A la espera en Casa Nicolás

 Solo hay un puñado de inmigrantes en Casa Nicolás, el albergue de migrantes en un municipio colindante a Monterrey, a dos horas de la frontera de Texas. Tres familias con madre soltera de países centroamericanos esperan el almuerzo de arroz con pollo en el comedor. “Protéjase a usted y los suyos”, se anuncia en una pantalla con información sobre el proceso migratorio colocada al lado de una estatuilla de la Virgen de Guadalupe y otra de Jesucristo.

Los últimos deportados de Estados Unidos, abandonados por la policía de inmigración en la frontera que divide McAllen de Reynosa, la peligrosa ciudad fronteriza a a unos 200 kilómetros de Monterrey, han pasado por el albergue. Aprovecharon para trabajar una semana en el boyante mercado de trabajo de la ciudad industrial más importante de México, cuna de las grandes marcas mexicanas como Cemex y Oxxo. Pero ya se han ido.

Pasa lo mismo en todos los albergues a lo largo de la frontera desértica de 3000 kilómetros. Antes, cuando los flujos migratorios alcanzaban medio millón al año, estaban rebosantes de venezolanos, haitianos, hondureños, africanos, asiáticos, todos huyendo de la violencia y la pobreza con la fantasía de Estados Unidos metida en la cabeza.

Ana, inmigrante hondureña, espera con su hijo en el albergue Casa Nicolás en Guadalupe (Monterrey)

Ana, inmigrante hondureña, espera en el albergue Casa Nicolás de Monterrey con su hijo

Andy Robinson

Ya no. “Mi plan era llegar a Estados Unidos, pero con el nuevo gobierno no nos va a permitir cruzar. Desde que Donald Trump entró en el poder se dificultó mucho”, dice Ana, que se marchó del pueblo Gracias a Dios, en Honduras, hace once meses, cuando los pandilleros le quitaron la casa. Los hondureños han sido los más numerosos en la Casa Nicolás en los últimos años, seguidos de los venezolanos.

De escuchar a Ana lamentar su situación, Trump seguramente se sentiría elogiado, orgulloso del éxito de su plan de cerrar la frontera. Pero para ella es solo cuestión de esperar. “Cuando mejoren los caminos y haya oportunidad de poder entrar en este trayecto, entraremos, no sé cuánto tiempo, un año, dos…”, dijo.

Pasa lo mismo con los deportados. “Se quedan aquí, trabajan para buscar esta ayuda económica, y tal vez regresar a su lugar de origen en el sur”, explica Miriam, que trabaja en el albergue. Pero luego se ríe. “O bien para volver a intentar cruzar a Estados Unidos, porque dejaron todo allá.”

Trump, como el rey Canuto, intenta frenar una marea imparable. Tras acuerdos entre Washington y la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum, que ha cedido a la mayor parte de las exigencias estadounidenses en áreas de migración, “la frontera está militarizada por los dos lados: la Guardia Nacional mexicana en este lado, la patrulla fronteriza y los marines por el otro”, dice el padre Luis Eduardo Villarreal, que fundó hace 17 años el centro de acogida para los inmigrantes que cruzan México para llegar a la frontera. 

“Los inmigrantes siguen llegando, pero no cruzan; no vienen al albergue, sino que contactan a un amigo o un compadre que ya renta (aqluila) un cuartito. Donde caben 6, caben 8. Monterrey tiene ventajas: la seguridad, las fuentes de trabajo y la cercanía con la frontera. Aquí estarán cuando Donald Trump pase a la historia. El trumpismo va a acabar, en algún momento, sí. Entonces, si están instalados aquí, pueden tomar una decisión rápida para cruzar.”

“Los inmigrantes estarán aquí cerca de la frontera cuando Trump pase a la historia”

¿Por qué no sirve a largo plazo la política de Trump para desincentivar a los migrantes? “Su proyecto de subir va a ser presente siempre,” responde Villarreal. “Porque ya tienen parientes y amigos en Estados Unidos, casi todos ya tiene alguien al otro lado, y porque en sus países de origen no han cambiado las condiciones estructurales que los expulsan.” 

Esas condiciones estructurales, en el caso de Ana, se encarnaron en un grupo de matones que llegaron a su puerta y le robaron todo, incluso su vivienda, a cambio de no matarla. Otra migrante de Costa Rica presenció el triple asesinato de una pareja y su hija pequeña y comprobó que el asesino era un vecino suyo del municipio caribeño de Limón, ya tomado por el narcotráfico. “No pude quedarme. Me habrían matado a mí también.”

La huida, por supuesto, conlleva sus riesgos. “Para cruzar a Guatemala, un coyote pidió 2.000 dólares, pero me escapé con mi hijo”, dijo la costarricense, que ya ayuda con las tareas diarias dentro de la Casa Nicolás. “Cuando cruzamos con dos señoras más, nos secuestraron en Ciudad Hidalgo; nos rodearon, eran  siete e iban en moto; los carros pasaban y nos veían pero  nadie, nadie hizo nada. Pidieron 80 dólares por soltarnos. Gracias a Dios, mi hermana me hizo una transferencia,”  explicó. “Yo creo que era la propia policía, porque el puesto fronterizo estaba a menos de un kilómetro. La misma policía ahí, en el centro de Tapachula, te quita el dinero.”

“Cruzar territorio mexicano es el peor infierno para el migrante” añade elpadree Villarreal. “¿Para qué quieres ver Netflix?  La película de terror es aquí”. 

Instrucciones para migrantes y Virgen de Guadalupe en Casa Nicolás

Instrucciones para migrantes y Virgen de Guadalupe en Casa Nicolás

ANDY ROBINSON

 Según un informe de la Fundación de la Justicia Mexicana, entre 72.000 y 120.000 migrantes desaparecieron en México entre 2006 y 2016. Por lo menos en Monterrey “hay más seguridad, empleo.”

El disminuido flujo de migrantes ha golpeado el negocio de los coyotes —la mayoría vinculados al crimen organizado—. Pero este es un mercado que responde a la oferta y a la demanda. “Independientemente de cómo esté la política migratoria, si está blanda, sube más gente. Si está restringida, cobran más. Nunca pierden”, dice Villarreal.

En la pantalla del comedor, al lado de la Virgen de Guadalupe, se explicaban con dibujos animados los pasos para conseguir una visa —temporal o permanente— necesaria para lograr la Clave Única de Registro de Población (CURP), requisito sine qua non para trabajar en Monterrey. Puede tardar meses. “Migración en Mexico es una burocracia muy, muy lenta. Por falta de presupuesto y también por falta de voluntad”, dice el padre. Pero no hay vuelta atrás: “Aqui esperarán al  día que Trump desaparezca”.

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