
E ste puente peatonal y de bicicletas, que conecta la calle 103 del este de Manhattan con Randalls Island, resulta ser un magnífico observatorio de lo que hoy es Estados Unidos.
“Le doy las gracias a Dios por esta vista de Nueva York, es una ciudad hermosa”, dice Arón Molina, venezolano de 21 años, barbero de profesión. Desde ese punto elevado se atisban los rascacielos en los que residen los multimillonarios y, a pie de suelo, están plantadas las gigantescas tiendas de campaña que configuran una especie de campo de refugiados al estilo de los del Tercer Mundo.
Muchos de los que llegaron a la Gran Manzana hicieron los trámites legales para acceder a EE.UU.
Arón y su madre hace cuatro meses que residen ahí –“mejor aquí que afuera con el frío que hace ahorita”–, después de cruzar la peligrosa selva de Darién y esperar un año en México para tener la cita que les facilitara acceder a la tierra prometida.
Ese programa de citas, una aplicación llamada CBP establecida por el gobierno Biden para desanimar la inmigración ilegal, facilitó la entrada temporal a 1,4 millones de migrantes.
Ese sistema se desconectó nada más tomar posesión Donald Trump. Luego firmó una orden por la que todos esos beneficiados forman parte del contingente de deportaciones exprés y masivas puesta en marcha, en teoría la mayor en la historia del país.
“Quisimos hacer las cosas bien, a diferencia de otros”, sostiene Arón por esa espera, si bien lamenta que Trump parece no atender a esas razones. “Sí, claro que hay miedo, muchos se esconden, pero, la verdad, el miedo de lo que me pueda pasar a mí o a mi mamá se lo dejo a Dios. Porque el miedo anula a las personas y creo que estamos en un país de oportunidades. ¿De qué me sirve el miedo si puedo lograr muchas cosas? Dios tiene cosas grandes para mí y para muchos”, afirma.
Acepta, sin embargo, que en estos momentos incluso se siente más seguro en el campamento, vigilado por la policía de esta ciudad santuario para los indocumentados, que transitando las calles ante la psicosis por las detenciones que han empezado a realizar los agentes de la migra , como llaman a los federales. Las imágenes de indocumentados subiendo a aviones militares son bombas para la moral de los simpapeles.
Aseguran fuentes de varios sectores que miles de trabajadores no se ha presentado en los últimos días en las obras o en los restaurantes y que la distribución de comida se ha complicado por “la desaparición” de repartidores.
Crispín Chorio hace dos días (este pasado viernes) que va con la bici eléctrica haciendo reparto. Se ha parado en la avenida Amsterdam, en Upper West Side, para recalibrar cómo llegar al sitio al que va. “Voy mejorando”, bromea este venezolano –“de cerca de Maracaibo”–, de 31 años, técnico electrónico, que también estuvo a la espera en México para entrar con la cita electrónica del CBP. “No paro, me dicen que muchos colegas están escondidos”, confiesa.
Que él siga circulando no significa que no esté atemorizado. “Lo estoy por la situación legal, por Trump y porque hay mucha gente que habla mal de los venezolanos, que si somos ladrones y criminales de la banda del tren de Aragua, como si todos fuéramos iguales, y les digo que no todos somos malos”, recalca. Los datos muestran que los delincuentes son una porción muy pequeña. “Casi todos venimos con ganas de echar para adelante, huyendo del Gobierno porque lamentablemente la situación allá no está buena y uno vive extorsiones, secuestros, muchos problemas. Venimos huyendo y ahora aquí también huimos porque nos pueden retirar el permiso especial”, dice.
En la puerta de la iglesia de St.Paul & St. Andrew (calle 86 con West End) se lee este cartel: “El ICE (cuerpo de control de inmigración) y el Departamento de Seguridad Nacional no pueden entrar sin una orden firmada por el juez”. Recintos como los templos, las escuelas y los hospitales, de habitual fuera del alcance, se hallan ahora bajo el radar del Gobierno de Trump, quien rubricó una orden ejecutiva dando autorización a las redadas en esos lugares.
“El ICE y el Departamento de Seguridad Nacional no pueden entrar sin una orden judicial”, se lee en la puerta de la iglesia de St.Paul & St. Andrew
“Este es un espacio privado, no público, y el cartel es una indicación al ICE de que conocemos nuestros derechos”, explica Andrea Steinkamp, pastor asistente. “Pero se está generando mucha ansiedad y, si esto sigue así, los inmigrantes van a dejar de venir a un lugar donde reciben ropa, alimentos, asesoramiento legal y tiene la sensación de comunidad”.
Las escuelas de Nueva York aprobaron una resolución en la que prohíben la entrada de la migra . El alcalde Eric Adams, bajo sospecha por idilio con el presidente de EE.UU., sostuvo que “vamos a defender a los neoyorquinos, con o sin papeles”.
Cecilia, ecuatoriana de 42 años y con dos títulos universitarios, hizo toda la ruta, aunque no esperó la cita en México. “Es mucho tiempo”. Sale del campamento con dos maletas. La trasladaron a un refugio, un edificio en Brooklyn donde disfruta de más intimidad. A través de contactos ha ido haciendo algún trabajo de limpieza en hogares, por horas, siempre familias blancas.
“Me gusta mi país, pero no podía quedarme por la maldad que hay. Aquí nos dan la oportunidad de estar de pronto tranquilos y avanzar en nuestra vida”, añade. “Sí creo en el sueño americano, en vivir sin miedo”, suspira. Pero no se lo quitan de encima, lamenta, por la amenaza de Trump.