
Los Juegos Olímpicos de París y la reapertura de Notre Dame dieron la imagen de una Francia moderna y capaz de grandes proyectos colectivos. La catástrofe causada por un ciclón en el archipiélago de Mayotte, el departamento 101 de la República, ha confrontado al país ante otra realidad mucho menos amable: existe un territorio nacional, en el Índico, donde se calcula que 100.000 personas –un tercio de la población– vivía en bidonvilles (barrios de chabolas), ahora arrasadas. La catástrofe natural se cebó en los inmigrantes irregulares. Probablemente nunca se sabrá cuántos murieron.
El pasado imperial y el cambio climático pasan factura a Francia. Desde la metrópoli se está intentando enviar a Mayotte, lo antes posible, ayuda de urgencia de todo tipo, sobre todo unidades potabilizadoras de agua. Las islas, superpobladas, sufrían ya antes del desastre una penuria endémica de agua potable. Hace unos meses se registró un epidemia de cólera, y el temor es que la plaga vuelva a gran escala ante los muchos cadáveres que ocultan las colinas de la periferia de la capital, Mamoudzou, donde las bidonvilles habían crecido como hongos.
Temor a otra epidemia de cólera en un territorio que ya sufría un déficit de servicios sanitarios
La isla de La Reunión, también departamento francés de ultramar, en el Índico, otra reliquia del imperio, a más de dos horas de vuelo de Mayotte, se ha convertido en el centro logístico para canalizar la ayuda. Se usan aviones militares de transporte, de hélice, más adecuados para aterrizar en el aeropuerto de Mayotte, donde la torre de control quedó inutilizada.
El titular del Interior, el muy conservador Bruno Retailleau, hombre fuerte del gobierno dimisionario –que está a la espera de ser confirmado o no por el nuevo primer ministro, François Bayrou– llegó a Mayotte ayer por la mañana. El Estado necesita mostrar presencia. Las islas no estaban preparadas. Son el departamento más pobre, un infierno de miseria y problemas sociales. Policías armados custodian ahora supermercados y gasolineras. El pillaje ha sido inevitable. Mayotte soporta desde hace años un flujo migratorio masivo, desde las vecinas islas Comoras, de Madagascar y del continente, que las desborda por completo.
Los servicios sanitarios ya eran muy insuficientes antes del ciclón, con una proporción de médicos por número de habitantes al menos cuatro veces inferior a la Francia metropolitana. No es fácil convencer a profesionales o funcionarios de la metrópoli para que vayan a trabajar a Mayotte unos años.
La cifra oficial de víctimas identificadas –una veintena– contrasta con el temor del prefecto, François-Xavier Bieuville, de que acaben siendo centenares, o incluso miles, cuando se inspeccionen y limpien vastas áreas de chabolas –“hábitat precario”, según el eufemismo gubernamental– adonde les cuesta llegar a los equipos de rescate. Cuando se acercaba el ciclón, muchos no atendieron la llamada a acudir a refugios. Por su situación ilegal, desconfiaban. ¿Cuántos de ellos murieron? ¿Cuántos han sido ya enterrados con celeridad, según la costumbre musulmana? A la fatalidad se añade el anonimato.