
Lamentable de principio a fin. En eso, Mazón ha sido coherente. En eso, y en ser inoportuno hasta para su propio partido, opacando también ayer, con su declaración institucional, otro día que el PP de Feijóo esperaba como punto de inflexión frente al Gobierno: la comparecencia del fiscal general ante el juez. Pero si algo ha caracterizado a Carlos Mazón durante su mandato, ha sido esa inoportunidad constante, que ha hecho de cada aparición suya una piedra más en el zapato de su partido. Ni en su último día como presidente no dimisionario supo ser oportuno ni digno.
Desde el minuto uno, su mandato ha sido un ejercicio de audacia fracasada, como lo avanzó su pacto con Vox, que hasta en Génova 13 vieron precipitado. Eso sí, para desgracia de todos, su gestión de la dana marcó el punto de no retorno.
El final de Mazón, como su gestión, llega tarde, mal y sin convicción. Indigno
Aquella catástrofe (229 muertos, una comunidad devastada, la sensación de desamparo) puso en evidencia una gestión deficiente y una comunicación caótica. Ocho versiones distintas sobre su paradero, contradicciones sobre los avisos, negaciones y rectificaciones. Las víctimas pedían respuestas. Él ofrecía excusas. Lo que siguió fue un rosario de despropósitos que culminó en los funerales de Estado de hace unos días, con Mazón allí de persona non grata a ojos de todo el mundo. En el PP, muchos entendieron al fin que Mazón restaba, y mucho. Fueron los últimos en enterarse.
Y ayer, cuando por fin compareció para dar “explicaciones”, lo hizo a su manera: sin decir lo esencial. No verbalizó su dimisión, sino que la insinuó. No asumió su responsabilidad, sino que la desplazó. Y lo hizo apelando, una vez más, a lo “inimaginable”. Esa palabra, repetida varias veces durante su discurso, pretendía describir la magnitud de la tragedia que le tocó gestionar. Pero terminó siendo, paradójicamente, el mejor adjetivo para calificar su descrédito político: inimaginable por su extensión, por su torpeza, por su incapacidad de entender el momento.
Carlos Mazón, ayer durante su comparecencia.
Porque lo que resulta realmente inimaginable no es la dana (que los servicios meteorológicos advirtieron) sino la desconexión de un presidente que, ante el dolor de su tierra, se parapetó en mentiras. Lo inimaginable ha sido su manera de prolongar el daño durante un año, y de hacerlo persistir incluso en el día en que debía cerrarse el ciclo.
Mazón ha hecho de la inoportunidad un método. Inoportuno en el pacto, inoportuno en la tragedia, inoportuno en el homenaje a las víctimas, inoportuno ayer, con las palabras escogidas y las descartadas. La historia lo recordará por haber encarnado la suma de todos los errores posibles. Su final, como su gestión, llega tarde, mal y sin convicción. Todo mal.
Aunque cabe apuntar que lo de Mazón sería del todo inimaginable si no ocurriera en una España que vota, una y otra vez, a individuos así: políticos que confunden responsabilidad con resistencia, decencia con cálculo. Como Tántalo en el mito, condenados (y condenándonos) a repetir el error, a rozar siempre la regeneración sin llegar nunca a tocarla.
