La gran ovación durante el discurso pronunciado por el rey Carlos III, que llevó a interrumpir su intervención, se produjo cuando el monarca británico recalcó: “Como nos recuerda el himno, el verdadero norte es realmente fuerte y libre”.
Esa sentencia, dicha en una sesión solemne en el Parlamento de Canadá, fue un mensaje que trascendió más allá de Ottawa. Resonó también en Washington, en un momento en que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, no cesa en su ataque a la soberanía del país vecino desde el punto de vista político con sus alusiones del estado 51 de EE.UU., así como económico con los aranceles.
El monarca británico no solo defiende la integridad territorial, sino que también critica los aranceles
Aunque no citó a Trump por su nombre, el rey británico hizo otras referencias a la inviolabilidad territorial de esta nación que formó parte de sus colonias.
“Canadá puede construir nuevas alianzas y una nueva economía que sirva a todos los canadienses”, sostuvo. “El primer ministro y el presidente de Estados Unidos, por ejemplo, han empezado a definir una nueva relación económica y de seguridad entre Canadá y Estados Unidos basada en el respeto mutuo y fundada en el interés común de generar beneficios transformadores para ambas naciones soberanas simultáneamente”, perseveró en su intervención de casi media hora, leyendo de un cuaderno, tanto en inglés como en francés. Y su esposa Camilla al lado, impertérrita, con pamela azul.

Miembros de las naciones nativas, invitados a la ceremonia
Imperio por imperio –uno soñado por un inmobiliario convertido en político, el otro una reliquia del pasado–, Carlos III remarcó que la corona ha sido un símbolo de unidad de un país “del que siempre he sentido una gran admiración por su identidad única, reconocida en el mundo por su valentía y sacrificio en defensa de los valores nacionales, por la diversidad y la amabilidad de los canadienses”.
El rey señaló que esta era su visita número 20 a lo largo de más de medio siglo, pero la primera como monarca. A invitación del recién elegido primer ministro, el liberal Mark Carney, que quiso proseguir con la tradición, Carlos III continuó así un ritual que inició su madre, la reina Isabel II cuando ascendió al trono hace siete décadas. Isabel II inauguró el Parlamento de Canadá por primera vez en 1957. Si una visita real siempre tiene una carga de simbolismo, en esta ocasión ese simbolismo soberano se vio reforzado por el asalto de Trump.

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Carney acudió a la Casa Blanca el pasado día 6 y subrayó que “Canadá no está en venta”, a lo que el anfitrión, con su estilo de acosador, replicó con un “nunca digas nunca”.
Sin evitar críticas internas (la entrada de fentanilo, el miedo a la inmigración o las desigualdades sociales), Carlos III dijo que “Canadá afronta otro momento critico. La democracia, el pluralismo, el Estado de derecho, la autodeterminación y la libertad son valores que los canadienses aprecian y los que su Gobierno está determinado a proteger”. Era una alusión a las ideas que llegan de EE.UU.
Además, el monarca defendió el libre comercio global frente a los aranceles de Trump, al que posiblemente recibirá pronto, después de que el primer ministro Keir Starmer le entregara una carta del monarca invitándole a viajar a Londres.