El domingo pasado, mientras el papa León XIV recitaba la oración regina coeli desde el balcón de la basílica de San Pedro, en Roma, abajo, en la plaza, entre las decenas de miles de fieles que se habían agolpado para escuchar al pontífice, había dos figuras destacadas de la extrema derecha europea: el secretario general de la Liga italiana, Matteo Salvini -vicepresidente del Gobierno italiano y ministro de Infraestructuras y Transportes-, y la líder del Reagrupamiento Nacional (RN) francés, Marine Le Pen. Ambos dirigentes saludaron a diestro y siniestro, y se hicieron selfies ora con los músicos de una banda, ora con unas monjas filipinas. Pero no estaban en Roma como unos fieles -o turistas- más.
Salvini y Le Pen tenían después su propia agenda, una mini cumbre en el marco de la Escuela de Formación de la Liga en la que el italiano y la francesa reafirmaron su alianza en Europa y su objetivo de poner la proa contra las actuales instituciones y en especial la Comisión Europea dirigida por Ursula von der Leyen. Este es el gran programa común de la extrema derecha europea reunida en el grupo Patriotas, integrado por 16 partidos políticos de 14 países europeos: desmantelar la Unión Europea desde dentro y devolver la soberanía a los Estados nacionales.
El próximo gran cónclave de la galaxia ultra ha sido convocado por Le Pen el 9 de junio en Mormant-sur-Vernisson (centro de Francia) -un feudo del RN donde en las últimas elecciones recolectó casi el 90% de los votos-, al que ha invitado a los principales líderes europeos de la extrema derecha. La cita tiene como objetivo oficial festejar el primer aniversario de la victoria nacionalista en las elecciones europeas del 2024, en el que su partido se convirtió en la primera fuerza política de Francia. Y utilizarlo como plataforma mediática para darse un nuevo impulso.
Abascal será una de las estrellas de la gran fiesta ultra de Le Pen el 9-J
Entre los dirigentes que intervendrán estarán el húngaro Viktor Orbán, el neerlandés Geert Wilders y el español Santiago Abascal. Este último figura de forma destacada en el cartel del evento, no en vano ha sido uno de los grandes fichajes de Le Pen en prejuicio de la italiana Giorgia Meloni, cuyo grupo europeo – Conservadores y Reformistas Europeos (CRE)- intenta mantener un equilibrio entre su agenda ultraconservadora y el acatamiento de los ejes básicos del consenso europeo.
Otro cónclave ultra debía celebrarse mañana sábado cerca de Milán. La cumbre, bautizada Remigration Summit por la prensa italiana, la había impulsado el neonazi austriaco Martin Sellner para abordar la propuesta de expulsar de Europa a los inmigrantes extranjeros no integrados, lo que la extrema derecha más radical vende como “remigración”. Sellner provocó el año pasado un escándalo al conocerse que había discutido sobre un plan al respecto con miembros de Alternativa para Alemania (AfD). Su objetivo es que poco a poco, como una lluvia fina, el concepto vaya calando y deje de escandalizar. En Milán se esperaba a representantes italianos, franceses y belgas, entre otros, pero el rechazo que ha provocado ha llevado al hotel donde debía producirse el encuentro a rescindir el contrato y la celebración de la reunión es incierta.

El británico Starmer, el ucraniano Zelenski, el francés Macron, el polaco Tusk y el alemán Merz, el 10 de mayo en Kyiv
La inmigración extranjera ha sido -y sigue siendo- uno de los temas estrella de la extrema derecha europea. Pero los ángulos de ataque contra la UE son diversos. Uno de los asuntos que está tomando fuerza en los últimos meses es la guerra de Ucrania. El discurso prebélico que se ha instalado en algunas capitales europeas para justificar el aumento del gasto de defensa como consecuencia del giro político producido por Donald Trump en Estados Unidos -cada vez más inclinado a desentenderse de la seguridad del continente-, ha sido como un regalo para la ultraderecha, que ha tomado la bandera del pacifismo para lanzarla contra una UE supuestamente belicista
En Roma, Le Pen y Salvini cargaron fuerte con este tema, aprovechando la circunstancia -por otra parte lógica- de que León XIV defendiera una paz justa para Ucrania. “El Papa se ha dirigido a los poderosos del mundo pidiendo la paz, y tengo la impresión —espero equivocarme— de que en París, Berlín y Bruselas hay quienes prefieren que la guerra continúe”, declaró el italiano, mientras su correligionaria francesa señaló directamente a su presidente: “Me pregunto si Macron quiere realmente la paz. Parece más bien que está preparando la guerra”, afirmó. No muy diferente de lo que sostiene repetidamente el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, amigo del presidente, ruso Vladímir Putin, que acusa a sus colegas europeos de querer seguir la guerra a toda costa.
El día anterior, los líderes de Alemania, Francia, Reino Unido y Polonia -Friedrich Merz, Emmanuel Macron, Keir Starmer y Donald Tusk-, el núcleo duro de la llamada “coalición de voluntarios” en defensa de Ucrania, se habían reunido en Kyiv con el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, para reafirmarle su apoyo y tratar de pesar, juntos, en las negociaciones de paz que promueve Trump. Su objetivo es evitar un acuerdo lesivo para Ucrania y que Moscú se salga con la suya, lo que a su juicio incrementaría el riesgo de nuevas agresiones en el futuro.
Los europeos mantienen la presión sobre Rusia -amenazas de nuevas sanciones, tribunal especial para juzgar los crímenes de guerra perpetrados en Ucrania-, pero Trump los mantiene en un nivel subalterno, como pudo comprobarse en las fallidas conversaciones entre rusos y ucranianos organizadas este jueves en Estambul. Los límites de la negociación, que por momentos adquirió aires de comedia de enredo, quedaron claros cuando el presidente de EE.UU. constató que nada se avanzará mientras no trate él directamente con su homólogo ruso.
· Tratado rechazado. El PP mantiene unas relaciones contradictorias con Francia. Pueden pasar de la hiel -con Jacques Chirac- a la miel -con Nicolas Sarkozy-, en función de la proximidad política y personal. Y de la coyuntura. El último desencuentro se ha producido esta semana, cuando los conservadores -después de haberse abstenido “por responsabilidad”- votaron en contra de la ratificación del Tratado de Amistad y Cooperación entre España y Francia, firmado por Pedro Sánchez y Emmanuel Macron en 2023 en Barcelona. Al parecer, lo que más disgusta a los nacionalistas del tratado -rechazado con los votos negativos del PP y Vox y la abstención, por razones variopintas, de Junts y Podemos- es que ministros franceses pudieran participar en consejos de ministros españoles. Algo habitual desde hace tiempo entre Francia y Alemania.
· Alcaldes por la vivienda. Una quincena de alcaldes de grandes ciudades europeas, con el de Barcelona, Jaume Collboni, a la cabeza, han presentado a la Comisión Europea un plan para afrontar lo que se ha convertido en el problema número uno de las grandes urbes: la crisis de la vivienda. La propuesta de los alcaldes -entre los que se encuentran los de Amsterdam, Atenas, Budapest, Lisboa, Milán, París, Roma y Varsovia- es que Bruselas cree un fondo especial para financiar la construcción de vivienda asequible dotado con 300.000 millones de euros anuales. Mientras esto no llega, cosa que eventualmente debería incluirse en el presupuesto plurianual a partir del 2028, proponen usar los fondos no adjudicados del plan de recuperación y también otros fondos europeos disponibles para que se asignen directamente a las ciudades.
· Lenguas cooficiales en la UE. El Gobierno español pretendía someter a votación en el próximo Consejo de Asuntos Generales del 27 de mayo la iniciativa de dar rango oficial en la UE a las lenguas cooficiales españolas -catalán, euskera y gallego-, tal como había pactado con Junts en la negociación de la investidura de Pedro Sánchez. Sin embargo, la resistencia de una decena de países podría bloquear la propuesta, que precisa de la unanimidad de los 27. Según avanzó la corresponsal de La Vanguardia en Bruselas, Anna Buj, entre los reticentes están los países Bálticos, Suecia, Italia, Bulgaria y la República Checa, y también han expresado reservas Alemania y Francia. Algunos países han mostrado su inquietud por los costes -pese al ofrecimiento de España de asumirlos-, pero la preocupación principal es que pueda sentar precedente.