Ni contigo ni sin ti

Gran Bretaña siempre ha sido una isla, pero no del todo. Y no solo por el túnel que desde 1994 atraviesa el canal de la Mancha. Por más que enarbole su idiosincrasia y soberanía respecto a Europa, siempre ha tenido un ojo –cuando no un pie- en el continente. A lo largo de los siglos su obsesión fue impedir, mediante alianzas variables, la emergencia de una potencia europea hegemónica –ya fuera España, Francia o Alemania, según las épocas- que pudiera representar una amenaza. El nacimiento de lo que devendría la Unión Europea cambió las cartas y Londres se sintió empujado a pedir la adhesión al club, que se hizo efectiva el 1 de enero de 1973.

En aquella época, mediados de los años setenta, los conservadores británicos, con Margaret Thatcher a la cabeza, se mostraban convencidamente europeístas. “¿Queremos que las futuras generaciones sigan escribiendo la historia o que simplemente la lean?”, proclamaba la líder tory. Todos sabemos los que pasó después. En 2016, en un dramático referéndum, los británicos decidieron abandonar la UE y dejar que fueran los otros quienes escribieran la historia. Hoy, cinco años después de la entrada en vigor del Brexit tras un agitado divorcio, el Reino Unido busca de nuevo aproximarse a Europa.

El Brexit no ha cumplido ninguna de sus principales promesas. La de la prosperidad, para empezar. La salida del mercado único y de la unión aduanera, a pesar del acuerdo comercial alcanzado con la UE, ha supuesto un descenso de las exportaciones e importaciones con el continente de al menos el 15%, según la Oficina de Responsabilidad Presupuestaria (OBR) -otros cálculos la cifran en el 30%-, y a largo plazo implicará una caída del 4% del Producto Interior Bruto (PIB). Una pérdida que, pese a los nostálgicos sueños de grandeza, ningún otro acuerdo comercial internacional ha venido a compensar. La economía va a rastras, con un crecimiento del 0,75% en 2024 y otro tanto previsto para 2025, según el Banco de Inglaterra.

El 55% de los británicos votaría hoy por regresar a la UE, pero no lo harán

La inmigración extranjera –otro de los asuntos centrales de la campaña del Brexit- no solo no ha se frenado, sino que ha aumentado hasta alcanzar cifras récord con 850.000 llegadas anuales. Eso sí, los europeos han desertado y hoy el 86% de los inmigrantes de larga duración proceden de países no comunitarios.

No es de extrañar, pues, que la opinión pública haya experimentado una inflexión y si hoy se repitiera el referéndum, el 55% votaría por reingresar en la UE mientras solo un 33% se mantendría en sus trece. Del Brexit al Bregret han pasado solo cinco años. Pero nadie en el Reino Unido, salvo una minoría muy militante, se plantea la posibilidad real de dar marcha atrás. Demasiado pronto, demasiado tierno. Así que el objetivo del Gobierno laborista de Keir Starmer, apoyado aquí por una gran mayoría de los británicos, es tratar de recomponer las relaciones con la UE –“resetearlas”, según su expresión- y estrechar de nuevo los vínculos con sus antiguos socios europeos.

En la práctica, el Reino Unido no ha soltado nunca completamente las amarras. Y no sólo en el terreno de las relaciones económicas y comerciales. Tampoco a nivel político. Así, Londres ha mantenido vivo, junto con Alemania y Francia, el llamado grupo E3, un foro informal de colaboración y coordinación en materia de política exterior. A nivel bilateral, el Reino Unido ha multiplicado asimismo los acuerdos de cooperación en materia de defensa. A los Tratados de Lancaster House firmados con Francia en el 2010, se ha unido recientemente (octubre del 2024) otro pacto de defensa con Alemania y, en su reciente visita a Polonia, el pasado 17 de enero, Starmer acordó con su homólogo polaco, Donald Tusk, negociar también otro acuerdo del mismo tipo.

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El premier británico, Keir Starmer, junto al presidente francés, Emmanuel Macron, detrás de la Alta representante para la política exterior de la UE, Kaja Kallas, y el premier polaco, Donald Tusk 

WPA Pool / Getty

Este rumbo de aproximación tuvo el pasado lunes un momento altamente simbólico. Invitado por el presidente del Consejo Europeo, el portugués António Costa -de acuerdo con el primer ministro Tusk, presidente de turno de la UE-, Starmer participó en la cumbre informal de jefes de Estado y de gobierno celebrada por los 27 en Bruselas, para abordar cuestiones de seguridad y defensa. Sobre la mesa, la amenaza de Rusia y el posible desentendimiento de Estados Unidos. Ningún primer ministro británico se había sentado junto al resto de sus colegas europeos desde el Brexit. “Puede que el Reino Unido haya abandonado la UE, pero no ha abandonado Europa”, subrayó la alta representante para la Política Exterior y de Seguridad, Kaja Kallas.

La cumbre, que culminó con una cena, se celebró fuera de las sedes oficiales comunitarias, en el palacio Egmont, el mismo escenario en el que el entonces premier británico, el conservador Edward Heath, firmó en 1972 la adhesión del Reino Unido al mercado común. El ambiente del reencuentro con el socio descarriado fue, según fuentes conocedoras de la reunión, extraordinariamente cálido y todas las intervenciones fueron de tono positivo. El regreso del hijo pródigo, sin embargo, tiene sus límites.

Starmer ha dejado claro que un reingreso del Reino Unido en la UE está completamente fuera de la agenda, pero reiteró su voluntad de estrechar las relaciones con Europa “en materia de defensa y seguridad, energía, comercio y economía”. Es decir, en casi todo. La dificultad será encontrar la manera de conseguirlo. Ambas partes, en cualquier caso, comparten el mismo interés y en primavera se celebrará una cumbre bilateral entre Starmer y la cúpula de la UE –António Costa y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen- para impulsar este nuevo acercamiento. Todo está muy verde todavía y no son de prever grandes acuerdos en esta primera reunión.

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Hay un factor que, sin duda, juega de forma determinante a favor de este reencuentro. Su nombre es Donald Trump. Si en su momento el Reino Unido lo apostó casi todo a un nuevo tratado comercial con Estados Unidos –una apuesta fallida, como se ha visto-, el vuelco político producido en Washington no augura nada mejor. A la vista del trato que han recibido aliados y socios como Canadá y México, y de las amenazas reiteradas contra la UE, el Reino Unido no puede ni mucho menos considerarse a salvo de recibir algún golpe arancelario. Es cierto que las últimas declaraciones de Trump sobre Starmer han sido más bien benevolentes, en contraste con los ataques de su mano derecha –Elon Musk-, pero nada hay más voluble y caprichoso hoy que el inquilino de la Casa Blanca. Y navegar en solitario en un mar encrespado no es lo más aconsejable.

  • Elecciones en el hielo. En medio de la tempestad causada por los apetitos públicos de Donald Trump sobre Groenlandia –territorio autónomo perteneciente a Dinamarca-, el primer ministro groenlandés, Múte Bourup Egede, ha propuesto celebrar elecciones autonómicas el próximo 11 de marzo. La fecha deberá ser aprobada por el Parlamento danés, pero no debería suponer un gran obstáculo, pues implicaría simplemente acortar la legislatura actual en tres semanas. Múte Bourup Egede, líder del partido independentista Inuit Ataqatigiit (comunidad inuit), considera que ante la situación creada es necesario que los ciudadanos se pronuncien en las urnas. Los sondeos indican que la mayoría de los groenlandeses rechazan integrarse en Estados Unidos, pero una parte de la población de la isla cree que el momento puede favorecer la independencia.
  • Si esto es Bélgica… Más de siete meses después de las elecciones –lejos del récord histórico-, Bélgica cuenta con un nuevo gobierno, encabezado por el nacionalista flamenco Bart De Wever, alcalde de Amberes y líder del partido conservador Nueva Alianza flamenca (N-VA). Apoyado por cinco partidos, el nuevo ejecutivo de coalición necesitó una cocción final de sesenta horas, durante las que permanecieron reunidos en la Escuela Militar de Bruselas los líderes de las cinco formaciones hasta cerrar el acuerdo. El pacto coloca por primera vez al frente del Gobierno de Bélgica a un nacionalista flamenco, aunque en su programa ya no está la secesión sino la consolidación de un modelo confederal. También engrosará las filas en el Consejo Europeo de los aliados de la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, en cuyo grupo europarlamentario –Conservadores y Reformistas Europeos (CRE)- está integrado el partido flamenco.

  • Inteligencia bajo control. Mientras Donald Trump ha empezado a aplicar ya en Estados Unidos su política desregulatoria, en Europa acaba de entrar en vigor la primera fase de la regulación de la Inteligencia Artificial (IA), que prohíbe el empleo de técnicas subliminales para manipular las decisiones de las personas, los sistemas predictivos de delitos a partir de perfiles individuales, el reconocimiento psicológico en el puesto de trabajo y la escuela, la categorización biométrica para identificar personas y el reconocimiento facial en tiempo real en espacios públicos (con excepciones). Pero si la UE es pionera en regular la IA y los servicios digitales, va muy por detrás en cambio en la investigación. Más del 90% de la inversión mundial en los llamados modelos de lenguaje extensos se produce fuera de Europa.

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