La insurgencia islámica repunta en Tailandia matando a 2 policías e hiriendo a 10 en 2 días

La insurgencia malayo-musulmana repunta en el sur de Tailandia con dos atentados con víctimas en otros tantos días consecutivos. Este martes dos policías han muerto en su coche patrulla al estallar una bomba a su paso en una carretera rural de Narathiwat. Ayer, otro explosivo escondido en una motocicleta, frente a una comisaría de Patani, provocó una decena de heridos, tres de ellos de consideración, por metralla. Todos eran agentes, excepto un turista malasio, herido leve. 

El atentado de este martes es particularmente doloroso, puesto que ha segado la vida de un padre e hijo volcados en la educación, el teniente coronel Suwit Chuaythewarit, de 56 años, y su vástago y también agente, sarenteo Dome Chuaythewarit, de 35. 

Cabe señalar que ambos eran nativos del sur de Tailandia y ambos eran musulmanes. El primero había recibido un galardón hace diez años por su labor en una escuela de frontera, con 120 alumnos hablantes de yawi (el dialecto malayo local) y una decena de maestros . Padre e hijo se dirigían a comprar material escolar cuando la bomba fue detonada al paso del vehículo, que dio una vuelta de campana.

Los maestros tailandeses son objetivo “militar” para las organizaciones armadas malayo-islamistas,  como lo fueron hasta la década pasada los maestros turcos para el Partido de los Trabajadores  del Kurdistán (PKK). También las escuelas. De hecho, en vísperas de Navidad fue detonado un explosivo contra el blindado que protegía uno de estos convoyes de maestros, en la misma provincia fronteriza con Malasia. 

La policía ha difundido imágenes del hombre que presuntamente colocó una moto-bomba frente a una comisaría de Patani, ayer lunes, antes de huir en motocicleta. El artefacto explosivo, colocado en una motocicleta, fue detonado por control remoto. La policía ha observado una mayor sofisticación en los atentados de la insurgencia malaya en el sur de Tailandia, que desde 1979 ha ido adquiriendo tintes cada vez más islamistas, volviéndose no solo contra la población budista tailandesa -a la que pretende ahuyentar- sino también contra la población musulmana moderada. 

El año ya había empezado con ráfagas de fusil ametrallador contra un puesto policial. Aunque el atentado más significativo de los últimos dos meses se produjo a finales de noviembre, cuando un coche bomba contra una casa cuartel de la policía provocó treinta y un heridos y un muerto entre los agentes. 

Todo ello confirma el repunte del conflicto secesionista en las provincias meridionales de Patani, Yala y Narathiwat, donde la población es de confesión musulmana y lengua malaya. El resto del país, en contraste, es abrumadoramente budista. 

Tributario de Siam

El sultanato de Patani incluía territorios a ambos lados de la frontera actual

La organización secesionista más activa responde al nombre de Barisan Revolusi Nasional Melayu Patani, cuyo brazo armado es el RKK. También está presente en la vecina provincia malasia de Kelantán, donde se habla el mismo dialecto malayo. El territorio a ambos lados de la frontera conformó históricamente el sultanato de Patani, que durante siglos rindió tributo al rey de Siam y a sus predecesores de Ayutthaya. En 1909, no obstante, Bangkok y Londres llegaron a un acuerdo para repartirse el sultanato de forma salomónica, fijando  las fronteras heredadas por las actuales Tailandia y Malasia. 

A finales de los años treinta, el reino de Siam fue rebautizado como Prathet Thai o Estado Tai, poniendo el acento en el grupo étnico, como había puesto de moda el fascismo europeo o el Japón militarista de la época. Los intentos de asimilación de la minoría malaya se intensificaron en los años cuarenta.  

Desde 1949, una parte de esta población busca algún tipo de autonomía que el estado no concede, aunque el monarca puede ser patrono hasta de escuelas coránicas. En 1952, el líder político del movimiento Haji Sulong, fue excarcelado y acto seguido desapareció, junto a su hijo. Dos presuntos crímenes de estado que Patani no olvida. Aunque para los militantes, desde hace algunas décadas, la reivindicación ya no es autonomista, sino separatista, inasumible para Tailandia. 

En Bangkok, por cierto, así como en otras partes del país, la población musulmana (5% de los tailandeses) vive en aparente armonía. Aunque el reino no es para nada aconfesional, sino manifiestamente budista, muchas instalaciones públicas sorprenden por contar con instalaciones habilitadas para el rezo musulmán. El hiyab también delata que la mitad de las cajeras de los famosos supermercados 7Eleven, por ejemplo, son musulmanas. 

Sin embargo, en el sur subsiste la sensación de ser ciudadanos de segunda. Y el retorno al poder, por la puerta de atrás, del clan Shinawatra, no ayuda, al reavivar la época más dura del conflicto. 

Este fue reactivado por la escasa mano izquierda de Thaksin Shinawatra en este asunto, durante sus años de primer ministro, a inicios de siglo. Thaksin, un expolicía, arrebató el control de la zona al ejército para entregárselo a la policía, más corrupta y con mucha peor entrada entre los notables locales. 

Luego, la “guerra contra las drogas” de Thaksin -que precedió en una década a la de Rodrigo Duterte en Filipinas-dejó 2.500 muertos, afectando de forma desproporcionada a estas provincias fronterizas, acostumbradas al contrabando. La mayoría de sus presas lo son por tráfico de drogas y la última incorporación sonada a una cárcel de Patani, en noviembre, fue una cantante pop malasia de Kelantán, Eda Ezrin (ataviada con hiyab) capturada con 6.000 anfetaminas. 

En cualquier caso, Thaksin echó gasolina al fuego y obró el milagro de multiplicar el número de yihadistas, que era apenas de unas decenas, “un problema policial”, al llegar él, según sus propios cálculos. Su desaguisado en el Sur fue uno de los motivos que pesó en el golpe de estado con que el ejército le  apartó del poder, en 2006. Paradójicamente, un golpe militar que no perseguía más mano dura en un conflicto secesionista, sino más mano izquierda. 

El número de víctimas entre 2004 y 2011 sumaba 4.500 muertos y 9.000 heridos. Más de treinta fallecidos al mes en su punto álgido. Desde entonces ha aumentado a un ritmo mucho menor. Pero el retorno de Thaksin Shinawatra al poder por la puerta de atrás -ahora con su hija menor ostensiblemente como primera ministra, como antes su hermana Yingluck o hasta su cuñado- no puede haber pasado desapercibido en Patani. 

Istmo de Kra

El conflicto en el sur impide a Tailandia disponer de su “canal de Panamá”

La persistencia del conflicto en el sur de Tailandia tiene un efecto muy limitado en el turismo, ya que los atentados se circunscriben casi siempre a las tres provincias del extremo sur del país, algo alejadas de los destinos turísticos. La discusión del problema es muy limitada en los medios nacionales y prácticamente ha desaparecido de la prensa internacional. 

No obstante, tiene consecuencias económicas. Por ejemplo, juega en contra del  canal del istmo de Kra, en el sur de Tailandia, que en su punto más estrecho mide apenas 44 kilómetros. Un proyecto que haría muy feliz a China -aunque también tendría podría tener sentido económico para Corea o Japón- puesto que uniría el mar de Andamán con el golfo de Tailandia, evitando el estrecho de Malaca.

Pero consideraciones de seguridad -no añadir una barrera física a una barrera cultural, religiosa y lingüística- han relegado el proyecto, en favor de un proyecto de corredor terrestre. Una exacerbación del conflicto identitario en el sur sería su certificado de defunción. 

Un agravamiento del conflicto de Patani, por último, también tiene el potencial de abrir una brecha en ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático) entre sus  miembros de mayoría budista y sus tres miembros de mayoría musulmana (todos los cuales, por cierto, tienen como lengua oficial el malayo, cooficial en Singapur). 

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