular puntualizaban ayer que el presidente del partido no pidió a Mazón que dimitiese. Según la versión oficial fue este quien planteó la renuncia, “consternado” por las escenas vividas en el funeral de Estado cuando fue abroncado por las víctimas de la dana. Quizás sea este el pacto entre ambos, confeccionar una narrativa moralmente favorable al dimisionario, que ayer recurrió a un obsceno victimismo. El orden de los factores no altera el producto: la sociedad aún puede mover cosas en España cuando la política apuesta por la inmovilidad. La democracia vive.

Once manifestaciones desde noviembre del 2024. Sin esa persistencia cívica habría triunfado el inmovilismo. Los familiares de las víctimas y todas las demás personas afectadas por los estragos de la dana han demostrado un gran coraje cívico. Su determinación ha evitado el aislamiento de la jueza de Catarrosa que instruye el caso. El lunes de la semana pasada, el diario conservador ABC publicaba una encuesta de GAD3 según la cual el 75% de los valencianos quería la dimisión de Mazón. En un país en el que todo parece dividido, electores de izquierdas y de derechas se ponían de acuerdo en un punto: debe irse. El día anterior, el director de La Vanguardia, Jordi Juan, titulaba así su artículo diario: “Mazón ya tarda en dimitir”

Estaba claro que el primer aniversario de la tragedia traía consigo una fuerte exigencia moral, que se puso de manifiesto durante los funerales del Estado celebrados el pasado miércoles, cuando familiares de las víctimas abroncaron al presidente de la Generalitat en presencia de los Reyes y de las demás autoridades. En aquel momento se acabó la escapada. El inmovilismo valenciano no podía poner en riesgo la legitimidad del cuadro institucional español en un tiempo histórico de grandes fragilidades. El Partido Popular, en su actual versión CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), no podía provocar esa tensión en las costuras del sistema. Cinco días después de los funerales, Carlos Mazón ha dimitido.

La sociedad pide orden, es verdad, y este no solo consiste en que la policía garantice la seguridad ciudadana y el control de las fronteras. También forma parte del orden que los responsables políticos rindan cuenta de sus actos y dimitan cuando han cometido una grave irresponsabilidad. La legitimidad del sistema-España no podía permitirse la anomalía valenciana. La dirección nacional del Partido Popular ha tardado un año en entenderlo. El paso del tiempo no lo resuelve todo. El paso del tiempo puede multiplicar la protesta cuando una sociedad no está dispuesta a pasar por el aro. El quietismo era la gran especialidad de Mariano Rajoy, y en la crisis valenciana esa ha sido la apuesta de Alberto Núñez Feijóo.

¿Escuela gallega de quietudes? Rajoy y Feijóo son discípulos de José Manuel Romay Beccaría (Betanzos 1934), veterano político que fue secretario general de Sanidad con el régimen de Franco (1963-1966), subsecretario de la Presidencia y subsecretario de Gobernación entre 1974 y 1975, los años finales de la dictadura; vicepresidente del primer gobierno de la Xunta de Galicia –el hombre de Manuel Fraga en Galicia para controlar el inicio del experimento autonómico-, diputado en el Congreso, presidente de la diputación provincial de A Coruña, ministro de Sanidad en el primer gobierno de José María Aznar, dos veces presidente del Consejo de Estado. Un currículo impresionante. Rajoy se estrenó en política a su vera. Romay propulsó la carrera de Núñez Feijóo nombrándole para un alto cargo del Ministerio de Sanidad en Madrid. Hizo algo más: contribuyó a derrotar al sector rural del PP cuando se planteaba la sucesión de Fraga, aquella célebre pugna entre ‘boinas’ y ‘birretes’. En la Academia Romay se aprendía el ejercicio de la cautela. Paso a paso. Dejar que el tiempo resuelva las cosas. Esas viejas enseñanzas chocan con la actual dinámica de aceleración de los acontecimientos, las emociones y las ideas. Ahora hay que tener muy buenos reflejos.

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El presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, anoche, en la presentación del libro ‘El evangelio según Caravaggio’, del vicesecretario de Educación e Igualdad del PP, Jaime de los Santos

SERGIO PÉREZ / EFE

El drama de Valencia ha significado una crisis de Estado. Paiporta, 3 de noviembre del 2024, hace ahora un año. La visita de los Reyes a esta localidad fue escenario de significativos incidentes. La gente estaba indignada por el escandaloso retraso en los avisos de alarma y por la tardanza en los auxilios. Las autoridades fueron abucheadas, les arrojaron barro y el presidente del Gobierno fue agredido. El presidente de la Generalitat, pegado al Rey, se escabulló como pudo. Felipe VI intentó calmar a los manifestantes dialogando con ellos. En Paiporta detonó una grave crisis de confianza, agravada durante las semanas siguientes por las informaciones que apuntaban a una grave desidia de Mazón en el escandaloso retraso del mensaje de alarma a los ciudadanos. El Ventorro. El Ventorro y algo más. El miedo a enojar al sector hostelero en una semana con un puente de tres días. Y algo más: la insensata campaña contra las alertas meteorológicas en los teléfonos móviles, alentada desde Madrid por una serie de personajes que se autodefinen como “liberales”.

La remontada electoral de Vox empezó con la dana y con los incidentes de Paiporta. Volvió a crecer con el apagón eléctrico del 28 de abril, volvió a crecer con el encarcelamiento de Santos Cerdán, secretario de organización del PSOE (30 de junio), y volvió a crecer con las evidentes negligencias en la extinción de los incendios forestales de este verano en Castilla y León (agosto). España ha vivido en el último año una insólita cadena de desplomes que han avivado la irritación y el desasosiego. Vox se aproxima hoy al 20% de los votos en los sondeos. Es el partido de Donald Trump en España y también el partido de los españoles que se sitúan más a la derecha y ‘enfrente’. Desde esa plataforma puede capturar estratégicamente al PP sin necesidad de superarle en número de votos. En la Comunidad Valenciana ya lo ha conseguido.

La subida de Vox amenaza con relegar a un segundo puesto al PP en unas elecciones generales, en beneficio del PSOE si este partido sigue congregando el voto progresista en detrimento de la coalición Sumar, que se halla en mínimos. Ello podría dar pie a un escenario político verdaderamente complejo. Diversas encuestas apuntan esa tendencia. En la Comunidad Valenciana, PP y Vox se hallan muy cerca del empate técnico en estos momentos. Queda claro porque Mazón anunció ayer su retirada. Valencia se ha convertido en el cráter del Partido Popular. Un año de escapada (Mazón) y quietismo (Feijóo) han contribuido a poner las bases de otro mapa electoral. Vox encabeza hoy las preferencias los electores masculinos, especialmente de los hombres situados entre los 18 y 45 años. El PP solo domina la franja de los mayores de 65 años. La crisis de Estado en Valencia ha sido fundamental en este proceso.

En Valencia, Vox ya ha capturado al PP. El escapismo de Mazón necesitaba una mayoría parlamentaria y el partido de la extrema derecha se la ha facilitado, dictando sus condiciones. Endurecimiento de la política lingüística de la Generalitat en detrimento del valenciano. Hostigamiento de la Academia Valenciana de la Llengua, organismo creado por Eduardo Zaplana, que respeta las Normes de Castelló (normas ortográficas comunes con el catalán, vigentes desde los años treinta del siglo pasado). Recuperación del anticatalanismo. Bloqueo de la ley valenciana de Memoria Histórica. Reducción de las partidas de cooperación. Segregación de nativos e inmigrantes en las estadísticas de la Generalitat relativas a los servicios públicos. Supresión de las comisiones parlamentarias sobre los derechos LGTBI, sobre los Derechos Humanos y Asuntos Europeos…. Ese ha sido el menú. Veremos cuál será el siguiente.

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Carlos Mazón, en la comparecencia para anunciar su dimisión, donde ha reivindicado su obra de gobierno de la mano de Vox

Biel Aliño / EFE

En la medida que el PP no parece decidido a solventar la renuncia de Mazón con la convocatoria anticipada de elecciones, Vox tiene la llave del relevo. El partido de Santiago Abascal deberá exponer ahora cuáles son sus condiciones para elegir al nuevo presidente. Si no hubiese acuerdo entre ambos partidos, se celebrarían elecciones en marzo. Atención a ese dato. El Partido Popular se halla ahora desplegado en línea: elecciones en Extremadura (diciembre), en Castilla y León (marzo), quizás en la Comunitat Valenciana en marzo, si hay bloqueo, y en Andalucía, en junio. Ese despliegue en línea, con Vox en el 20%, puede ser una temeridad estratégica. En los próximos meses se va a medir la verdadera relación de fuerzas entre ambos partidos.

Permítanme un apunte histórico que me parece pertinente. La coalición naval franco-española perdió la legendaria batalla de Trafalgar en 1805 cuando el vicealmirante francés Pierre de Villeneuve –el ‘inepto Villeneuve’ en los libros de historia- ordenó el despliegue en línea, y los ingleses, con menos barcos, pero bien artillados, lograron romper en dos esa formación. 

José María Aznar está alarmado. En el acto de presentación de su último libro (Orden y libertad), el expresidente del Gobierno ha pedido calma y templanza a los suyos. Les ha sugerido que no actúen a la desesperada creyendo que pueden tumbar a Sánchez cada diez minutos. “Si no hay materiales para una moción de censura, y no los hay, habrá que esperar a las elecciones. Alimentar la frustración es alimentar posiciones extremistas” [en alusión a Vox]. Feijóo quería concentrar elecciones regionales en marzo y le ha salido una peligrosa formación en línea. Se pondrá a prueba cada tres meses.

Valencia es importante en la política española. Vengo insistiendo tozudamente en esa idea desde hace años. Más de cinco millones de habitantes, una economía dinámica, un gran peso de la industria turística, fuerte concentración urbana en el litoral, sociedad bilingüe, un comunitarismo basado en las fiestas populares, oído musical, notable presencia de ciudadanos originarios de otras comunidades autónomas, jubilados en busca del mar, muchos de ellos; un 18% de inmigración extranjera, fuerte pervivencia de las delimitaciones provinciales (Valencia y Alicante en competición), vieja tradición republicana y una pasión más reciente por las plusvalías inmobiliarias. Creciente vinculación con Madrid, tensa relación con Barcelona cuando gobierna el bloque conservador. La región más ‘italiana’ de España. Todos los equilibrios y desequilibrios españoles están resumidos en la Comunidad Valenciana.

Un gobernante de la izquierda valenciana hubiese caído fulminado en quince días.

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