
Irlanda es un país dramático (con frecuencia incluso trágico), en el que los recuerdos de la hambruna, el exilio, la pobreza, la inmigración en masa, la represión y el poder absoluto de la Iglesia siguen muy presentes en la memoria colectiva. Ha sufrido muchas desgracias, pero ahora ya no puede echar la culpa de los males ni al colonialismo inglés ni a un retrógrado fanatismo católico. En todo caso al coco moderno de la globalización, como todo hijo de vecino.
Los irlandeses también están enfadados, igual que los norteamericanos y los británicos, que alemanes, italianos, franceses y españoles, pero no lo suficiente como para echar al Gobierno. Desean en teoría la reunificación de la isla, pero no lo suficiente como para otorgar el poder al Sinn Féin (antiguo brazo político del IRA y el único partido que propone un referéndum al respecto). Les preocupa el coste de la vida y en especial de los alquileres, la falta de vivienda asequible, el deterioro de las infraestructuras y los servicios públicos, la delincuencia y el aumento de la inmigración, pero no tanto como para hacer un cambio revolucionario. Todo depende de cuánto se quieren las cosas.
Irlanda tuvo su revolución hace un siglo y ahora prima la estabilidad política que atrae a las grandes multinacionales estadounidenses (Apple, Pfizer, Google, Meta, Intel, Microsoft, Boston Scientific…) con un impuesto de sociedades muy competitivo del 12.5%, y que el año pasado aportaron 40.000 millones de euros a las arcas del Tesoro. Una cifra que permite que Irlanda registre un superávit presupuestario, haya bajado los impuestos y reducido a la mitad la deuda pública en la última década. En teoría debería ser la envidia de cualquiera.
Preocupados por lo que pueda hacer Trump, los votantes han optado por la estabilidad y que siga el mismo Gobierno
El espíritu rebelde y el descontento latente por la desconexión entre las cifras macroeconómicas y la vida real (la inflación se come todo lo que se gana en otros conceptos) han hecho que el Sinn Féin gane por segundas elecciones consecutivas el voto popular (un 21.5% según el sondeo a pie de urna), aunque con casi tres puntos menos que en el 2020. El pragmatismo y el anhelo de estabilidad han hecho que Fine Gael (los herederos de Michael Collins) y Fianna Fail (los de Eamon de Valera) estén aparentemente en condiciones de reeditar la coalición que ha mandado los últimos cuatro años, con los líderes de ambos partidos (Simon Harris y Micheál Martin) turnándose en el cargo de taoiseach (premier).
Quizás la inteligencia artificial produciría en un segundo los resultados de las elecciones irlandeses, pero las papeletas se cuentan todavía a mano, y la complejidad del sistema proporcional de voto único transferible (los candidatos son clasificados hasta del uno al cinco según el orden de preferencias), hacen que se trate de un proceso que dura varios días y es más lento que el caballo del malo.
El sondeo a pie de urna y el recuento inicial sugieren que Fine Gael y Fianna Fail, los dos partidos históricos de centro derecha (con un 21% y 19.5% de primeras preferencias, respectivamente) alcanzarán en conjunto unos 80 de los 88 escaños necesarios para la mayoría en la Dáil (parlamento), y los ocho que les faltan podrán salir de los socialdemócratas, el Labour o candidatos independientes. Los Verdes, que les apoyaron en la última legislatura, se han hundido por completo.
La reunificación de la isla no figura entre los temas que interesan más a los votantes y permanece aparcada
Un 60% de los menores de 35 años ha votado como primera opción al Sinn Féin, lo cual es un buen augurio para los republicanos de cara al futuro. Pero de momento se les aplica una especie de cordón sanitario (en parte por ser el antiguo brazo político del IRA, en parte por su populismo de izquierdas)que dificulta enormemente su acceso al poder. Fraguar una coalición con 88 escaños les resulta casi imposible. Aunque las diferencias ideológicas y la inquina son mucho menores, en Irlanda es como si PSOE y PP se pusieran de acuerdo para colaborar y rotarse dos años cada uno en la presidencia del Gobierno. O de una “gran coalición” de socialdemócratas y CDU en Alemania.
Irlanda tiene 48 circunscripciones con entre tres y cinco diputados cada una, y el peculiar sistema de voto transferible (los de quienes ya han ganado el escaño o han sido eliminado se pasan a las segundas y terceras preferencias, etcétera) hace que en las elecciones haya más táctica que en una partida de ajedrez. Aunque el Sinn Féin sea el partido más votado en primera instancia, Fine Gael y Fianna Fail son la segunda opción de la mayoría del electorado.
A la espera de lo que haga Trump y lo que pase en Ucrania, los irlandeses han mostrado su disgusto pero no han dicho ¡basta! con un puñetazo sobre la mesa. Al contrario, se quejan de las cosas pero parecen haber decidido que sigan mandando los mismos.