En parte empeño ideológico, en parte empresa criminal y en parte desesperación, el yihadismo ha infligido un trauma significativo a la región más pobre del mundo. Y, a medida que ese trauma crece, el yihadismo se alimenta del sufrimiento que lo ha precedido y también del sufrimiento que ocasiona; los combatientes inquietantemente jóvenes que luchan en primera línea del proyecto yihadista han crecido en un mundo desestabilizado, donde el yihadismo parece prometer un futuro más allá de los políticos civiles corruptos y las juntas militares autocráticas. El yihadismo ya ha remodelado el Sahel, ya sea a través de sus numerosas víctimas, la profunda huella dejada en su geografía política o las repercusiones que tiene en la política nacional y regional. No se atisba un final para la violencia, por lo que el futuro de la región parece sombrío.
Breve historia del yihadismo en la región del Sáhara-Sahel
En la actualidad, existen dos formaciones yihadistas clave en el Sahel. Una, llamada Jama’at Nusrat al Islam wal Muslimin (Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes; JNIM, por sus siglas en árabe), está afiliada a Al Qaeda. La otra es Estado Islámico – Provincia del Sahel (EIPS) o conocida a veces bajo su anterior denominación, Estado Islámico del Gran Sáhara (EIGS). Ambos grupos tienen orígenes comunes en la movilización yihadista que comenzó en el Sáhara hace más de un cuarto de siglo.
Los principales jefes de los grupos yihadistas sahelianos proceden en su mayoría de los propios países del Sahel. Sin embargo, el yihadismo llegó a la región sobre todo a través de Argelia, que vivió una devastadora guerra civil en la década de 1990. La guerra enfrentó al Estado argelino con varias facciones, una de las cuales era el Grupo Islámico Armado (GIA), de carácter extremadamente intransigente. El GIA arremetió contra los civiles argelinos y, consumido por las rivalidades internas y la desconfianza, acabó derrumbándose, pero a finales de la década algunos de sus dirigentes pasaron a formar el Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC). El GSPC y, en particular, sus comandantes de campo saharauis Mojtar Belmojtar y Abdelhamid Abu Zayd, comenzaron a extender su influencia y sus operaciones a Mauritania, Mali y Níger. A medida que la guerra civil argelina se extinguía en medio de los programas de amnistía del gobierno y la muerte del último emir del GIA, el GSPC se unió formalmente a Al Qaeda y en 2007 se rebautizó como Al Qaeda del Magreb Islámico o AQMI. Para entonces, el GSPC/AQIM ya había llevado a cabo un importante atentado en Mauritania y había anunciado la realización de múltiples secuestros en el sur de Argelia. A finales de la década de 2000 y principios del 2010, AQMI acumuló decenas de millones en rescates obtenidos gracias al turistas y diplomáticos secuestrados en el Sahel; todo mientras los yihadistas profundizaban sus lazos políticos y económicos con ciertos jefes tuaregs y árabes de la región.

Localización del sahel
En el 2012, estalló una rebelión en el norte de Mali, la cuarta de ese tipo desde la independencia del país en 1960. Uno de los primeros aliados de AQMI, el ciudadano maliense y jefe rebelde tuareg Iyad ag Ghali, consiguió que a la rebelión se sumara una coalición poco sólida pero formidable de yihadistas. Con la ayuda de AQMI y otros grupos, Ag Ghali no tardó en desplazar a los nacionalistas tuareg que habían iniciado la revuelta e inclinó el conflicto hacia el dominio yihadista. Ag Ghali, Belmojtar, Abu Zayd y sus aliados impusieron su visión de la ley islámica en las ciudades del norte de Mali durante más de medio año: instituyeron castigos corporales, destruyeron tumbas y bibliotecas, reprimieron la disidencia. Sin embargo, cuando Ag Ghali y AQMI se adentraron en el centro de Mali, los militares franceses, con el apoyo de Chad y el gobierno maliense, iniciaron una intervención denominada operación Serval que expulsó a los yihadistas de las ciudades del norte y mató, entre otros, a Abu Zayd de AQMI.
Más de una década después, Ag Ghali ha demostrado ser uno de los grandes supervivientes del Sahel. Mientras que otros jefes fueron abatidos por los franceses entre el 2013 y el 2022, Ag Ghali no solo ha seguido vivo, sino que ha visto crecer su estatura: en el 2017, se convirtió en el jefe fundador de JNIM, una coalición que reunió a las unidades saharauis de AQMI, las del propio Ag Ghali y las de su estrecho aliado Amadou Kouffa, un destacado caudillo yihadista del centro de Malí. El JNIM no solo ha llevado a cabo operaciones en Mali, también en Burkina Faso, Níger y Benín; ha tenido también cierta presencia en Costa de Marfil, Togo y, posiblemente, Ghana. Ag Ghali y Kouffa responden teóricamente a los restos de AQMI, con sede en Argelia y dirigidos por el clérigo ya mayor Yusuf al Annabi. Pero en muchos sentidos, el yihadismo saheliano traza ahora su propio destino.
Muchas aldeas han accedido a pactos de supervivencia con los yihadistas, lo que les permite dictar a la gente cómo debe vestir, qué deben estudiar los niños, quién puede llevar armas o quién viajar
Mientras tanto, en la zona trifronteriza del este de Mali, el oeste de Níger y el noreste de Burkina Faso, EIPS mantiene una influencia considerable. EIPS surgió de una oleada de escisiones y realineamientos entre los yihadistas sahelianos a mediados de la década del 2010. Creado en 2015 como grupo escindido de un batallón que a su vez era un grupo escindido de AQMI, EIPS estuvo dirigido durante años por un militante originario del disputado territorio del Sáhara Occidental, que Marruecos considera parte de su territorio. Ese militante, que respondía al nombre de Adnan Abu Walid al Sahraui, fue abatido por las fuerzas francesas en 2021. Varias otras figuras procedentes del Sáhara Occidental han destacado en el seno de EIPS, incluido quien se supone que es el actual cabecilla, conocido como Aba al Sahraui. Sin embargo, EIPS no es un trasplante ajeno al Sahel: muchos de sus combatientes y comandantes de campo proceden de la región de la triple frontera, y el grupo se nutre en gran medida de pastores de la zona. En términos generales, EIPS es más duro y depredador que el JNIM.
Patrones de violencia y reclutamiento yihadista
Las dos tendencias principales (sobre todo, desde la eclosión del yihadismo en el centro de Malí en el 2015 y en el norte de Burkina Faso en 2016) han sido la expansión y los experimentos de control. En cuanto a la expansión, no ha sido un proceso lineal: el sur de Mali y el norte de Costa de Marfil son ejemplos de lugares en los que los yihadistas han tenido avances y retrocesos. Pero una vez se introducen con fuerza en una zona nueva del Sahel o África Occidental, a menudo resulta difícil desalojarlos. El norte de Benín, por ejemplo, ha pasado de ser una base de retaguardia de la actividad yihadista a una zona de combate, como demostró un importante asalto llevado a cabo contra una base militar en el departamento de Alibori en enero de 2025.
En cuanto a los experimentos de control, los días de izar la bandera negra sobre las ciudades y proclamar un emirato yihadista, como en 2012-2013 en el norte de Mali, han desaparecido (por ahora). Sin embargo, los yihadistas disponen de otros medios para imponer el control. En algunas zonas rurales, establecen tribunales, patrullas y otras instituciones similares al Estado. Los yihadistas también son conocidos por exigir impuestos, que los militantes llaman azaque o zakat (una práctica fundamental del culto islámico consistente en dar una parte fija de la propia riqueza), pero que los ciudadanos consideran en su mayoría como una extorsión. Muchas aldeas de Mali, Burkina Faso y Níger han accedido a pactos de supervivencia con los yihadistas, lo que permite a los militantes dictar a la gente cómo debe vestir, qué deben estudiar los niños, quién puede llevar armas y quién puede ir cualquier lugar. Los pueblos (incluso las poblaciones más grandes) que se resisten pueden enfrentarse a bloqueos económicos demoledores, con la muerte como castigo para aquellos que intenten viajar. En ocasiones, los yihadistas se jactan de haber tomado el control directo de instalaciones militares o poblaciones remotas, en lo que puede ser un anticipo de otra ronda inminente de esfuerzos explícitos por tomar y mantener realmente ese territorio.
Sometidos al cambio climático, a las corruptas autoridades y a la expansión de los cultivos, algunos pastores han recurrido al yihadismo como medio de hallar seguridad y recuperar el control sobre la tierra
El reclutamiento yihadista es complejo y no siempre es necesariamente ideológico. Una de las formas en que el yihadismo se transformó (desde los batallones saharauis relativamente pequeños y curtidos de AQMI de la década del 2000 hasta las insurgencias masivas representadas por el JNIM y EIGS) fue aprovechando los agravios de ciertas comunidades y, en especial, de los pastores. Sometidos a la presión del cambio climático, a las corruptas autoridades estatales y a la expansión de las tierras de cultivo, algunos pastores han recurrido al yihadismo como medio de hallar seguridad y recuperar el control sobre la tierra.
Sin embargo, a medida que esos pastores se movilizan bajo banderas negras, se desencadenan todo tipo de reacciones. Por ejemplo, varios destacados dirigentes yihadistas y numerosos combatientes han surgido del grupo étnico peul/fulani, históricamente pastoril. De resultas, y también debido a los arraigados prejuicios contra los nómadas y los pastores, los peul han sido demonizados por las autoridades estatales y por algunos otros grupos étnicos, y se los ha acusado a todos de ser yihadistas por el simple hecho de que algunos lo son. Los asesinatos de aldeanos peul han alimentado el reclutamiento yihadista y los ciclos de represalias, una dinámica visible en Mali, Burkina Faso, Níger y, en cierta medida, también en Benín. Los yihadistas suelen presentarse como defensores de los oprimidos, aunque a veces su alineamiento con una comunidad enajena a otra. Los yihadistas también se enfrentan a la incomodidad de cómo reclutar, al menos en parte, sobre una base étnica, al tiempo que insisten en que su causa solo tiene que ver con (su versión de) el islam. En el asombroso asalto llevado a cabo en septiembre de 2024 por el JNIM contra Bamako, la capital de Mali, por ejemplo, la propaganda yihadista hizo hincapié en que los dos dirigentes clave sobre el terreno pertenecían, respectivamente, a los grupos étnicos peul y bambara (los bambara constituyen un importante grupo de malienses).
Dinero y poder
¿Quién se beneficia en medio de todas esas muertes? El yihadismo se interpreta a veces, con cierto cinismo, como un asunto puramente criminal. La violencia puede proporcionar una fácil tapadera a la obtención de dinero. Si bien los turistas occidentales ya no caen en las garras de los yihadistas ni se logran con ellos rescates multimillonarios, como ocurrió a principios de la década del 2010, siguen existiendo numerosas oportunidades para lucrarse. Extorsionar a la gente corriente, secuestrar a notables sahelianos y traficar con contrabando (o al menos gravar ese tráfico) son vías de financiación de la insurgencia. Sin embargo, hay algo más que mera criminalidad; los combatientes no se lanzarían a atentados de alto riesgo, ni los jefes se pasarían la vida huyendo, solo por dinero.
Existen varias posibilidades para entender por qué Ag Ghali, Kouffa y otros libran una lucha interminable contra múltiples gobiernos. Una de ellas es que sean fanáticos comprometidos con el guión ideológico del yihadismo. Tal vez el JNIM y el EIPS anticipen, cada uno a su manera, una guerra de desgaste en la que acaben con los sucesivos dirigentes sahelianos, agoten a los ocupantes extranjeros y logren finalmente apoderarse del territorio a gran escala. Otra posibilidad es que contemplen una gran expansión pero que eluda las capitales sahelianas y las deje en manos de estados residuales, mientras ellos van estableciendo califatos en la sombra por todo el Sahel y el África Occidental. Tal vez, para mantener a los reclutas pagados y comprometidos, sea necesario mantener el impulso de los ataques, las incursiones y la expansión.

Las alertas sobre la silenciosa penetración de los grupos yihadistas en el norte de Benín crecen año tras año
Con todo, hay destellos ocasionales de compromiso por parte del JNIM e incluso del EIPS. El primero ha expresado su voluntad, al menos en abstracto, de negociar con Bamako; y, por su parte, el expresidente de Níger Mohamed Bazum, derrocado en el 2023, pareció conseguir una reducción de la violencia durante su breve mandato negociando con EIPS.
Sobre el tema de las negociaciones planean algunas cuestiones espinosas. ¿Podrán los yihadistas y las autoridades nacionales confiar lo suficiente los unos en los otros para llevar a cabo una negociación que vaya más allá de un pacto temporal de no agresión, un intercambio puntual de rehenes o (como en Burkina Faso en el 2020, según parece) un alto el fuego temporal que permita la celebración de elecciones? Si cristalizara esa confianza, ¿cómo sería un acuerdo más amplio?, ¿alteraría aspectos fundamentales del Estado maliense, como su laicidad o su sistema jurídico? Si se introdujeran cambios importantes, o si se ofreciera amnistía a los yihadistas, ¿intentaría algún gobierno extranjero obstaculizar o sabotear el acuerdo? ¿Y el acuerdo se mantendría? Por ahora, esas preguntas siguen siendo en gran medida teóricas, ya que las juntas de Mali, Burkina Faso y Níger parecen decididas a intensificar la lucha, pese a que la violencia alcanza nuevas cotas y muchas de sus víctimas son los soldados de primera línea y las milicias civiles que las juntas militares presionan para que combatan.
¿Por qué querrían las juntas intensificar una lucha que están perdiendo? También aquí están en juego el dinero y el poder. Es posible que las actuales campañas estén impulsadas por una mentalidad exterminacionista, o un exceso de confianza en el poder de las armas y los drones para resolver conflictos complejos. Sin embargo, también las juntas, como los civiles antes que ellas, obtienen un rédito político del conflicto. En la década del 2010, los gobernantes civiles del Sahel supervisaron la entrada de importantes flujos de ayuda económica y militar, ganaron elecciones en condiciones de inseguridad y opacidad y encarcelaron a críticos y disidentes sin recibir mucha presión por parte de Francia, la Unión Europea o Estados Unidos. En la década del 2020, puede que los gobernantes militares hayan echado a sus antiguos socios occidentales, pero se benefician en formas nuevas del conflicto: las asociaciones con Rusia facilitan la extracción de oro y otros recursos; un discurso bélico ayuda a justificar un gobierno militar de duración indefinida; y hablar de una soberanía redescubierta permite a las juntas crear un atractivo populista al tiempo que ocultan sus fracasos militares-estratégicos. El conflicto del Sahel no solo se mantiene porque los yihadistas son astutos, sino también porque los sucesivos gobernantes se han contentado con resguardarse en Bamako, Uagadugú y Niamey mientras las zonas rurales soportan los costes más graves de la guerra.
¿Destellos de esperanza?
Los problemas políticos y de seguridad del Sahel están hondamente entrelazados. A nivel nacional, es difícil ver cómo las juntas en el poder podrían traer la paz. Intensificadoras, aislacionistas y autoritarias, sus promesas de restablecer la seguridad no se han cumplido. También es difícil concebir que las juntas abandonen el poder a corto o medio plazo. Las transiciones se prolongan en el tiempo sin un final y sin grandes concreciones; y, cuando terminan, no son más que la mera continuación de la junta en una forma ligeramente alterada.
En Chad, el golpista Mahamat Déby ganó las elecciones en el 2024, y el final de la transición no ha traído libertad ni estabilidad al país; Los manifestantes a favor de la democracia y los activistas de la oposición han sido atacados y asesinados. Por otra parte, en enero se produjo un oscuro atentado contra el palacio presidencial, lo que indica que ni siquiera Déby está completamente seguro.
El conflicto también se mantiene porque los sucesivos gobernantes se han contentado con resguardarse en las capitales mientras las zonas rurales soportan los costes más graves de la guerra
De hecho, si alguna de las juntas cae en el Sahel en los próximos años, lo más probable es que lo haga a través de otro golpe de Estado, más que por la presión civil. Así pues, bajo esos sistemas débiles y brutales, el Sahel tiene pocas perspectivas de desescalada con los yihadistas, que a su vez están dispuestos a aprovecharse de un contexto de extrema violencia y excesos autoritarios.
A nivel local, las evoluciones son variadas. Es probable que continúen los pactos de supervivencia de la década del 2010, aunque ahora con un secretismo aun mayor que antes, dados el peligro que supone para los civiles ser percibidos como colaboradores de los yihadistas. ¿La extensión del dominio yihadista sobre los territorios rurales llevará alguna vez a los yihadistas a moderarse, al convertirse en las autoridades gobernantes responsables? Hasta cierto punto, ese experimento no puede desarrollarse plenamente, porque los estados sahelianos conservan el poder de proyectar una violencia intermitente incluso en las zonas centrales de los yihadistas; no existe una partición total del territorio, sino más bien un mosaico cambiante de teatros operativos y políticos. Si de alguna parte surge un rayo de esperanza, puede ser debido a que también los yihadistas acaben por ir demasiado lejos; el ataque a Nioro de Sahel y la muerte en cautividad de un venerado jeque podrían suponer una gota que colme el vaso para muchos musulmanes malienses, incluso para aquellos que desprecian a su gobierno. También existe la posibilidad de que el cansancio se instale a medida que surjan nuevas generaciones. Quienes ahora alcanzan la mayoría de edad solo han visto un mundo de violencia saheliana, y es muy posible que sueñen con una época de paz en la que la vida no esté condicionada por yihadistas ni juntas militares.
Alex Thurston es profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Cincinnati.