Este sábado se celebra en todo el mundo el Día Internacional de las Cooperativas: el cooperativismo es un movimiento con profundas raíces históricas que hoy ofrece respuestas a algunos de los principales desafíos de nuestro tiempo como la polarización que amenaza a la democracia, el cambio climático, la lucha contra las desigualdades, la propiedad colectiva de la cultura, o el acceso a una vivienda digna y asequible. Precisamente por el “papel vital que desarrollan las cooperativas para el desarrollo sostenible”, Naciones Unidas proclamó este 2025 como el Año Internacional de las Cooperativas, bajo el lema: “las cooperativas construyen un mundo mejor”.
El cooperativismo moderno nació en el siglo XIX en plena revolución industrial, como parte de la lucha por la emancipación y la dignidad de la clase trabajadora. En 1884 en Rochdale, un pueblo a las afueras de Manchester, un grupo de artesanos textiles fundó la Sociedad Equitativa de los Pioneros de Rochdale: una cooperativa de consumo para acceder a “alimentos honestos a precios honestos” que sirvió como inspiración al cooperativismo moderno.

Miembros fundadores de La Sociedad Equitativa de los Pioneros de Rochdale, en una imagen de 1865
Aquella cooperativa, democrática y abierta, aplicó el sufragio universal para mujeres y hombres más de medio siglo antes de que se organizara el movimiento por el sufragio femenino, y creó el salario mínimo cincuenta años antes de que Nueva Zelanda fuera el primer país en impulsar esta política pública. En Catalunya también contamos con pioneras como Micaela Chalmeta (1863-1951) que lucharon por la igualdad entre mujeres y hombres a través del cooperativismo.
El cooperativismo nos convoca a empoderarnos, para retomar el control de nuestro destino
En este mundo en policrisis -climática, política e institucional por nombrar solo algunos de nuestros males- el cooperativismo es una palanca de transformación en manos de la ciudadanía y, por tanto, una esperanza para la humanidad. Frente al auge de la polarización y de extremismos, frente al odio y al exterminio que machaca a las personas y sus derechos humanos, frente a un modelo económico que nos empuja a un planeta insalubre, frente al desmantelamiento de la cooperación internacional, del sistema de Naciones Unidas y del multilateralismo, algunos creemos que el cooperativismo es parte de una respuesta real y tangible. El 10% de la población activa mundial trabaja para alguna de los casi tres millones de cooperativas.
Catalunya y España son un territorio rico en cooperativas de éxito como Mondragón, el primer grupo empresarial de Euskadi, que es clave para que Gipuzkoa sea uno de los territorios con menos desigualdad del mundo (con un coeficiente de GINI inferior al de Finlandia y Noruega); empresas innovadoras como Som Energia o Som Mobilitat desde las cuales la ciudadanía impulsa la transición energética y la movilidad sostenible; o Abacus, la cooperativa que tengo el honor de presidir: con más de un millón de personas socias de consumo y seiscientas de trabajo, que impulsamos un proyecto transformador al servicio de la educación y de la cultura plural.
La economía social y el cooperativismo son una economía de la reconciliación y una escuela de democracia.En estos tiempos difíciles, en los que una vez más “el viejo mundo se muere y el nuevo aún está por llegar” el cooperativismo nos convoca a empoderarnos, para retomar el control de nuestro destino a través de la acción colectiva y para imaginar un futuro mejor. Para ello necesitamos de cooperativas creativas y dinámicas, conectadas con la sociedad, al tiempo que sólidas y capaces de escalar a nivel estatal y europeo, para convertirse en empresas de referencia.