Birmania acepta ayuda, pero solo de sus aliados

La polvareda del terremoto del viernes empieza a reposar en Birmania y el contorno de la tragedia empieza a aclararse. La junta militar reconoce ya 1.644 muertos y miles de heridos, señal de que son muchos más, repartidos entre seis provincias, alrededor del epicentro en Mandalay.

Mientras tanto, en la vecina Tailandia, la muerte está mucho menos repartida, centrándose prácticamente en un solo predio de Bangkok.

No así en Birmania, donde los efectos del seísmo son visibles en el centro del país, por la destrucción de 2.900 edificios, treinta carreteras y siete puentes, admitida por el régimen. La labor de rescate es tan descomunal que la principal organización opositora ha ofrecido una tregua para facilitarla.

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Los pronósticos también son funestos ante el amasijo de acero y cascotes de Bangkok, frente a un centro comercial de colorines y el popular mercado callejero de Chatuchak. Algo flota en el aire y una capa de arenilla lo cubre todo, como si se estuviera cerca de la playa en lugar de cerca de la muerte. De más de cien muertes.

Ni siquiera la recuperación de cadáveres – una decena al cabo de treinta y seis horas– se antoja fácil. El primer rayo de esperanza lo han suministrado los drones térmicos. Estos habrían detectado señales de vida en una quincena de cuerpos, bajo los cascotes. Una esperanza que se agota porque tienen, literalmente, una montaña encima.

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Pero más allá, ayer, un visitante apresurado a Bangkok tenía grandes dificultades para darse cuenta de que la ciudad fue declarada zona catastrófica el día anterior. Sus edificios –acaso un millón– aparecen intactos. Excepto este, pulverizado.

Para más inri, se trata de la sede de la Auditoría General del Estado, en construcción desde el 2020 y cuya estructura estaba ya completa. Su adjudicación, en teoría, superó los baremos más exigentes de transparencia.

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Un varapalo para Tailandia, pero también para China. Porque la construcción corría a cargo de un consorcio formado al 49% por una filial de la estatal China Railway Construction Corporation (CRCC), una de las mayores del mundo. El 51% restante correspondería a Italian-Thai Development, empresa de ingeniería que, pese al nombre, es hoy una empresa de propiedad tailandesa.

Frente a este epicentro tailandés del dolor se ha levantado un hospital de campaña, a la espera de heridos, que nunca llegan. Ayer, de hecho, solo se recuperó un cadáver. El viernes, seis.

Una docena de grúas trabajan sin descanso mientras van incorporándose más excavadoras y maquinaria pesada. Hoy las operaciones entrarán ya en el terreno borroso entre el rescate y el desescombro.

Ha empezado a verse algún perro adiestrado, y el gobernador prometía la llegada inminente de aparatos ultrasónicos de tecnología israelí.

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Momento en el que un edificio en construcción se derrumba en Bangkok 

Terceros

Desde ayer vuelve a funcionar en Bangkok todo el transporte público que el día anterior fue suspendido. Lo que convirtió trayectos habituales de media hora en calvarios de tres horas. En el centro de Bangkok era anoche difícil, pero no imposible, encontrar una habitación de hotel, por el temor de unos y la prudencia de otros. También los parques públicos permanecieron abiertos para la pernoctación, en contra de la norma.

Residentes como Jason, de 30 años, y su esposa, se fueron a un hotel: “No nos sentíamos seguros en casa, en la planta diecisiete. Aunque, para encontrar algo a un precio razonable, tuvimos que ir al otro lado del [río] Chao Phraya”.

Tailandia es una ciudad alejada de las fallas tectónicas, y el temblor del viernes pilló por sorpresa a todo el mundo. Aquí el enemigo siempre fue el agua. En forma de inundación o, hace 20 años, de tsunami. Por eso, ayer muchos no sabían cómo reaccionar, menos aún cuando lo sistemas públicos de alerta no estuvieron a la altura.

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Bangkok siempre ha tenido mucho de parque inmobiliario. Muchos ahora están intentando descifrar la gravedad de las grietas que han aparecido en sus paredes, con urbanizaciones que han tenido que vetar temporalmente la entrada a sus inquilinos o repartir turnos para recuperar las pertenencias.

La evaluación de desperfectos y daños estructurales va a ser una industria floreciente en Bangkok –se estima que 6.000 edificios deberán ser examinados–, aunque ya esté todo abierto y los centros comerciales vuelvan a ser el centro del mundo.

Visto desde Birmania, Bangkok tiene problemas de ricos. En Mandalay y alrededores, la devastación es infinitamente mayor. Tanto su aeropuerto como el de la capital birmana han sido clausurados hasta nuevo aviso por los desperfectos.

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Hay allí monasterios en los que ningún monje se atreve a entrar. Además de varios edificios con gente que ayer aún permanecía atrapada –en un caso, unos noventa–, con medios de rescate escasos en las áreas gubernamentales y prácticamente inexistentes en las zonas bajo control de las narcoguerrillas y guerrillas étnicas.

Aunque Birmania es mayoritariamente budista –y, en segundo lugar, cristiana–, hay también musulmanes, que estaban enfrascados en el rezo del último viernes de Ramadán cuando se les cayó el techo encima en cuatro de las cinco mezquitas de Mandalay. Esto es, a los que no quisieron salir corriendo o no acertaron a hacerlo.

Para variar, la junta militar reconoce que está desbordada y ha empezado a aceptar ayuda de sus países de confianza: India, China, Rusia y Singapur.

Pero la puerta democrática que se entreabrió pocos años después de otra catástrofe –el ciclón Nargis del 2008– volvió a cerrarse en el 2022. La distinguida Aung San Suu Kyi, hija del padre de la patria, general Aung San, vuelve a estar privada de libertad.

Los militares habían anunciado elecciones para diciembre, planes que podrían verse alterados

La junta militar, bajo presión de los demás países del sudeste asiático, prometió hace poco celebrar elecciones en diciembre. La calamidad podría brindarle otra oportunidad de aplazamiento. De momento, la cumbre de países ribereños del golfo de Bengala, la semana que viene en Bangkok, cambiará de foco. De Bangladesh a Birmania.

Catástrofe

La ONU estima que hay 20 millones de birmanos afectados por el seísmo

Unos 20 millones de personas en Birmania (Myanmar) resultaron afectadas de distintas maneras por el devastador terremoto de magnitud 7,7 que se registró el viernes y que ha causado más de 1.600 muertos y miles de edificaciones colapsadas, según un reporte de la Organización de Naciones Unidas (ONU).

El coordinador humanitario de Naciones Unidas en Birmania, Marcoluigi Corsi, dijo en el informe que 20 millones de personas, que representan un tercio de la población, sufren ahora las consecuencias del sismo en un país que ya atravesaba una profunda crisis política y económica desde el golpe militar de 2021.

Entre los daños documentados hasta ahora por el organismo multilateral y sus aliados destacan 1.690 casas, 670 monasterios, 60 escuelas y tres puentes importantes que colapsaron total o parcialmente.

A esto se suman las grietas registradas en universidades, hospitales y carreteras, lo que ha dejado estos sitios como lugares inseguros y ha obligado a la evacuación de millones de personas a espacios abiertos o algunos albergues.

“Las comunicaciones por internet se encuentran interrumpidas en Mandalay -la segunda más importante del país, con 1,5 millones de habitantes-, con rutas terrestres y aéreas gravemente interrumpidas”, dice el reporte, en el que se habla de una “preocupación por la integridad estructural de las grandes presas”, pues se desconoce cuán afectadas quedaron tras el terremoto.

Naciones Unidas y grupos humanitarios han empezado a desplegar en las zonas más afectadas equipos quirúrgicos móviles, así como hospitales de campaña, para brindar atención médica y “salvar extremidades a las víctimas”.

“La ONU y sus socios se están movilizando urgentemente para apoyar las iniciativas de respuesta a emergencias. En este momento crítico, el pueblo de Birmania necesita urgentemente el firme apoyo de la comunidad internacional”, expresó Corsi.

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