Vannevar Bush, en 1945, describía una especie de escritorio equipado con pantallas, microfilms y mecanismos de control que permitirían navegar por la información mediante enlaces asociativos, en lugar del sistema jerárquico de los archivos tradicionales. Lo llamó Memex.
Bush, ingeniero y científico estadounidense, fue el director de la OSRD durante la II Guerra Mundial, el organismo encargado de supervisar el proyecto Manhattan. En 1994, el presidente Roosevelt le escribió una carta solicitándole recomendaciones sobre cómo aplicar en tiempo de paz los avances científicos de la guerra. La respuesta fue el informe Ciencia, la frontera sin fin, donde abogaba por la creación de una agencia nacional dedicada a financiar la investigación científica básica. EE.UU. creó la National Science Foundation (NSF).

Donald Trump y al multimillonario tecnológico Elon Musk durante una protesta
Sin la NSF no se entiende la revolución científica y tecnológica del siglo XX. Su trabajo ha sido fundamental en el desarrollo de los superordenadores, de la investigación en climatología, bioinformática y física de partículas, en IA y aprendizaje automático, en robótica, y en el desarrollo de internet en los sesenta. Y de internet a la world wide web de los noventa. La tecnología no sólo conectaba ordenadores, sino que conectaba información con enlaces, información accesible a todo el mundo. Internet pasó de ser una herramienta académica y militar a fenómeno social y comercial. Información interconectada, asociativa y al alcance de cualquiera: el Memex de Bush.
Tras la burbuja de las puntcom, en 2000, surgió una idea de web más abierta, menos privativa y sobre todo participativa. Llegó la Web 2.0, con proyectos como la Wikipedia, los blogs o el Internet Archive, una especie de biblioteca de Alejandría que conserva todo lo que hay en la web. La web se hacía social; ya no conectaba sólo contenidos, sino que ahora conectaba a personas. Fue en 2010 que surgió la mejor tecnología jamás creada para conectar personas y organizarse: las redes sociales. Twitter y Facebook canalizaron grandes movimientos sociales: las primaveras árabes, el 15M o el #MeToo.
Pero, ay, se impuso la visión turbo-capitalista, o lo que es lo mismo, cedimos su gestión a las máquinas. Las grandes tecnológicas confiaron a los algoritmos de IA la tarea de maximizar el tiempo que pasamos en ellas sin importar su precio, ni individual, ni social. Los algoritmos empezaron a modelar qué veíamos, qué leíamos y con quien interactuábamos. La IA descubrió patrones invisibles a los ojos y, sin darnos cuenta, redefinió la realidad.
Hacia el relato único
Cuando los hechos se convierten en un obstáculo, la solución del tirano no es ajustarse a ellos, sino destruir la credibilidad de quien los valida
Según el pope de la IA Stuart Russell, “inteligencia es la capacidad de un agente para acercarse a sus objetivos mediante sus acciones, teniendo en cuenta su entorno” (puede volver a leerlo). Si este entorno que percibimos está filtrado, distorsionado o moldeado por algoritmos que priorizan el beneficio por encima de la verdad, las decisiones que se deriven serán a la fuerza erróneas. Si quien toma decisiones en base a esta realidad es Elon Musk, Donald Trump o el presidente de Corea del Sur, la cosa se complica. The Guardian identificó los tuits conspiranoicos sobre la situación en Gran Bretaña que empujaron a Musk a impulsar una campaña racista y guerracivilista (otra). El presidente de Corea del Sur, Yoon Suk Yeol, declaró la ley marcial influenciado por las teorías conspiranoicas difundidas en YouTube, red a la que es adicto. Algunos expertos hablan de la primera insurrección instigada por algoritmos.
Esta visión de túnel no admite matices. Cuando el relato debe ser único e incontestado, cualquier dato discordante se convierte en una amenaza. Lo demuestran las numerosas querellas de Trump contra medios de información como la CNN, New York Times o The Washington Post . No se trata sólo de desacreditar los mensajes, sino de castigar al mensajero para que, en el futuro, se autocensure.
Otro ejemplo es la llamada de Elon Musk a boicotear Wikipedia simplemente porque se niega a citarle como fundador de Tesla. Musk quiere que la historia se escriba a su manera, pero Wikipedia, basada en la verificación colectiva, no admite verificaciones al servicio del ego: Musk no fundó Tesla, entró como inversor posteriormente. Atacar cualquier fuente de información independiente es de P3 de totalitarismo.
La siguiente víctima es la academia. La academia es un contrapoder esencial para una buena calidad democrática. Establece mecanismos objetivos para contrastar la realidad y evitar que el discurso se construya sobre falacias o manipulaciones. La ciencia, la historia o la filosofía son percibidas como una amenaza cuando no se pueden controlar. Cuando los hechos se convierten en un obstáculo, la solución del tirano no es ajustarse a ellos, sino destruir la credibilidad de quien los valida.
Trump sigue el manual al dedillo: ataques ad hominem –que Musk se encarga de publicitar y ampliar a X–, desinversiones que afectan a la comunidad científica y desprestigio de la enseñanza superior. Un ejemplo es la reducción de fondos destinados a la investigación científica, especialmente en áreas como el cambio climático y la salud pública. Y entre los premiados se encuentra la NSF, a la que se ha paralizado la revisión de propuestas de subvención de la investigación. Miles de investigadores ven comprometida la continuidad de sus proyectos y la capacidad de producir conocimiento científico relevante para la sociedad. También de difundirlos: mientras está leyendo estas líneas, la administración Trump está suprimiendo webs de salud y clima con datos públicos de los que depende la investigación científica.
Distorsión
Los algoritmos de IA redefinen nuestra realidad: modelan qué vemos, qué leemos y con quién interactuamos
Es paradójico que aquella materialización del Memex de Bush –en WWW primero y en su posterior evolución en web social– sea el colaborador necesario que ha hecho posible esta ola de macarthismo científico. También es cierto que la comunidad científica está utilizando la misma tecnología para preservarlo: Archive.org y la revista Wired.com están salvaguardando la información científica, también mientras está leyendo estas líneas.
Y sí, si este escenario les recuerda la escena final de la novela distópica Farenheit 451 , donde ciudadanos anónimos se aprendían de memoria los libros prohibidos, es porque estamos allí.