Aranceles y reputación de la democracia americana

Los economistas no sabemos predecir qué pasará cuando la acción que analizar es más política que económica y no se produce desde un modelo o laboratorio sino en un contexto real; este es el caso de los aranceles. Como Moisés en el Sinaí, vemos estos días a Trump exhibiendo las tablas de los mandamientos, mostrando el camino a la “salvación” del pueblo americano. Pero los efectos de las medidas anunciadas son complejos; al menos, no son tan simples como la mente de quien las propugna. Los aranceles son un impuesto cuya incidencia tiene posibilidades diversas: repercutirlo en precios más altos, en bajada de salarios o en márgenes menos amplios de beneficios. 

De manera que los efectos dependen del tipo de productos, de sectores afectados y de mercados de pertenencia. Y con respecto a la importación, dificultada con la guerra de aranceles, los efectos son resultado de la sustitución posible de productos exteriores con productos locales (efectos precio y renta, si haciendo eso los precios de productos exteriores suben) y de la dificultad del resto de los países de sustituir sus exportaciones; por ejemplo, ahora veremos si las empresas son capaces de sustituir mercados ( China, India…), y el grado de inelasticidad de la demanda de algunos componentes necesarios para los países antes importadores. Nada sencillo de pronosticar, con carácter general. A pesar de eso, abundan los economistas que, sin más, por la tirria a Trump, se aventuran a afanarse efectos devastadores desde la incertidumbre política actual y desde el intestino reclaman respuestas similares hacia EE.UU. Error.

Pero, en todo caso, de toda esta batalla política seguro quedará la pérdida de reputación de la democracia americana, y muchos dejarán de admirar a aquel país que había ejercido de gran hermano de buena parte del mundo desarrollado. Y lo había hecho, a pesar de guerras y supremacías diversas, desde la mirada simpática de Clinton, la mueca en la boca de Reagan, las Ray-Ban ahumadas de Biden o la sonrisa beatífica de Obama. El gran hermano que ahora va a la suya de manera egoísta sufrirá como mínimo la pérdida de reconocimiento de los que antes lo respetaban, dentro de la gran familia de las democracias capitalistas occidentales, mientras era temido por el resto.

Hoy, la subida de aranceles es un arma de destrucción masiva con que los más atrevidos amenazan, se dice, para negociar. Más allá de la administración trumpista, cómo se responderá efectivamente por parte de los nuevos imperialismos es incierto. Desde la racionalidad económica, responder como Trump puede significar hacernos más daño si no sirve políticamente para erosionar a la contraparte. Europa, de momento, se lo piensa, desde unos gobiernos y una sociedad mucho menos compactada que la de EE.UU., con menos credibilidad de la políticamente deseable para este tipo de embates.

También te puede interesar